Hoy hace cincuenta años de la muerte del celebérrimo escritor Don Ernesto Grimoldi Kutzer y han sido múltiples los estudiosos de su vida que señalan la temprana aparición en la conciencia del Señor Grimoldi de su claro destino como escritor. Todos ellos comentan la respuesta osada que dio a su profesor de Infantil a la pregunta sobre qué quería ser de mayor, “el mejor escritor de todos los tiempos” contestó sin dudar el entonces pequeño Ernesto. El profundo compromiso con una literatura revolucionaria a la que supeditar la vida del autor fue sin duda otra de sus señas de identidad. Algún biógrafo incluso se hace eco de aquella anécdota que describe el día cuando Don Ernesto vomitó en medio de la recepción del Premio Vitrubio mareado por la frenética vida de los personajes que albergaba. Esos mismos personajes, siempre misteriosos y esquivos, que por coherencia con sus ideales artísticos permanecieron siempre ocultos a la letra escrita. El Señor Grimoldi nunca fue un escritor de prolijas obras, es cierto, pero su azarosa vida, repleta de aventuras, lograría que público y crítica al unísono afirmaran que sin ningún género de dudas, Ernesto Grimoldi Kutzer, era uno de los más creativos narradores del momento.

Fue ya hacia el final de su vida cuando decidido procedió a escribir las únicas letras que dejara para la posteridad: “Me muero”. La magnífica aliteración de sonidos bilabiales que confluían en esa “r” fricativa que dulcifica tal funesto instante causaron inmediatamente un éxito ensordecedor que ni tan siquiera las acusaciones de plagio lanzadas por algunos autores menores de la época lograron ensombrecer.

Hace hoy cincuenta años que la muerte de Don Ernesto Grimoldi Kutzer nos arrebató la posibilidad de conocer su obra, ahora sólo nos queda preguntar qué hubiera sido de la literatura en el caso de haberse decidido a escribir.