Huímos porque ambos estábamos implicados.
Al principio nuestros desencuentros eran tonterías, sin embargo con el correr del tiempo, fuimos los excluídos de la paciencia.
Nos visitamos con frecuencia en ese bar, y nos hicimos pompas fúnebres cuando regresábamos, el corazón dando un vuelco al vernos, y otro al despedirnos.
Tenés razón, se ha perdido la razón detrás de la sinrazón.
Gana el desamor, la inmadurez, la deshonestidad, y la impaciencia, el hedonismo y la poca sabiduría para comprender al otro, en su fatalidad y en su alegría. Yo quiero seguir perdiendo porque gano, gano en franqueza y calidad humana. No me importa el sucumbir, ya no, aprendí a valorar estos espacios de vacíos, por eso valoro tanto la compañía.
Y cada vez estoy más segura que prefiero evadirme de ése, el mundo que me proponen, evaporarme con la sinceridad de mis pensamientos, pergeñando una vuelta a la lucha cotidiana, a la ambiciosa tarea de misionar para los dos, para los cuatro, para los muchos, pero no todos.
La diferencia es que no espero milagros, y no le doy la guadaña al perverso, como tampoco, me pilla la estupidez de querer cambiar algo sin antes entender. De hecho, me modifico en mi mundo, y me conmuevo yo, sin esperar, no lucho contra el inoperante.
Y aquí, en este pequeño espacio de texto, acaso, sin querer atrapar, ya no sufro.
De hecho me río con vos, de mi, de mi propia lucidez/locura/idiotez/elocuente desventura, perversa e inoportuna sapiencia/aparente fortuna.
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