Nunca supo porque se convirtió en asesino, de hecho nunca había asesinado a nadie. Si en cambio supo cuando. Fue esa mañana donde no soportó mas a la víctima. A diferencia del asesino, la víctima siempre fue víctima.
Lo curioso del caso fue que esa misma mañana planificó todo. Asesinarlo sería una tarea fácil, luchó un poco con su conciencia pero enseguida aparto todo arrepentimiento, la víctima le daba lástima. Justificándose sintió que en el fondo le haría un favor, al fin y al cabo este no paraba de quejarse de su triste fortuna. La decisión estaba tomada, esa noche perpetraría el homicidio.
Esa tarde, en su taller, el asesino revisó su arma y extrajo una bala. Con sumo cuidado perforó con una pequeña mecha un orificio en el centro del proyectil y con una jeringa descartable extrajo una gota de mercurio del termómetro que acababa de romper y la introdujo en el orificio, luego cubrió el mismo con cera y finalmente repuso la bala en el cargador. No podía fallar.
Esperó pacientemente el encuentro. La víctima se hallaba sola en el cuarto sentada en el borde de la cama. Tiró la corredera de su pistola semiautomática, la bala especialmente preparada esa tarde se alojó en la recámara y apuntó directamente a la sien.
La victima seguía inmutable, una lagrima corrió por su mejilla, como si intuyera y aceptara el breve y trágico desenlace.
El dedo del asesino oprimió el gatillo.
En un instante el mecanismo del gatillo dejo en libertad al resorte comprimido por la carga de la corredera y el martillo golpeó a través del percutor la cápsula en la vaina de la bala que contenía el fulminante químico. La acción mecánica del choque produjo una pequeña explosión y llamarada que rápidamente entro en contacto con la pólvora de la vaina generando una explosión dentro de la recamara de la pistola. Parte de la energía liberada provoco el retroceso de la recamara expulsando la vaina servida. la mayor parte propulsó a la bala de plomo con su contenido de mercurio a través del caño. las estrías helicoidales le dieron al proyectil un efecto giroscópico y la aceleración aplastó la gota de mercurio contra el fondo de la cara posterior del proyectil. El recorrido del proyectil fue muy breve. Apenas salió de la boca del arma se encontró con el suave tejido de la piel y luego perforó el hueso del cráneo. La enorme desaceleración provoco que la gota de mercurio se impulsara dentro del orificio de la bala y saliera liberada al interior de la masa craneana. El comportamiento de la gota de mercurio fue idéntico al de las bombas de racimo, en donde encontraba tejido se fraccionaba y dividía destruyendo capilares sanguíneos y tejido neuronal a su paso. De igual manera la bala debilitada por la perforación nunca llegó a salir. Transformándose en una especie de granada, sus esquirlas alcanzaron casi la totalidad del cerebro.
La súbita presión en el interior de la caja craneana provocó una inmediata reacción. Los globos oculares salieron de sus órbitas, y parte del tejido cerebral encontró salida a través de las fosas nasales y los oídos.
La víctima cayó al piso, justo sobre la cobertura plástica que el asesino había colocado a sus pies para evitar manchar el piso.
En un último estertor, la victima abrió su mano dejando caer a un costado la pistola del asesino.
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