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Era de noche. La densa niebla que cubría la torre de apartamentos, apenas dejaba ver las luces de los postes de la calle desierta. La brisa, le obligó a cerrar la ventana y a hundirse entre sus cobijas, con las medias rojas y su gorro gris; sus piernas y dientes, temblaban y tiritaban casi al mismo ritmo. Se sentía exhausto y agotado; mientras que su cuerpo soportaba el frío de la noche, su mente enmarañada se desvanecía entre recuerdos.

Para tratar de calentarse, se incorporó de su cama e inicio una marcha pausada en medio de la estrecha habitación, llena de pinturas, pinceles y cuadros inconclusos; los sonidos que producían las chancletas con cada paso, sumado al tiritar de los dientes, convertían la lenta caminata en la entonación de una máquina de coser descompuesta. Caminaba en pequeños círculos observando en detalle el apartamento: la puerta de entrada con sus bisagras torcidas, que hacía rosar la puerta con el piso al momento de abrirla o cerrarla; la lámpara amarilla de bombillo pequeño sobre la mesita de noche; el tapete sucio y con quemaduras; las marcas de los cigarrillos en los bordes de la mesa principal; hasta que se detuvo frente a la mancha café de la pared, que daba al respaldo de su cama. Aquella mancha, que parecía el rostro de una mujer que lloraba: su virgen. La observaba de cerca tratando de ver sí en verdad parecía un rostro humano o divino, o si acaso era el producto de su percepción distorsionada. Se concentró primero en los ojos, imaginó los reflejos y, finalmente volvió a la mancha completa para convertir a la insinuación que se definía en las dimensiones fantásticas de su mente estropeada.

Conociendo de ante mano que su estadía en aquella habitación terminaría al llegar la mañana, y motivado por el reto que se le presentaba, decidió pintar la pared y convertir su obra en la especie o dote para el casero; pues al no tener dinero para pagar el alquiler, debía tratar de arreglar la deuda con su arte. Primero corrió la cama, tratando de hacerlo con el mayor cuidado levantando un lado y lo arrastró suavemente, luego tomó la silla de plástico azul acomodándola en frente de la pared, y finalmente acondicionó su maleta como mesa, ubicando todos sus utensilios sobre la misma. Era tanta su concentración y dedicación con la pintura, que sin darse cuenta su gorro y la cobija de lana que lo cubrían, fueron a parar al borde de la ventana. Ahora solo necesitaba dejar trabajar sus manos.

Pincel No.7 y las formas generales de la muza; pincel No. 2 y los labios de la mujer que parecían suspirar, y unas cuantas pinceladas más y ella ya tenía un rostro. Pero la figura incompleta lo animó a darle cuerpo, a dibujarle unas manos y sobrepasar la silueta; ahora unas piernas alargadas y delinear el contorno. Agua y manos, dedos y pincel; la fuerza termina y un tanto exhausto la mira lentamente de arriba abajo. No se levantó de su silla hasta después de admirarla en silencio; sintiendo orgullo por sus dotes de artista, soñando con que esta sería su obra maestra, trayendo a la realidad lo que solo se dibuja en la ficción. Pero el frío lo hizo aterrizar nuevamente en el suelo de la ciudad fría y nubada, en esa habitación gastada y mal oliente.

Apoyando sus manos en los descansos de la silla, se paró sin perderla de vista. Era tiempo de preparar el equipaje, ya amanecía y aunque la luz no cubría por completo la ciudad, el suave hilo amarillo acariciaba las lomas, cubiertas por las láminas plateadas que intensificaban la luz cual espejos. Dejó la cama corrida a la ventana y con su cuidado característico envolvió cada pincel, tapó las acuarelas y empacó los implementos en la maleta de cuero negro. Ahora debía darse una ducha, tratar de reanimarse con el agua helada que él suponía, lo despertaría y lo dejaría como un hombre nuevo. Caminando de espaldas se dirigió al baño sin puerta porque no fue capaz de desvestirse frente a ella, pensaba que era mejor guardar las proporciones de una primera visita.

Ya en la ducha, abrió la llave de paso y después de escuchar los golpes en la tubería, aguantó la descarga sobre su espalda viendo como le recorrían los caminos de agua por sus piernas delgadas y velludas, tradición familiar por parte de mamá; restregó sus brazos y su rostro con el jabón pequeño del lavamanos. Dejó entonces que las aguas se confundieran en el sifón con sus repeticiones anticipadas, de las frases que pronunciaría al momento de encontrase con el casero. Cerró la ducha, tomó la toalla y rodeo su cintura con la misma, al tiempo que se introducía en sus chanclas para mirarse fijamente en el espejo. Otra vez, se tocó el lunar rojo del lado derecho de su cuello, que le recordaba sus raíces paternas; pues todos los varones de la familia habían llegado al mundo en compañía de aquel lunar de color rojo.

Escuchó, mientras que cepillaba sus dientes, el rose de la puerta con el piso, producto de la posición torcidas de las bisagras de la entrada de su apartamento. Pensó que se le había hecho tarde y que ya venían a cobrarle la estadía. Lentamente, mientras sonreía, giró su cabeza para observar la entrada del casero, pensando en la alegría que le daría conservar en aquel cuarto una obra de arte. Un llamado sin contestación confirmo un gran misterio en la mañana: nadie entró… ¿o sí?

Empuñando la chupa de color negro para destapar el baño, respiró agitadamente sintiendo como el latir de su corazón se aceleraba cada vez más. Recostó su espalda a la pared del baño junto al lavamanos y dando cortos pasos se acercó al marco sin puerta de la entrada del baño, y cuando estaba a unos pocos metros de quedar mirando plenamente el apartamento, dio un saltó para tomar desprevenido al supuesto malhechor. Después del corto vuelo, la toalla que le envolvía cayó. Su mano soltó el arma improvisada que rodó hasta ser detenida por la pata de la mesita de noche. Con la otra mano se cubrió su barbilla lampiña, y sus ojos se abrieron para dejar la pupila reducida a un diminuto punto negro. Su piel se erizó y como un relámpago que traspasó su cuerpo todo en él se paralizó. No fue capaz de producir sonido alguno, incluso su mente que tan agitada había estado momentos antes, quedó suspendida en el vacío.

Él estaba completamente desnudo, al igual que lo estaba aquella pared. Tal como su cuerpo después del baño, la pared estaba absolutamente limpia, sin una sola mancha de pintura y sin la mujer que allí habitaba.

Texto agregado el 12-08-2013, y leído por 166 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
12-08-2013 Hermoso relato, esa sensación de misterio que sembraste, me encantó. Carmen-Valdes
12-08-2013 Un placer leerte, la narración impecable y la historia me dejas pensando con esa ola de misterios que nos deja con un final para pensar. jaeltete
12-08-2013 Un relato muy bueno. Me gustó. susana-del-rosal
 
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