El reloj suena dando un tic-tac estresante, la luz se prende y apaga, los escalofríos son cosas del pasado, las miradas enrarecidas de los habitantes de la pieza pequeña, que cobija a los valientes y obstinados, ellos se miran por tercera vez, se sienten con la mirada y con sus latidos. Atravesados por la daga mortal de la rutina, de lo que no está para ellos, del tiempo hecho añicos, de su vida dependiente, y el tic-tac ya no suena. Se construyen vacíos entre ellos, y por otro tiempo, se llenan la retina con la indiferencia. Con las ganas grises expuestas desde su aura, con los brazos rasguñados y un dolor en sus corazones, cuando nadie más lo sentía, su oscuro y a la vez su albino sentimiento se confundía con la frialdad de la ciudad.
El lugar ha estado presenciando la apatía entre ellos dos.
El lugar ha estado presenciando el enamoramiento entre ellos dos.
No se sabe. Sentados, existiendo, bebiendo, compartiendo, ellos son omnipresentes, son la pareja que veo desde un balcón y mi cabeza se recuesta entre mis brazos, sintiendo el frío de una noche con llovizna, con olor a transeúntes casi sin vida y vomitando pesares, preguntándome, si todavía para él existo. |