Le contaba a mi madre hace poco que le habían enviado saludos de un lugar que ella desconoce. Por supuesto que mi vieja se extrañó mucho, ya que ignora que sin quererlo ha sido protagonista de más de una historia en la página de los cuentos y mucho menos se imagina que ha personificado a Miss Marple, la singular anciana detective del cine.
Le leí unos comentarios, sobre todo de Yar, que es siempre tan efusivo para sus cosas y se sintió un poco avergonzada por esta involuntaria popularidad que no se imaginaba tener. De todos modos, rió a mandíbula batiente con las palabras enviadas por los colegas de la página, pero luego enfocó una intempestiva reprimenda hacia mi persona.
-¡Mira que eres bruto! ¿Cómo se te ocurre andar escribiendo tonteras y poniéndome a mí como heroína? Lo que pasa es que te gusta ridiculizarme, para que todos se rían de esta pobre vieja. Tonto leso no más. Yo debí esconderte los lápices apenas me di cuenta que te iba a gustar andar escribiendo estupideces.
Entiendo que una madre tiene derecho a tratarnos como ella estime conveniente, ya que somos en gran parte su posesión, el eterno regalón maldadoso que se lo pasa urdiendo cualquier pillería para entretenerse. Le respondo que sólo homenajeo su espíritu indagatorio, dote que debió haber heredado después de muchas lecturas de libros policíacos y sobretodo, de las películas que vio y requeté vio en su juventud en aquellos antiguos cines de barrio.
-Nadie se está riendo de ti, entiende eso. Sólo te felicitan por ser tan buena madre y además por ser transformada en una especie de ícono de la página- le miento.
-Claro – responde con desgano.
-Entiende, Todos te quieren mucho, argentinos, peruanos, españoles y hasta algún gringo por allí.
-La gente es igual en todas partes- replica, y sin querer, ha repetido una de las frases preferidas de la anciana mujer detective. ¿No será verdad que es Miss Marple?- me pregunto, ya bien asombrado…
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