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I

Había un gran alboroto a mi alrededor, un bullicio que en momentos me parecía un vago rumor de voces, los paramédicos ataviados de blanco realizaban las últimas maniobras para subirme a la ambulancia, a unos cuantos metros, a pesar de mi limitada consciencia, escuchaba el incómodo altercado entre mi padre y mi esposo.

La camilla fría y el viento denso de la madrugada encajaban en la decadente imagen de mi misma, sombra de lo que alguna vez había sido, ahora reflejada en el espejo punzante y sanguinolento que emanaba de mi brazo, portal inminente a ese estado, la realidad es que no poseía la capacidad mental o física para fabricar pensamientos o acciones , todo poseía una indescriptible y nebulosa apariencia que me impedía ver las cosas con claridad.

Mientras mi cerebro pasaba por una especie de catarsis o entumecimiento temporal uno de los paramédicos me mantenía con el brazo en el aire, al tiempo que platicaba algunas cosas y asuntos personales con su compañero, escuchaba la sirena, sus voces, el ruido de los autobuses... Y de pronto, silencio absoluto.


II

Aquel día había amanecido más frio que de costumbre, parecía que el clima y el cielo hacían lo imposible para mantenerme acurrucada en mi cama, enroscada, con el entusiasmo de un gato que trasnocha para cantar su indecible tranquilidad.
-Ya me tienes harto! Tú y tus jodidos dramas, ¿crees qué me la paso bien en el trabajo? Ve como tienes la casa, ya ni siquiera haces de comer.
- Por mi te puedes largar si no te parece, siempre me reclamas la misma cosa, no tengo tiempo ni ganas de hacer de comer, prepárate una sopa Maruchan y déjame en paz! Ni que tu hicieras algo por la jodida casa, te la pasas viendo tele todo el día!

Tras una ráfaga de golpes bajos, estuve a punto de cristalizarme, a tal grado que con un insignificante soplo me habría quebrado, propagando minúsculas partículas multicolores. Creo que fue ese el momento en que la cosa se fue al carajo, me pareció ver que una grande y pesada puerta en mi cerebro se azotaba con fuerza, dejando detrás un turbulento mar de furia cuyo efecto perturbador formaba olas gigantescas que arrasaban con todo a su paso.

III

El jardín era lo más agradable, había un espacio amplio, bañado por el verdor del pasto cubierto de rocío, podía recostarme bajo la sombra de viejos árboles, testigos apacibles de inquietantes y antiguas historias, sentía que flotaba, tal vez por efecto del Valium y las demás drogas, me daba la impresión que todo poseía una calma casi imposible, como las veredas solitarias de los grandes castillos medievales, una realidad a ratos salpicada por alucinantes tintes oníricos. Me agradaba tirarme en el pasto para esbozar siluetas en un cuaderno, me limitaba a los lápices de cera que tenía permitidos y dibujaba las escenas que tenía ante mi vista, en las que figuraban señoras y ancianas tejiendo con hilos que nunca terminaban, las muchachas conversando, una que otra mujer solitaria que vagaba alrededor del jardín, y otras más, mirando al cielo en busca de algo que las ayudara a expiar sus demonios, a librarse de su demencia, ese algo que por más que hurgaban entre las nubes, jamás lograban encontrar.


- Quieres venir a platicar? No es bueno que estés sola, ven, estamos hablando de la novela de Rosita y Pedrito.
- Ah si!, enseguida voy, déjame terminar con esto y las alcanzo.

Cuando tenía un poco de suerte, nos llamaban las monjas anunciando que la comida estaba por servirse, el comedor estaba distribuido de manera uniforme, las paredes color rosa pálido y el olor inconfundible a sopa de verduras provocaba que por momentos pareciera el comedor de la abuela y no el absurdo y deprimente lugar que era, había mesas de madera vieja para cuatro personas, enfiladas una detrás de la otra, donde la silla y lugar que ocupabas era siempre el mismo, no estaba permitido cambiar de sitio. A pesar de todo me sentía afortunada por cosas simples como ser una de las pocas personas que disfrutaba de sus alimentos sin ser reprobada, incluso podía darme el lujo de repetir alguna ración de sopa o leche, contrario a esto, había gente menos afortunada que yo, sometida a dietas estrictas y bajas en grasas y proteínas, sus estómagos y mentes eran intolerantes a la comida por convicción propia.

Por las noches, dormía en un cuarto al que no podía acceder en todo el día, sobre la cabecera de mi cama había un cuadro desgastado que enmarcaba la imagen de una Virgen de Guadalupe, igual de lúgubre que el verde olivo de los muros de la habitación; lo que nunca pude comprender es que cada noche el rostro níveo de aquella obra me guiñaba un ojo justo cuando estaba a punto de dormirme, supongo que era resultado del coctail de medicamentos. En la misma habitación dormían otras dos mujeres cuyas historias jamás quise conocer, pero que sin darme opción a elegir, insistieron en contarme una vez que estuve instalada en el lugar. Por las noches y durante toda la madrugada las monjas iban a revisarnos cada hora, asegurándose tal vez de que siguiéramos vivas y en nuestra cama.

En general, el lugar estaba bien…

IV


Desperté en la sala de urgencias debido al dolor de las primeras puntadas, no obstante, al observar al enfermero en un delicado vaivén de manos, pude imaginar por un segundo a un excelso pintor, cuya finísima técnica lograba colorear los detalles más sorprendentes en su obra, me parecía también ver a un sastre haciendo los últimos detalles a un excelente traje. Me fui sumergiendo en el sueño de la anestesia que comenzaba a hacer efecto en mi cuerpo, creo que fue el instante más plácido que tuve aquella noche.

