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ESTOS RELATOS ESTAN RELACIONADOS CON LA FINCA, Y MI VIDA HASTA LOS 15 AÑOS

1FUMANCHU. LA VIDA HASTA LOS QUINCE AÑOS: FUMANCHU
RELATOS DE FUMANCHU
Desde los cuatro hasta los quince años Jorge se llamó de sobrenombre: Fumanchú. Y Jorge cuenta las historias de Fumanchú, recordando las cosas que le pasaron hasta los quince años, mientras vivió en los hermosos campos con viñedos y frutales mendocinos. Estos recuerdos fueron escritos por Jorge cuando se jubiló y se dedicó a rememorar los años felices de su infancia en el campo, donde lo mas exigente era ir a la escuela; pero después tenía todo el resto del día para andar por la finca con sus caballos, y en el verano pasear por los alrededores que eran muy bonitos, aprovechando las vacaciones.
Estos pretenden ser relatos, en algunos casos, mezclas de la realidad y de la fantasía de Fumanchu, habrán pasajes que algunos de los actores podrán reconocer y otros que serán pura casualidad o mejor dicho pura fantasía. Si no fuera así esto seria un libro de historia y no podría contar mentiras como las contaba Fumanchu y las cuentan todos lo niños del mundo y lo que es mejor creérselas.
Esta nota es para aclarar, que los recuerdos en juego fueron los de un niño; que vivió, soñó y amó en el campo, hasta los quince años, cuando se fue a San Juan a estudiar ingeniería química y que ahora Jorge escribió.
FUMANCHU Y EL PONCHO
En esta página sabrán porqué surgió el nombre de Fumanchu para Jorge; Fumanchu fue un mago que trabajaba en Buenos Aires y su tío Aldo el poeta iba a verlo. El tenía cuatro años cuando Aldo lo bautizó por segunda vez con el sobrenombre de Fumanchú, por un poncho colorado que Jorge tenía y era igual al de Fumanchú el mago.
El poncho fue parte de su vida, porque en aquellos tiempos no existían las famosas camperas de cuero”gamulan” y lo más protector era el poncho. Corriendo a caballo, o cazando patos con el agua hasta la cintura, gritando:…patos,… patos,… patos…cuando una bandada se aproximaba, y como eran las reglas de caza tirárles al vuelo; cuando caían al agua, abatidos por un tiro, Tell su perro de caza, se metía a sacarlos; nadando en las lagunas muy profundas, a veces con el agua a punto de congelarse. Tell era un perro cruza de raza Pointer y Braco, un fenómeno, el día que su tío Miguel se lo regaló por “malo”, Fumanchú ya se había repuesto del dolor de haber perdido su otro perro, compañero de correrías: Ojito…Tell era un tipo de perro, con habilidades que demostró hasta cuando viejo y ya no podía hacer cosas como saltar el portón de madera de la casa de Los Campamentos, para ir a recibirlo después de un año que Jorge volvía a casa.
El poncho era la prenda universal, si bien se ensuciaba, rara vez se lavaba, era de una lana muy fina; permitía estar abrigado pero no perder los movimientos, por eso lo usaba para ir a jugar al fútbol en una cancha ubicada en el medio de la finca, de arena y sin un solo refugio donde guarecerse del frió en invierno, o del sol en verano. En esa cancha nació el club de la finca Furlani, que jugaba en un campeonato con otras fincas y algunos incipientes barrios.
La finca estaba ubicada en Los Campamentos, un valle al que regaba el río Tunuyán, distrito de Rivadavia, tierra de indios.
A jugar los partidos, iban en un camión, cuyo dueño era el capataz de la finca: El gringo; los viajes no eran puro placer, por un motivo u otro los chicos se agarrában a trompadas dentro del camión en movimiento, pero al llegar a la cancha todo había terminado, y lo que ahora importaba era hacer barra y alentar al equipo de los grandes.
Los pibes a veces jugaban de preliminar, no tenían pantalones cortos, ni botines (jugaban con alpargatas negras de suela de cáñamo).
El fútbol tenia una boca o tajo que se cerraba con tientos y era para sacar por allí, la cámara cuando se pinchaba...
El poncho perdió protagonismo cuando a los cinco años empezó la escuela primaria.
A Fumanchú tuvieron que operarlo del poncho para que se bañara y fuera a la escuela por primera vez.

LAS PELEAS DE FUMANCHU
Por motivo del liderazgo en la finca, tuvo muchas e insólitas peleas, la más brava fue con un pibe mucho más alto, más grande de edad y parecía más malo, que junto con otro gordo eran los más pesados. Las diferencias se saldaron primero con el mas alto; en las peleas había una obligación: Ganar o ganar, agarrándolos por el cuello y pegándoles en la nariz, hasta que les salía sangre,(peleas callejeras); perder seria terrible, así que las empezaba Fumanchú; después de eso los chicos se incorporaban al grupo como si no hubiese pasado nada.
El grupo tenía muchos miembros, pero los más chicos eran Carlitos y Fumanchu, muchas veces jugaban en casa de Carlitos o en la de Fumanchú; el papá de Carlitos era uno de los contratistas italianos que trajo el Nono, que ya estaba en la finca cuando nació Fumanchu. Carlitos montaba muy bien a caballo, cuerpo de jockey, rubio de ojos intensamente azules, eso lo distinguía del resto de la pandilla, parecía un chico mas fino; pero al igual que todo el grupo no era diferente en cuanto a su apariencia y sobre todo en época de cosechas: Estaba lleno de mosto, por subirse al camión a pisar las uvas, para hacer espacio y cargar más uvas.
Las manos y la cara enseguida tomaban el color de la tierra adherida al mosto, que se pegaba en todo el cuerpo y en la ropa, lo único que no le cambiaba a Carlitos era el color de sus ojos azules.
Otra pelea fue contra dos primos, de nacionalidad italiana, hacia poco que iban a la escuela Bernardino Rivadavia; viajaban en el mismo ómnibus a la escuela y con Carlitos
Peleamos con ellos y se rindieron, después de la pelea fuimos amigos

