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Tonatiuh había participado en la expedición ignominiosa del antropólogo inglés Josafat Katz a tierra de los pigmeos Mbuti.

Estuvo envuelto en el escándalo al igual que Katz, y durante años se negó a declarar una sola palabra a la prensa que lo asediaba como si hubiera atestiguado una abducción jupiteriana.

Pasó el tiempo y terminó sitiado por los acreedores, sin un trabajo fijo y con un matrimonio estable como la piedra de Sísifo, por lo que al fin se doblegó.

Confrontó a una revista norteamericana de divulgación científica y dio su versión de los hechos que escandalizaron al ámbito antropológico acerca de los aciagos días trascurridos en África.

Lo declarado por Tonatiuh era tan deleznable, que su testimonio no se publicó sino hasta hace poco. La siguiente es la versión que recorrió los continentes, muy posiblemente un sucedáneo del texto auténtico del investigador:


Me llamo Tonatiuh, como el dios del sol mexica. Antes renegaba de mi apelativo, añorando los nombres egipcios, como Akenatón o Ra, pero luego de mucho aprendí el difícil arte de la resignación. Así pues, ese y no otro es mi nombre.

Estudié Antropología en el INAH y al terminar un Instituto Cultural me financió una maestría sobre “La repercusión étnica de los lenguajes primitivos orientales” en Londres.

Concluí y me presentaron a Josafat Katz, un hombre de aspecto canino, alto y desgarbado, siempre con una mirada pícara que lo hacía a uno sentirse cómplice de algo muy divertido. Huelga decir que nos hicimos amigos y meses después partimos al señorío de los pigmeos Bambuti o Mbuti con Gonhto, un guía del Congo radicado en Inglaterra.

Llegar a Tanzania nos significó un decrecimiento en la escala evolutiva del transporte: de ser pasajeros de British Air Ways a simples peatones, pasando por el autobús y el burro de carga.

Soportamos una odisea digna de Coustou y dimos con la aldea de los Mbuti, todos sudorosos y picoteados por los moscos hasta en las axilas. Ya atrás habían quedado los campos épicos de ejemplares como las acacias de copas planas cual escudillas, o los baobabs registrados por Saint Exúpery en su “Petit Prince”.

Los nativos presenciaron nuestra incursión en su territorio muchas horas antes. Hasta después supimos que habíamos sido espiados por vigías diestros en escalar ramas y silenciosos como boas acuáticas. Por eso no hubo sorpresas cuando nos hallamos ante ellos, sino una exigencia de explicaciones.

De tal suerte que Gonhto se trabó en una discusión con el líder, un hombrecito de cabello hirsuto y blanco, cuya vocecilla nada tenía que hacer ante la del robusto Gontho, que parecía conformada por tamborazos armónicos.

Se dio un enmarañamiento de palabras como avispas y de manotazos rituales, y Gonhto nos explicó que podíamos pernoctar en la aldea.

Los Mbuti tienen una estatura media de un metro treinta, que es la talla de los más altos. Los hay “chaparritos”, de hasta un metro en su madurez. Usan taparrabos de pieles y cargan cerbatanas y arcos con flechas desde la mayoría de edad.

Poseen estrechos vínculos familiares y jerarquías rigurosas. Los líderes surgen sólo de la casta de los nobles, y en los otros grupos se forjan los guerreros. Tienen un sentido musical innato. Cantan por la cacería, las bodas y los nacimientos, por la lluvia y por el viento.

Atestiguamos una de sus sinfonías durante toda la bendita noche. Fue suscitada por una cacería exitosa atribuida a nuestra visita, por lo cual extrajeron su repertorio más selecto abasteciéndose de flautas y tantanes para repetir motivos simples y acumulamientos de voces en melodías que nos adormecieron junto al resto de los sonidos del bosque.

Los Mbuti recolectan semillas como avellanas de donde extraen un veneno que impregnan en las flechas y dardos. Los custodian unos perrillos flacos que a su lado parecen monturas.

Sus mujeres asemejan figuritas arqueológicas animadas. Andan todo el día con pequeños asidos del cuello que observan las cosas como si las generaran con las pupilas. Son muy activas, y después de tratarlas uno aprende a sentir respeto por su destreza doméstica y la firmeza que dan a su comunidad.

Los pigmeos parecen personajes de comedia, pero no lo son. Cuando se enfurecen infunden miedo. Los ojos parecen arrojar saetas y sus voces agudas semejan a siseos de serpientes.

