El azar jamás se me mostró convincente. Que haya conocido a mi mejor amigo bajo un techo en la peor tormenta, o que hoy escriba por haber doblado en una esquina y no haber muerto en la otra, no induce a pensarte como una excepción.
Tu perfume excelso en contraste con la atmósfera podrida de aquel negocio barato, y mi costumbre de hablar con la gente porque me llena de vida, convirtieron lo fortuito en un engranaje casi newtoniano. No debimos haber caminado juntos el camino de vuelta, como tampoco debimos habernos gustado tanto. Por tu culpa te sentí mía y me sentiste tuyo. Esa noche bastó, y no me arrepiento que así haya sido. Con tu pelo rubio y esa piel de otro hemisferio que se camuflaban en un dialecto argentino, adoré los instantes en que tus olores me impregnaron el corazón. Adoré también tus labios rojos pintados con la naturalidad del frío que daña la piel. Mentiría si omitiera decirte que te quiero. Es probable que ya no nos veamos... vos y tu lejano país.
Me quedo con los momentos inmortalizados en la memoria de quienes viven el presente como una feliz eternidad. Te quise como a nadie, claro, en un ahora que con letras se convierte en para siempre. Nunca lo había entendido, y te deseo lo mejor.