LA MUJER DEL TREN ( Continuación II )
En el carro iban pocos pasajeros. Había decidido viajar el 19 y nó el 20, para evitar las aglomeraciones de personas que regresaban a sus hogares después de las Fiestas. Se piensa que los santiaguinos salen masivamente de la ciudad a la costa o al campo a disfrutar de estos dìas; pero también hay gente y familias de provincia que les agrada trasladarse a la capital es esta època del año.
Aseguré mi equipaje en las maleteras y me acomodé al lado de la ventanilla. Es raro en estos días viajar en tren. Casi todo se hace por Buses o por vía aérea.Viajar en tren es como rememorar aquellos tiempos cuando los trenes llegaban a todas partes y era un medio de transporte tradicional.
Recordaba los viajes que de niño hacía con mi abuela paterna a veranear a Viña del Mar. Las paradas del tren en Llay-Llay, los sandwiches de pollo con palta y los dulces chilenos que ella solía comprar, cuando la ví por segunda vez.
Se acomodó en un asiento delante mío. No llevaba equipaje; escasamente un pequeño bolso de mano. Podía ver su mata de pelo rojizo desde mi asiento, y su brazo apoyado sobre la ventanilla. Mi curiosidad por mirarla de cerca me impedía iniciar la lectura que traía preparada para el viaje.
Mi mente comenzó a funcionar para buscar la forma de hacerlo sin que fuese demasiado notorio. Si me levantaba como para ir al servicio higiénico, debía pasar la puerta de acceso al carro, y ello me daría la oportunidad de observarla más detenidamente a mi regreso. Me decidí por esa opción. Iba a pararme cuando ví que entraban al vagón dos Inspectores de ternos oscuros y gorras de Ferrocarriles y una dama de uniforme azul, blusa blanca de manga corta con vivos azules en el cuello, polera azul y un coqueto sombrerito del mismo color con vivos amarillos, revisando los pasajes.
Al controlarle el pasaje,uno de los Inspectores le preguntó cuál era su destino. Alcancé a escuchar que se bajaba en Curicó. Sentí una rara sensación en la boca de mi estómago. Generalmente no espero ni busco relacionarme, aunque se trate de una conversación trivial, con personas que viajan en un espacio confinado, y me dedico a dormir o leer. Pero ahora sentía curiosidad por conocerla y conversar con ella. Algo me mantenía alerta buscando la forma de poder hablarle.
El tren dejaba atrás San Bernardo cuando observé que se levantaba y se cambiaba al lado derecho del vagón a un asiento paralelo al mío. A pesar que las persianas venecianas de ese lado estaban abajo, los rayos solares caían de lleno y, con excepción de ella, no había nadie sentado en ese sector.
Ahora pude observarla mejor a pesar que sólo veía su perfil. Al cabo de unos minutos me percaté qué era lo que me había parecido extraño en su rostro al cruzarnos en la estación : una larga y delgada cicatriz, muy bien disimulada por el maquillaje, partía desde el lóbulo de su oreja izquierda siguiendo la curva del maxilar y se perdía en la comisura de su boca. Volví a sentir una extraña curiosidad ya que la cicatriz no afeaba su agradable perfil. Me levanté al servicio higiénico con el solo propósito de mirarla de frente y tratar de entrar en contacto más directo. Al regresar a mi lugar la encontré con sus ojos cerrados, aparentemente dormida, con su cabeza apoyada en el respaldo de su asiento. (Continuará)
|