En la mañana me dolía la cabeza, un fuerte dolor de cabeza, ir y venir de gente, doctores, enfermeras, en mi brazo un catéter por el que pasaba, gota a gota, una solución salina con glucosa, moría de sed, pero por alguna razón nadie me quería dar agua. Al fondo del pasillo vi una silueta familiar, era mi madre, que iba a verme con cara de espanto, resignación y rareza pero sobre todo iba a cuestionarme inútilmente lo acontecido la noche anterior.
-Me siento mal mama, no quiero hablar y no quiero que me preguntes nada, porque simplemente no te voy a responder.
- Hija, yo solo quiero que estés bien, fue un gran susto, yo sé lo que sientes, puedes hablar conmigo...
- Ma, de verdad no insistas, no quiero hablar, no quiero que pase nadie, quiero estar sola, o si de verdad quieres hacer algo por mí, entonces pide mi alta voluntaria y vámonos a la casa.

Al cabo de unas horas me dieron la tan anhelada alta médica, tenía que cuidarme las 25 puntadas que me habían hecho, lavarme con agua y jabón neutro, protegerme con vendajes y ser cuidadosa al moverme, le entregaron un documento a mi familia y pese a mi negativa, me trasladaron con el "especialista".
-Mira, lo que te paso no es cualquier cosa, yo considero que es mejor que vayas a ese lugar, es mi sugerencia como profesional y sobre todo porque es lo más adecuado para ti, en todo caso, la decisión va quedar en manos de tu esposo y tu mama-
- No- dije tajante -Eso creo que me corresponde a mi decidirlo, tengo el derecho de tomar mis propias decisiones, no quiero ir, así de simple, creo que mejorare más rápido si me quedo en casa tranquila.- Un silencio ahogo las palabras del médico, como tratando de escupir la respuesta más indicada para mí.
- Si, tienes derecho, pero lamentablemente ahora no tienes la capacidad mental para tomar esa decisión-...
Al día siguiente ya estaba en el dichoso lugar, grande y de paredes grises, atendido por monjas, que amablemente me tomaban mis datos.
- No te preocupes niña, solo va ser un mes, el tiempo se va muy rápido y vas a poder ver a tu familia dos veces por semana.
Me guió a través de un espacioso y largo pasillo lleno de plantas, con el piso reluciente de mosaicos blancos, ventilado y de techo alto como las casas viejas, que dirigía justo al grande y soleado jardín, luego estaban los dormitorios justo en el límite del patio.
- Aquí es tu cuarto, deja tus cosas, te espero en 5 minutos en el jardín, solo puedes ingresar a tu habitación cuando duermes y cuando te aseas, la idea es que convivas con tus compañeras y no estés sola.-
Todo era nuevo para mí, así que me limite a asentir a todo lo que me decía la religiosa.
Unos minutos más tarde, estaba reunida con las demás internas, el sol era brillante y el pasto muy verde.
Aquel día vi la calle por última vez en lo que para mí fue una eternidad, 30 largos y monótonos días, lo último que recuerdo es la fachada de esa gran finca que de inmediato acaparó por completo mi vista, unas desgastadas y grandes letras doradas: "Hospital Psiquiátrico San Juan de Dios"


V


Estaba a una copa de terminar con la botella de whisky, completamente ahogada en la miseria que se escapaba a borbotones de mi alma, ebria en cuerpo y mente, tirada y casi en penumbras en el amplio sillón de la sala, de fondo una sinfonía de Schumann, parecía que el humo del cigarrillo formaba espirales mas y más grandes con cada calada. Con la fuerza que me quedaba, fui al baño y abrí la regadera, me dispuse a colocar una cubeta grande para llenarla con agua tibia. Mientras las gotas cristalinas caían en el fondo y otras tantas rodaban al resumidero, saque un rastrillo de su empaque, busque unas pinzas de corte y destroce el plástico que sostenía las navajas, brillantes y afiladas, fui por mi vaso de Whisky y le di un último sorbo.
Mire la navaja ensimismada en sus múltiples reflejos y en un instante hice un corte pronunciado a lo largo de mi antebrazo, que inmediatamente sumergí en el cubo que antes había llenado con agua, en una oleada fugaz se tiño de un color rojo brillante, pude ver los tejidos grasos y la carne rosa, abiertas como una flor, aunque realmente se asemejaban más a un pollo desmembrado. Fueron tal vez unos cuantos segundos los que pasaron cuando perdí la consciencia, no sé si por el alcohol o por la impresión de ver mi sangre desbordada.
Cuando desperté de nuevo a la inútil consciencia, estaba envuelta en una cobija y tenía un pedazo de tela fuertemente atado a mi brazo, cuyo objetivo era evitar que la sangre se derramara, habría querido soltarlo, pero se me habían agotado las fuerzas. Estaba semidesnuda, pero no recuerdo haberme quitado la ropa, pude observar a mi esposo parado a media calle andando de un lado para otro, unos minutos más tarde, el deslumbrante y estruendoso ruido de aquella sirena, interrumpió mi apacible quietud...

Texto agregado el 13-08-2013, y leído por 124 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
13-08-2013 Un cuento sobrecogedor. filiberto
 
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