Pasamos unos días allí recluidos en reductos de hojas y ramas donde nos encogíamos para dormir. Entonces Josafat nos reveló el auténtico propósito de nuestra estancia. Extrajo una vasija que le había dado Gonhto, y nos aclaró que había sido exhumada de un claro aledaño, considerado sagrado por los Mbuti. Se trataba de una artesanía donde se dibujaba la cara de un pigmeo inmerso en una aureola de relámpagos.

Josafat nos explicó que se trataba de Mbotho, el dios creador de los Mbuti, de donde habían tomado su nominación. Nos expuso la leyenda de la creación en mitad de aullidos de monos exacerbados:

“El señor de los árboles y de las piedras Mbotho se sintió solo y creó a los Mbuti. Los amasó con cortezas impregnadas de hollín y les atiborró los corazones con los latidos de mil ciervos, los oídos con el sigilo de los reptiles y los ojos con la agudeza de los búhos.

“Los dioses menores se sintieron agraviados y cada vez que Mbotho hacía un hombre, lo tomaban del pescuezo y lo jalaban a las regiones del Norte. Allí lo encerraban en bloques de hielo, donde crecía en silencio por el dolor en cuello y tobillos.

“Mbotho se dio cuenta de eso y expulsó a los dioses lejos de los bosques sagrados para proteger la pureza del linaje Mbuti.

“Aquellos que estuvieron prensados en el frío perdieron el color y se estiraron hasta romper el material que los contenía. En poco se dispersaron por las praderas, ignorantes de su origen divino”.

Lo que en realidad nos dejó sin habla fue que esa cerámica extraída del área sagrada de los Mbuti era parte de los primeros vestigios de alfarería de África; es decir, del mundo.

Josafat expuso después su idea para conseguir que los Mbuti nos permitieran excavar en su territorio mientras sacudía un zurrón con trozos de peyote huichol que hacía poco yo le había conseguido gracias a mis contactos en México.


Al día siguiente Gonhto abordó al jefe pigmeo, cuyo nombre sólo podía pronunciarse en un susurro, y que me atreveré a insinuar aquí: Hhhtüiii. Pareció convencerlo de algo al sortear una charla tensa. De tal suerte que en la noche Josafat se dedicó a repartir peyote entre los miembros de la tribu, instándolos a masticarlo como supuestamente él lo hacía.

Los pigmeos pelaron sus dientes agrios y dieron cuenta del alucinógeno entre risas. Al poco tiempo contemplaron a su dios Mbotho extraviados en los vericuetos del Viaje; se trataba de una deidad enorme y de voz como de mil tambores que les exigía que le dieran libertad.

Al día siguiente cumplimos la voluntad de Mbotho y de paso extrajimos ánforas, platos y utensilios rebosantes de motivos selváticos y de rostros ñatos y amenazadores.

Su dios no aparecía entre el escarbadero que hicimos y los Mbuti se dieron cuenta del engaño. Ipso facto nos expulsaron de su núcleo blandiendo sus lanzas entre gritos que no comprendí, pero tan ásperos que habían demudado el semblante de Gonhto.

Salimos como los conquistadores en la Noche Triste, cargando con nuestras pertenencias y algunas artesanías.

No nos perdimos gracias a las habilidades de Gonhto, a quien ahora mismo haría una y doce zalemas al estilo mudéjar en señal de agradecimiento.

Para no hartar a nadie con las penurias que pasamos hasta nuestro arribo a la civilización, diré que el más rancio círculo de Dante empalidece ante las espesuras que libramos.

Ya en Londres, Josafat informó a la Institución que lo financiaba sobre su hallazgo, y más o menos refirió nuestras peripecias. El caso es que se mandó a una comisión a Tanzania, misma que a las pocas semanas generó el escándalo en que nos vimos envueltos.

Lo que relaté, y no otra cosa, fue lo ocurrido en la aldea de los Mbuti, de ingrata memoria. ¡Mentira que nos dedicamos al pillaje! ¡Mentira que nos entregamos a nuevas modalidades de depravación sexual!

Por último, es falso que pervertimos las costumbres de los Mbuti generando una nueva religión con un dios blanco de cuerpo desgarbado.

Texto agregado el 15-08-2013, y leído por 318 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
17-08-2013 Mientras te leo se me dibuja una sonrisa en la cara y me lleno de satisfactión. un abrazo. umbrio
16-08-2013 Interesante tu relato. siemprearena
 
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