CACHO AGUIRRE EL AMIGO DE FUMANCHU
Cacho era un amigo muy especial, de la misma edad; fue un amigo del alma, de esos que no se pierden por nada, fue el amigo de los paseos a caballo, en sus caballos pura sangre de carrera, que el cuidaba para correr cuadreras o en el hipódromo.
Nombraré a los caballos más famosos que tenían, cuando Fumanchú contaba entre 8 y 10 años: Rebusque, Radical, dos caballos muy ligeros en carreras cortas y cuadreras, Yuyumita una yegua, que junto con Rebusque ganaron carreras por muchas provincias.
Rebusque no era puro con papeles, por un error en su anotación de nacimiento, pero era un caballo perfecto con toda la clase de un pura sangre de carrera.
En Mendoza, en el hipódromo corrió con los mestizos, nunca
Perdió una carrera y ya el último año se tuvo que ir a correr cuadreras por Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, y Buenos Aires, ganó en todos lados; carreras muy bravas, por mucho dinero, largando con partidas (en movimiento) les sacaba tres cuerpos en la largada.

Con Cacho hicieron de todo, iban a cazar a pescar, a las cuadreras y cuando se puso el primer gimnasio de box, hacían la pelea estelar de la noche para que los mas grandotes se divirtieran, se bajaban los pantalones a trompadas, se rompían el alma, pero después de la pelea salían abrazados y entre ellos no había pasado nada. Eran profesionales.
Con Cacho se hacían la rabona (faltar a clase) a la escuela para ir a jugar al villar.
Cacho fue el gran vago del colegio primario y el secundario pero se recibió de médico muy rápido y muy joven.
Una vez recibido se volvió a vivir a sus pagos La Verde. Era un medico muy querido y siendo muy joven se encontró con la muerte, choco contra un árbol a toda velocidad en la ruta de Gargantini a La Verde

LA FINCA DE CAMPAMENTOS: LORENZO FURLANI
Era lo que se llama una finca productora de uvas, junto con las vides se cultivaban muchas plantas frutales de diversas variedades, en grandes extensiones, la finca tenía un trazado muy sencillo, como la mayoría de las fincas al costado y a lo largo de La Calle Florida, todas eran rectangulares con el frente mas angosto sobre la calle; tenia un callejón al medio, que la dividía a lo largo en dos mitades iguales, pero cada lado tenia una característica distinta.
Del lado izquierdo mirando de frente desde la calle Florida, estaba la casa que construyo el tío Hugo para la Nona Luisa y cuando se repartió la finca entre los herederos del Nono Lorenzo, paso en propiedad del papa de Fumanchu y de su tía Maria que era soltera y la Madrina de bautismo , hermosa y buena, lo trató como ninguna madrina lo haría con su ahijado, por último antes de morir le cedió su parte de la casa a su papa, no así la parte de la finca que la repartió con sus otros sobrinos que la amaron y ella amo tanto, como al travieso y atorrante de Jhonny, hijo del tío Vicente El Ingles, casado con la tía Anita hermana de su papa. Del lado derecho del callejón del medio y también a la entrada, estaba la casa nueva de su papa, una casa sencilla pero bien construida, con revoques blancos a la cal.
Para construir la casa nueva de su Nona, la segunda y después que el nono había muerto, el tío Hugo usó los planos de un chalet californiano, de esos que se venden los planos para construir sin errores. Era una hermosa casa para el campo, inmensa: 400 m2, con las cosas que son vistosas en el campo: una galería daba alrededor de lo que era el dormitorio de Fumanchu, con una puerta de doble hoja de cedro de un ancho de 2 m; una ventana con cuatro hojas también con persianas de tablillas de cedro y que llegaban hasta 10cm del suelo, simulando una puerta de 4 m de ancho. El frente principal de la casa tenía un ventanal de 6 hojas de cedro y 6 m de ancho, que también parecía una puerta a 10cm del suelo, iluminando un living comedor que ocupaba la mayor parte de la casa; la casa tenia una amplia arcada que unía el living comedor con el comedor, formando un espacio para vivir muy agradable con la chimenea a leña, que al ser prendida en el invierno con maderas sulfatadas de troncos de viñas, daban un juego de luces de colores, debido a la presencia de sales de sulfato de cobre y algún contaminante de magnesio y otros metales (zinc). Esas llamas tenían una fascinación para Fumanchú que se quedaba de noche solo junto al fuego: pensando…que habría más allá de los cerros, más allá del rió…El jardín de la casa de la nona Luisa era más antiguo que la casa y fue respetado por los constructores, la Nona lo tenia precioso y tenía una gran área alrededor de la casa formando caminos, entre jardines, que estaban construidos con pequeñas piedras, eran cantos rodados zarandeados todos del mismo tamaño con doble zaranda, menores de medio cm. de diámetro, color negro que hacían resaltar las flores que había en el jardín de la casa y contra las paredes. Frente a la casa pasaba la acequia del agua que estaba llena de alverjillas salvajes, de pequeñas pero intensas flores rojas, que habían aparecido debido a las semillas arrastradas por el agua. Alrededor de la casa de la Nona Luisa y también en la segunda casa de su papa habían muchos árboles, frutales y no frutales, que le daban al lugar su carácter de verdadero oasis; ya que si nadie los hubiese cuidado, regado y por supuesto plantado nunca hubiesen crecido, en los últimos años de la niñez de Fumanchú se encargo del jardín Don Páez, también albañil y el que diseñó la jaula trampa con la que Fumanchú casaba pajaritos.
Para describir la finca hacia el interior hay que caminar por ese callejón de arena y la principal vía de comunicación: El callejón del medio.

