muchas veces había estado parado en el mismo lugar, y jamás se había atrevido a pasar de ahí, pensaba que si lo hacía algo tremendamente terrible sucedería con sus acompañantes. cada vez que estaba en aquel acantilado se sentía en paz con el universo entero y una sensación inexplicable de libertad recorría su ser completo; era el hombre más feliz de la tierra. Miraba a su acompañante con un rostro afectado por la ternura y en sus ojos podía apreciarse un hermoso brillo y sentía arrugarse su corazón de tanta emoción.
una gaviota lo observaba a corta distancia suspendida en el aire, esperando impaciente que Juan abandonara su preciada provisión de alimento que traía, cada vez con mas frecuencia.
En los ojos del ave la panorámica era deliciosamente atroz: Juan parado a tres metros del borde de un acantilado con montañas de basura tras él, su cabello enmarañado y su rostro tranquilo y sus manos manchadas de sangre y a sus pies los despojos de quien alguna vez, antes de caer en manos del terrible Juan, había sido humano.
-algo terrible le pasará a este cuerpo si doy unos pasos más, quizás lo devore un tiburón, o lo coman miles de pececillos- se decía siempre, mientras dejaba el cadáver abandonado.