EL CALLEJON DEL MEDIO
A cada lado del callejón se sucedían plantaciones, lagunas artificiales (aguadas para los animales: caballos, vacas), potreros, campos sin cultivar, cada lado era distinto.
El izquierdo empezaba con un viejo parral; una plantación que ya era vieja cuando Yo nací, estaba en la zona de los medanos, en la esquina del rectángulo por donde entraba la acequia del agua, daba mucha producción de uva a pesar de sus años y en el parral anidaban muchos pajaritos, entre ellos los jilgueros cabecitas negras, que eran cantores y muy bonitos. Para entrar de la Calle Florida al callejón del medio, lo primero que encontrábamos era un puente sobre la calle Florida y luego otro puente sobre el callejón, entre ambos puentes se armaba una subida, que por suerte los camiones que venían cargados de uva en época de cosecha, lo tomaban en bajada al salir. Los puentes eran de palos a lo largo, estaban cubiertos de arena, que se sacaba de las acequias para limpiarlas, esa arena era finita y la arrastraba el agua; era limpia aunque a veces traía “penepes”, que son pequeñísimas espinitas de algunos captus, se clavan en la piel como si fueran lana de vidrio, produciendo un intenso dolor y se salen cuando ellas, las espinitas, los “penepes” quieren.

EL MEDANO
El médano era una colina de arena de gran belleza por su agreste salvajismo, donde los indios enterraban a sus muertos y hacían las tolderías, mi papa hizo allí la primera plantación de duraznos y para ello debió sacar el médano. Para sacar el médano debió rebajar con agua, esto quiere decir que utilizó la fuerza del agua para nivelar el médano, que tenia una altura que impedía su regadío natural; luego se convirtió en la primera quinta, de doce hectáreas, de duraznos amarillos.
Los cultivos se hicieron junto al callejón del medio.
De un lado había más viñas y parrales.
Del otro lado habían más plantaciones de diversos frutales, tales como ciruelas, almendros, damascos y damascas, diversas variedades de duraznos, cerezos.
El lado izquierdo mirando desde la calle florida estaba todo plantado con viñedos y dos paños de duraznos y ciruelas.
En cambio el otro lado además de frutales tenia fracciones de campo sin cultivar, potreros de alfalfa, también estaba el área del viejo secadero de frutas peladas, la mayoría de las viviendas de los peones y de algún contratista, la represa de agua y la cancha de fútbol, el corral de las vacas y el corral de los caballos.
Entre los tesoros que escondían los médanos, estaban los cadáveres del cementerio indígena, junto a los muertos se encontraron utensilios de piedra que se utilizaban para moler semillas; probablemente de algarroba, ya que estas una vez fermentadas servían para hacer la “chicha”, un aguardiente, espirituosa bebida blanca, con la cual tomaban coraje para defender sus tierras de los soldados que se las robaron; entre otros el famoso coronel Villegas y sus caballos blancos, quién iría luego mas al sur para construir la primera defensa artificial contra los indios Araucanos que debieron refugiarse en Chile.
Los indios de Mendoza respondían al mando del cacique Guaymallén, de quien ha quedado el recuerdo de su nombre por el pueblo, hoy ciudad de Guaymallén; por el canal de igual nombre. Los soldados en Mendoza cumplieron con su cometido, liberaron las tierras para la agricultura; pero de la rica cultura indígena solo hay muestras en el museo que esta debajo de la plaza Independencia, museo armado por un amigo de papá, el señor Rusconi y a quien le regalo para su museo los esqueletos, los arcos , las flechas, los morteros con manos de piedra, que se encontraron en la finca; en el médano precisamente y que estaban depositados en la cocina de mi casa, produciendo susto y disgusto a mi mama.

ACEQUIA DEL AGUA
Por la arena, la sombra de los carolinos gigantes (frágiles de ramas), en verano, el lugar preferido era la acequia del agua. Era como decir la acequia de la vida, porque sin agua todo se volvía desierto arenoso, como fue en la época que la finca estaba habitada por indios.
Allí en la acequia jugábamos durante horas, cuando venia el turno (es decir venia agua por la acequia), en el verano el agua traía “penepes”, no obstante ello igual nos metíamos bajo un sol radiante y caluroso en el clima seco de Mendoza.
Buscábamos la sombra de los gigantescos carolinos, aun sabiendo del peligro que corríamos si se caía una de sus grandes ramas, las ramas al caerse hacían un ruido inigualable y siempre daban un aviso. Los carolinos eran magníficos y ya desde el tronco eran inaccesibles, no se podían trepar de ninguna manera, ya que el primer horcón aparecía a cinco metros de altura. Todos los veranos se desgajaban con los vientos o solos, por su propio peso sin que nada los afectara, y enormes ramas de carolinos caían al suelo, generando una reserva de madera que algunas pocas veces se convirtieron en tablones y la mayoría de las veces fue leña para el fuego, que se usaba en la estufa y con otras maderas de diverso origen. Las maderas que mas se usaban, eran las que se obtenían de la poda de los árboles frutales y de los troncos de las vides que se sacaban, o se renovaban. Hablar de la acequia es hacerlo de todas las acequias que (como el hilo milagroso que Ariadna le puso a Teseo en el laberinto de Creta), recorrían sin solución de continuidad todos los rincones de la finca, regando cada planta de las miles que allí había en las trecientas hectáreas bajo riego.
Muchas veces la aventura era ir recorriendo las acequias sin salirse del agua, así pasábamos de un lugar con uvas a un lugar con ciruelas o cerezas o duraznos, era de nunca acabar.
Pero para que todos sepan, la acequia para mi cuando pequeño, era la que estaba enfrente de la cocina donde estaba mamá y yo le preguntaba cada tanto…mamá estas ahí… y ella me respondía…si mi hijito aquí estoy…y yo le decía…ah…creía que te habías muerto.
La acequia servia para cultivar toda clase de árboles en sus orillas, ya que era la única zona que siempre tenía humedad. Por eso las calles mendocinas son un vergel, con acequias bordeadas de árboles que alcanzan grandes dimensiones.

LA CALLE FLORIDA
Así como el callejón del medio era la huella en la arena que permitía el paso de las personas, los caballos, las vacas, los carros de los vendedores ambulantes, los camiones con uva de las cosechas y de toda cosa con rueda o patas que quisiera circular por la finca, la calle Florida era la vía análoga que permitía comunicarse con las otras fincas que por cuarenta y cinco kilómetros. se extendían con sus frentes a la calle Florida

LOS CAMPAMENTOS LA ESTAFETA POSTAL
El lugar donde yo me crié se llama aún Los Campamentos, y así figura el nombre de la estafeta postal, que en mi niñez fue cambiando en forma sucesiva de control o encargado; el primero que recuerdo fue el turco Ernesto, que era el dueño, de un antiguo edificio chorizo a dos aguas, donde estaban ubicados, primero la peluquería, que como imaginaran atendía el turco Ernesto en persona; al lado de la peluquería el salón de ramos generales y a su lado la farmacia, que atendía mi tío Octavio el farmacéutico de campamentos todo un personaje.
En la misma peluquería atendía el correo o la estafeta como la llamábamos de chicos. La estafeta tenia en el amplio salón de la peluquería, un espacio reservado para tal fin, lo que nos permitía tener uno de de los pasatiempos favoritos cuando Ernesto estaba de peluquero. Los chicos, en un mueble formado por cajoncitos apilados, atendíamos el correo que consistía en buscar por la letra del apellido las cartas de los que venían a cortarse el pelo y de vez en cuando la barba, para luego convertirse en clientes del almacén de ramos generales que estaba a salón seguido y lo atendía la mujer de Ernesto, que era una señora mayor que él; realmente muy linda, con grandes ojos negros y el cabello largo, que a veces ataba con un rodete. No tenia hijos y por esa razón a los chiquilines nos trataba con cariño (y caramelos), todos los queríamos y el almacén y despacho de pan, despacho de bebidas y cancha de bochas, estafeta, peluquería, era para nosotros en las vacaciones el parque de diversiones…al lado estaba la farmacia del tío Octavio.

EL NEGRO, EL FARMACEUTICO: DON OCTAVIO
Era el hombre mas bueno y servicial, alto, morocho, hijo de alemanes, Kermen de apellido, era el alma buena a quien la gente muy pobre para pagar remedios y sin obras sociales ni sindicatos acudían a el para que le diera los remedios sin cargo.
El tío Octavio siempre tenia muestras gratis y de cualquier manera los sacaba del paso, o los mandaba al hospital con su diagnostico y recomendación para el Director, que disponía sin falta su atención. Había ocasiones en que con su saber debía ocuparse de los casos más complicados, como partos, para salvar vidas. Lo mas apreciado de toda esta situación de pobreza era que el tío Octavio no les cobraba ni por los remedios, ni por llevarlos en su viejo Ford al hospital.
Cuando el turco Ernesto se canso de atender la estafeta, esta paso a tener un lugar en la farmacia del tío Octavio y la atendía la empleada todo servicio, (farmacia, cocina, estafeta y cama adentro), llamada Elba.






JUAN VILLEGAS EL LABRADOR
1951


Poema dedicado a Juan Villegas, contratista que cultivó vides durante cincuenta años.
Iba conmigo a arar, podar. A los siete años anduve entre vides acompañándolo. Su piel cetrina y sus ojos verdes sobresalían en la cara aindiada bondadosa.


Poema “El labrador”

Te levantas con los pájaros
Desayunas con el sol,
Que en la mañana cantan
Que ilumina y da calor

Tus caballos ya preparas
Para arar el camellón
Y pasar la rastra al medio
Del viñedo con amor

Las vides en invierno están secas
Y tú comienzas a podar
Juntando troncos y sarmientos
Que para hacer fuego servirán

A la mañana temprano
Haces fuego con cuidado
Para invitarme a comer
Siempre tu rico asado

No te creas, labrador
Que tu trabajo es menor
Es tan grande como el surco
Que vas haciendo con sudor

Tus conocimientos son muchos
Para cultivar y del viñedo cuidar
De día aras, podas, sulfatas, desbrotas,
Para con la luna llena, regar.

Tu viñedo está ordenado
Siempre limpio y bien curado
Si llueve, sulfatas rápido.
Si hay langostas, las espantas,

Mandando todos tus caballos
Por el medio de las plantas
Con un nochero que no deje
Que las langostas se asienten

Labrador yo te designo
Por mi amor que a ti llega
El campeón de los viñedos
Juan Villegas.

Jorge Eduardo,
CAMPAMENTOS
.


TRAVESURAS
Jorge Eduardo


En la época de cosecha nos juntábamos muchos primos que se quedaban a vivir en casa o en lo de la nona Luisa, estos primos venían de la ciudad. Los que más tiempo se quedaban en la finca, eran el Johnny, el Vinci, el Rulo y el Bocho. A veces las primas venían pero con las madres y por pocos días.

Siempre que nos juntábamos los primos, estábamos tramando bromas; y un día le cayó al Bocho la suerte de salir elegido. Le inventamos una mentira para hacerle creer que había una chica muy bonita en el secadero que gustaba de él.

Le dijimos que la chica era rubiecita y una monada, que en general se quedaba en el secadero a cuidar los hermanitos y por eso no se la veía en la cosecha, que si el quería le arreglábamos una cita: Quedamos en que ella lo esperaría en la parte de atrás del secadero, al anochecer.

Con Agustín hicimos un arreglo de que él se disfrazaría de gaucho con un sombrero de ala ancha y con pañuelo al cuello que le cubriría la cara hasta los ojos, además llevaría un enorme cuchillo al cinto, el que usaría para asustar al Bocho.

Agustín se haría pasar por el padre de la chica y cuando el Bocho llegara al secadero le saldría al encuentro blandiendo el enorme cuchillo y preguntándole quién era y qué quería, pegando sobre los arbustos con el cuchillo.

Ante esa circunstancia el Bocho salió corriendo y Agustín detrás como si quisiera agarrarlo. El Bocho que era "gordito". Corrió de un solo tirón la distancia que lo separaba de mi casa, allí estábamos los primos, que no dijimos nada salvo escuchar lo que Bocho asustado contaba; la luna llena brillaba iluminando el secadero.

Siempre que podíamos salíamos todos a caballo, íbamos a diferentes lugares, algunos eran los preferidos, como el canal Los Andes, pues tenía agua y sombra que en los días de verano eran bienes muy preciados, los primos eran pocos expertos en cabalgar y siempre inventábamos un juego en que para salvarse había que correr.
El preferido era corrernos con una varilla larga y fina de sauce, y pegarnos azotes a toda carrera, cuando quedábamos en la persecución al alcance de nuestras ramas.

Para ello había que tener un caballo ligero y hábil para doblar, bueno de boca que permitiera también escapar. El juego terminaba cuando alguno se quejaba de que había recibido muchos azotes.

Cuando papá decidió construir su casa nueva de Campamentos, nos fuimos a vivir a Rivadavia. Allí conocimos nuevos amigos y amigas con costumbres que nosotros no teníamos, como hacer las fogatas para San Pedro y San Pablo.

Cortábamos pasto de todos los baldíos y juntábamos ramas y maderas de cualquier lado. Entre todos los chicos hacíamos una pila que a las doce de la noche le prendíamos fuego. Gritábamos y corríamos alrededor del fuego con una algarabía que nos generaba un estado de excitación singular.

En Rivadavia se construía una casa frente a la nuestra, era de un familiar de una tía que vivía al lado nuestro, esa casa servía de escondite para muchas de nuestras travesuras. Cuando estábamos muy en silencio venían a buscarnos las madres y nos llevaban a cada uno para su casa. Nunca nos encontraban transponiendo límites porque teníamos nuestra red de espías.

Jorge Eduardo
Campamentos-Rivadavia-Mendoza

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MI PERRO TELL SALIO DE LA CADENA Y APRENDIO…Por Jorge Eduardo



Tell era un perro atado a la cadena y por ello se convirtió en un perro de apariencia "malo".

Como todos los Pointer, era inquieto y como todo los Braco, era inteligente y muy buen rastreador. Su cruza entre padres finos dio por resultado un raro pero excelente perro de caza.

Su aspecto era el de un perro bien desarrollado: alto por su herencia Pointer y con un buen stop; o forma de cabeza cuadrada, y corpulento por su sangre Braco.

Su magnífica cabeza la deslucía su boca con labios leporinos partidos al medio del lado superior, por entre los cuales se veían una fila de dientes dándole una cara de malo...pero no. Era sólo su aspecto y su persistente ladrido...nunca agredió a nadie y siempre estuvo suelto desde que yo lo tuve conmigo y lo llevé a casa con un año de edad.

Cuando lo fuimos a buscar con el tío Hugo, lo hicimos en el Jeep guerrero que él tenía. Tell que conservó su nombre, cuando le desaté la cadena que lo retenía día y noche, atado a un palo en un patio cerrado, se dio cuenta que algo cambiaría en su vida y salió arrastrándome hasta la calle tirándome de la cadena, donde estaba Hugo arriba del Jeep.

Hugo lo llamó por su nombre y Tell se subió de un salto y se sentó junto al volante como si toda la vida lo hubieran llevado en Jeep.

Salimos todos contentos. Yo, porque me habían regalado el perro con el cual jugaba cuando iba a lo del tío Miguel, Hugo, por la clase que Tell evidenciaba y el perro porque pasó a ser libre, a llamarse por su nombre y a no ser más un perro atado a una cadena.

Nunca había salido en Jeep, nunca había cazado, nunca había "traído" una perdiz, nunca había "marcado" un animal de caza. Nunca había sido libre.

Jamás había hecho nada, más que estar atado a la cadena. Era un chico que iba al jardín de infantes, pero en poco tiempo pasó de grados y fue a la universidad y se recibió de "perro de caza".

Ese primer día fuimos a un campo con perdices. Tell al principio las hacía volar con su alocada carrera y cuando la perdiz caía muerta por un disparo de escopeta, Tell corría y la empezaba a masticar.

Primera lección: Enseñarle que no se mastican las perdices que se cazan
Segunda lección: Enseñarle a rastrear y marcar las perdices en vez de atropellarlas y espantarlas.

Fue aprendiendo, necesitó tiempo antes de dejar de masticar las perdices, también para "marcar" levantando su mano derecha y poniendo rígida la cola extendida, sin moverla. Cuando aprendió a traer a la mano se había convertido en el perro más hábil que yo conocí.

No me importaba su cara de escopeta de dos caños, por culpa de su nariz partida, ni que corriera las liebres ladrando como un loco, pues sabía hacer muchas cosas que otros perros no lo harían y por ser perdiguero demasiado se hacía respetar cuando un extraño llegaba solo a casa.

Como lo sacábamos a cazar en diferentes lugares, aprendió y nos enseño que él marcaba a cada animal en forma distinta. Así si eran perdices iba despacio y las señalaba con una "parada" antes de avanzar a una orden y hacerlas volar.

Con las martinetas copetonas iba corriendo con la cola tiesa y las "levantaba" con una pequeña parada, porque se le escapaban y no le daban tiempo para marcarlas.

Las liebres las corría ladrando alocado tras de ellas...sin responder las voces de mando para que no las corriera.

Nos acompañó a cacerías en Mendoza, Córdoba y San Luis y cuando Fumanchú se fue a la Universidad de San Juan, él ya no salió más a cazar. Tell tenía ocho años y mi tío Hugo se había ido a vivir a la ciudad de Rivadavia, él tenía dos perros Pointer con los que salía de caza.

Tell se puso gordo, y se convirtió en un excelente perro guardián… En mi último año en Santa Fe, Tell tenía catorce años.

Tell murió, y mamá no me avisó. Cuando llegué a casa y no lo vi se me corrió un lagrimón.

Los primeros años que me fui a San Juan cuando volvía a casa, yo lo silbaba y Tell venía corriendo y saltaba un portón de madera con tablas terminadas en puntas y se lanzaba sobre mi humanidad.

Cuando ya no pudo hacerlo se quedaba del lado de adentro ladrando hasta que yo entraba y con su ternura me hacía comprender que nunca olvidó a quien, de niño, lo mimó y sacó de la cadena.

Jorge Eduardo
Palmira-Campamentos, Rivadavia, Mendoza.

MI PRIMER PERRO: OJITO UN TERRIER PELO DURO.
Jorge Eduardo



Ojito, era un perrito blanco, hijo de una perrita Fox Terrier. Los Fox Terrier recibieron ese nombre en Inglaterra por su bravura para cazar zorros, que son malos y peligrosos para un perro de su mismo tamaño; tienen la habilidad de meterse en las cuevas de los zorros y los sacan de ellas para que sus dueños armados de escopetas cacen a los zorros cuando salen.

Ojito desde cachorrito mostró su sangre, era bueno únicamente conmigo, dormía a los pies de mi cama y cuando mi mamá quería cerciorarse, en invierno, que estábamos bien tapados o darnos un beso, Ojito sólo le permitía llegar hasta la puerta de la pieza, en caso de que ella tratara de cruzar el límite por él impuesto, la mordía sin ningún miramiento; razón por la cual ella no cruzaba de noche a nuestro dormitorio, de mi hermano y mío.

Ojito fue un juguete cuando chiquito, y un valiente compañero cuando grande. Cuando por alguna razón yo salía de noche por el campo, él era mis oídos y mis ojos, también mi audacia y mi coraje. Yo con él me sentía valiente y me atrevía a andar por afuera, en esa época en el campo, donde yo vivía, aún no había energía eléctrica y tampoco eran comunes las linternas, que en todo caso, no eran utilizadas para andar de noche por afuera jugando.

A Ojito me lo regaló el tío Anselmo, hermano de mi papá. En los veranos yo siempre iba a las casas de los diferentes tíos y los primos venían a mi casa; cambiábamos ciudad por campo y campo por ciudad. El verano que nació Ojito, yo estaba en la casa del tío Anselmo y ya le había pedido el año anterior que cuando nacieran perritos me diera uno, y el tío eligió el más grande, el más vivaracho, el más bonito, que aparentaba ser desde cachorrito tan malo como su madre.

Ojito me acompañó en varias correrías, pero las que más se destacaron fueron las cacerías de gatos. Los gatos eran mis enemigos; a los siete años yo no comprendía que se comieran mis conejitos o mis pichones de palomas.

Yo criaba conejos, palomas y pollitos bebé, todas ricas comidas para los gatos que venían de la bodega vieja y que vivían en estado híper salvaje; comiendo también los pichones de las palomas salvajes de la bodega. Las palomas de la bodega, estaban allí desde antes que yo naciera y los gatos no habían logrado eliminarlas de tantas que eran, y auque yo no lo supiera, cuando empecé a matar a los gatos, empecé a romper el equilibrio ecológico.

Pero aunque lo hubiese sabido, igual los hubiese matado, pues ellos se comían mis hermosos conejitos blancos, hijos de los conejos que me regaló Don Juan el caballerizo.

La forma de cazar gatos era una variante del uso que hacían los que desarrollaron la raza Fox Terrier. En lugar de cuevas, eran espacios entre palos de álamos depositados a lo largo, sobre palos atravesados, donde se escondían los gatos; y en lugar de zorros eran gatos tan salvajes como los zorros.

Ojito se metía entre los palos donde se escondían los gatos, y cuando salían yo los cazaba de un tiro, con una escopeta calibre 14, que era de mi mamá. La forma de apuntarles era al tun-tun desde la cintura (al estilo de los pistoleros).

Una noche de verano caminábamos toda la familia por la calle Florida (ruta de campaña, recientemente asfaltada), íbamos hacia lo del tío Octavio (farmacéutico), dueño de la única farmacia en muchos kilómetros a la redonda.

No era común caminar por la noche en familia por la calle Florida, ya que los autos que pasaban lo hacían llevando muy poca luz, convirtiéndolos en un peligro...uno de esos autos...al que insulté mientras lloraba..., atropelló a Ojito, dejándolo tirado en el suelo al lado de la acequia del agua.

Yo lo alcé y lo llevé para que el tío Octavio...el Negro...el sabio...lo curara, mientras yo, preso de una crisis de llanto, era calmado con una inyección.
Al otro día cuando desperté en la casa del tío Octavio, la tía teresa, su esposa, estaba a mi lado haciéndome comprender lo que aún no he comprendido:¿Por qué se tuvo que morir Ojito?
Mi largo llanto no era de bronca, tampoco de dolor...era el peor llanto que puede tener un chico... era el llanto de sentirse solo... Sin saberlo, Ojito me ayudó hasta el final, me enseñó a perder lo que más se ama y a una edad en que esas cosas no son necesarias ni se comprenden.
Jorge Eduardo. Campamentos

LA CASA DEL NONO: VILLA CONSTANZA
Por Jorge Eduardo



La casa del nono, quedó para su hijo mayor; se llama aun Villa Constanza y pasó en propiedad al tío Anselmo; luego a su hijo Coco y de este a su esposa Porota.

El hermano de Coco se llamaba Tito, el loco de las motos, metía miedo cuando andaba en su moto alemana HRD, de 500 cm3, a una velocidad superior a los 200 km/h. Tito sobrevivió a la moto con la cual tuvo un accidente grande y la vendió cuando se casó con Ofelia y se compró un camión Mercedes Benz, para transportar vino a granel, desde Mendoza a Buenos Aires

La casa del nono es espectacular, aun hoy conserva su viejo aire de castillo italiano, de morada romana. Veo sus escalinatas de mármol de Carrara y me parece que sube por ellas Julio Cesar. Aunque, en aquellos tiempos era sólo la casa más linda para jugar a las escondidas, para correr por sus bosques de árboles de flores como magnolias y de frutales; la casa estaba en la Finca Russell, así se llama el lugar.

Las frutas más ricas y exóticas que para mí habían, eran las limas que se parecen en forma y color a los limones pero son de un verde más oscuro; su sabor es especial y son árboles muy grandes que producen gran cantidad de frutos.
Todos los años y hasta que tuve doce ó más, nos reuníamos todas las familias para navidad. Éramos un montón, a partir de que los hermanos de papá son ocho, y nueve con mi papá.

Cenábamos en el inmenso comedor que tiene una mesa muy larga, y en el único salón de la casa quedaba espacio para sillones donde las tías se ponían al día hablando de nuestras fechorías y otras novedades...los tíos hablaban de cacerías, de cuánta uva iban a producir las viñas ese año y de cuál sería el precio...los más chicos recibíamos una "enorme" cifra de dinero para la ocasión y festejar con juegos y fuegos de artificio la Nochebuena (un peso).

Comprábamos pirotecnia de la de antes, recontra peligrosa; para ejemplo sobran las cañitas voladoras, que al finalizar su recorrido tenían en la punta una bomba que explotaba, convirtiéndose en nuestras manos, en armas de guerra y de eso se trataba cuando hacíamos dos bandos entre los muchos primos que nos reuníamos cada Navidad, poniéndonos a tirar cañitas desde dos extremos en el carril Ozamis, unos contra otros. Dios sería mendocino y por lo general no había accidentados ni había bajas en el parte de guerra por esta causa.

Otras batallas debí librar por mi culpa con el tío Anselmo, quien como dueño de casa se encargaba de organizar todo para que no faltase nada en la fiesta.

Una Nochebuena, faltando minutos para las doce de la noche y aprovechando que el tío Anselmo estaba ocupado en mirar las mesas, algunos de los primos, con el Rulo, el Johnny y yo a la cabeza, fuimos al sótano a robar comida: Lechones, pollos, pavos... El tío nos tenía estudiados desde los años anteriores; ese año se había preparado un rebenque: Cola de víbora con un largo mango de madera, un pedazo de cuero de dos metros, trenzado y una punta de cuero de potro sobado. Les pegaba a todos, no había rápido ni habilidoso que no fuese alcanzado por esta cola de víbora...

Esa noche alguien dio la voz de alerta que venía el tío con chicote... todos subieron la escalera del sótano y encararon por donde el tío nos esperaba con su chicote; no le erraba a ninguno. Fui quedando para el final y cuando me tocó el turno, en vez de encararlo me tiré al patio de la casa, que desde la baranda de la galería habían como tres metros hasta el suelo, no me fijé y tampoco se veía, porque de ese lado la casa estaba a oscuras, el patio escondía una trampa fatal: Una rastra de discos de esos que se usan para labrar la tierra.

Eran una novedad y yo no los conocía, cuando por la gracia divina mis piernas pasaron por entre los discos, sólo en la pierna izquierda penetró uno hasta el hueso; yo sentí una extraña sensación y dolor, pero cuando llegué al comedor con luz y vi la carne levantada hasta el hueso, me di cuenta de lo que pasó...mi padrino; el tío Severo, me llevó hasta Maipú a su consultorio donde me cosió con doce puntos.

Al volver a la casa del Tío Anselmo, la Nochebuena seguía siendo "mala", mi primo Rulo se había atravesado el pie con una enorme espina de palmera... de nuevo al consultorio... los brindis fueron a las dos de la mañana.
RUSSELL1952-MAIPU MENDOZA



FUMANCHU: (JORGE) EL AMOR POR LOS CABALLOS.
Jorge Eduardo

Año tras años hay que arar las viñas varias veces al año, cambiando el tipo de aradura. Las primeras araduras comienzan tirando la tierra de la primera pasada de arado contra los troncos; esto se llama tapando, y se termina dejando un surco en el medio del camellón para que corra el agua.

A veces se ara la viña con el camellón cerrándolo al medio, se empieza arando por el medio, haciendo las dos primeras pasadas en forma enfrentada y se termina contra las plantas quedando una melga para desorillar.

Los tractores para viña recién aparecieron cuando Fumanchú tenía quince años. Yo viví el laboreo con caballos entrenados para pararse cuando percibían que la reja se había enganchado en el tronco de una planta y que si tiraban un poquito más lo cortaban, arruinando el trabajo de cultivar y formar una planta de vid de muchos años.

Mantener las viñas es muy costoso, lleva muchas horas de riego, horas para podar, horas hombre de arar, horas de sulfatar, horas para enredar los sarmientos a los alambres, horas para pasar la rastra de Chépica, horas para cortar a machete y a mano los brotes que crecen exageradamente y después de muchas cosas más, como hacer los tapones con tierra en la acequia, levantar y amontonar los sarmientos de la poda; para finalmente cosechar la uva y mandarla a la bodega para hacer el vino.

A veces en medio de las labores cae una manga de piedra, arruinando el trabajo de todo un año. Rompe toda la uva que está cerca de madurar y termina con la esperanza de una buena cosecha. Por esa razón ahora se les ponen protectores como techos sobre los Parrales fundamentalmente y las viñas, construidos con telas finas de alambre que no dejan pasar las piedras.

Si se usan caballos para las labores que requieren tracción, el costo no es fácil de calcular, pues los caballos comen fardos hechos en la finca a los que no se les asigna un valor correcto, pues estos fardos tienen un valor cuando se los vende y otro valor cuando se los compra, es decir que si los potreros se manejan bien y producen mucho, dejan una buena ganancia para la finca.

Los fardos comprados se deben traer la mayoría de las veces de la Provincia de Córdoba, y esto genera un gasto muy superior a producirlos internamente en la finca.

Los caballos de montar, sus nombres y también sus colores, son fáciles de recordar. Aquí haré mención de un caballo que se llamaba el Guindo por su color colorado como una guinda, fruta salvaje y muy rica, de aspecto similar a las cerezas, aunque más chicas.

En la finca había caballos colorados, colorados sangre de toro, zainos colorados, zainos obscuros y negros, también habían ruanos y alazanes… nunca tuve un caballo blanco, tampoco tuve un moro, que mucho hubiese querido, como el moro del Martín Fierro.

El que sí tenía un moro era el pibe Soria, tenía un caballo flaquito, finito de manos, vivía en la casa del Aguaribay, al lado de la represa del agua para los animales, andaba siempre a toda carrera y por ese motivo tenía un entrenamiento para correr carreras.

Un día nos desafiamos a correr una carrera desde el portón de entrada hasta el portón del callejón del medio. Yo corría con el Pico Chueco y de salida nomás le saque como tres cuerpos de ventaja, cuando llegamos después de 600metros, le había sacado una ventaja considerable. Desde ese día no pasó más por la puerta de mi casa corriendo a todo galope.

Como dije el Guindo era colorado, de un pelo fino por ser sangre pura de carrera, brillante y cortito en verano, hijo de la Sandunga, muy parecido a la madre, también se parecía al Noble. A todos esos caballos los conocí siendo yo muy chiquito y ellos ya eran grandes.

El guindo había sido un caballo de montar, de correr carreras cuadreras, pero yo lo conocí cuando ya era un caballo para atar al Sulky, que a pesar de su cuerpo fino y livianito trotaba a tal velocidad que para darle alcance había que ir montado en otro caballo a plena carrera. Lo atábamos a un Sulky liviano que el Guindo hacía volar y en los caminos de arena lo hacíamos derrapar, como un fórmula 1 de Sulky de carrera.

La yegua Ruana no era de nadie, mejor dicho de nadie de mi casa: Ni de mamá, ni de papá, ni de Cacho, ni mía. Era de la finca, por eso la usaban para trabajar con los arados en yunta, con el carro, con la sulfatadora. Pero la Ruana era tan mansa y linda que siempre la traíamos al potrero al lado de casa.

Un día a papá se le ocurrió sacarle cría con un pura sangre de los Aguirre, teníamos que llevarla hasta La Libertad, cerca de la Bodega Catena, a la casa de Antonio Aguirre, un hermano de don José que lo tenía prestado.

Para ir a la casa de Antonio, lo hacíamos buena parte por el campo, por dentro de un río seco; allí en ese lugar salió una liebre europea y yo empecé a correrla por el río seco a toda velocidad con el Pico Chueco. La liebre me sacó ventaja al principio pero cuando habíamos corrido unos cuantos metros, el caballo comprendió que lo que quería hacer era alcanzarla y empezó a seguir a la liebre sin que lo dirigiera, siguiendo por su mismo camino.

En determinado momento y cuando estábamos más cerca de ella, la liebre dio un giro de noventa grados y se salió del cañadón. El caballo que no le perdía pisada hizo el mismo camino que la liebre, reaccionando antes de que yo lo dispusiera.

Para la liebre fue fácil salir pues utilizó un corte hecho en la pared por el agua de las lluvias, pero el caballo se encontró con una pared de frente de más de un metro que debió saltar hacia arriba trepando. Para comprenderlo piensen que se subió al techo de una casa, la liebre se escapó, luego debimos saltar hacia abajo y lo hizo como si nada.

La yegua Ruana tuvo de ese servicio de Girabel, una potranca alazana del mismo color del padre. Fue su última cría. Se crió en el potrero de la casa.

Antes de esta cría, la Ruana había tenido un potrillo de la edad de Chiquito, este potrillo fue amansado por Juancito, el hijo de don Juan el Caballerizo. Mi papá se lo regaló por el cariño con que Juancito lo cuidaba y porque no lo quería vender. Era chiquito, bajito, de ancas partidas, de color alazán y crines rubias, fue el caballo más bonito que nació en la finca.

Juancito que era un gaucho, lo entrenó con esmero y servía tanto para correr por el potrero enlazando terneros o tirar de una vaca vieja a la cincha para llevarla al carnicero, no era ligero pero tenía un andar muy vivaz y estaba siempre pronto para arrancar, tenía una rienda que hacía las delicias de quienes lo manejábamos, ya que Juancito me dejaba usarlo siempre que yo quería.

Se llamaba Loquito y fue un caballito de verdad que parecía de juguete.

A la yegua Negra papá se la regaló a mamá y cuando nació Cacho, mi hermano mayor, mi mamá se la regaló a él. Sin embargo la Negra fue sillera de mamá, la usaba con montura inglesa para dama. La Negra era mansa, ligera y saltarina, mamá la usaba para cazar perdices de a caballo, se iba a los potreros y Tell las levantaba y se las traía cuando las mataba al vuelo desde la montura. Siempre salían con papá, él de a pié por un lado y ella a caballo por el otro, con el perro. Mamá traía en dos horas, de diez a doce perdices; y papá, cinco o seis. Alguna vez papá aparecía con una liebre que la cazaba en las viñas, cosa que aprendí a hacer mirándolo a él. Se iba mirando camellón por camellón donde las liebres a la mañana temprano y a la tarde a la entrada del sol estaban en las viñas comiendo, entonces se aproximaba sin que lo vieran por el camellón de al lado donde estaba la liebre y cuando estaba a distancia para tirarle, se acostaba de panza, pasando la escopeta por debajo del último alambre y la mataba de un tiro. Usaba una escopeta Browning de cinco tiros, calibre 12.60, llamada vulgarmente calibre 12 grande, que la podía usar a 50 metros de distancia con total efectividad.

El primer potrillo que tuvo la Negra, fue Chiquito, hijo del Gaucho; un lindo caballo de campo, mestizo, tirando más a criollo grande, colorado, fuerte, de ancas redondas, buenas patas y bazos redondos y negros . Era un caballo muy liberal, de buena boca, y el padre de una generación de potrillos hasta que lo caparon, sus hijos conocidos fueron: Chiquito, de igual color que él, zaino colorado, el Loquito hijo de la Ruana, que era alazán, y otro caballo negro hijo de una yegua negra de don Juan Villegas.

Don Juan Villegas era el contratista de más edad de la finca, tendría como setenta años, con quien iba yo a desayunar a las diez de la mañana, en el medio de la viña. Todos los días él hacía asado a la parrilla, un rico asado. Qué digo rico..., riquísimo. Lo hacía con sarmientos que calentaban un pozo de arena; los sarmientos se iban consumiendo y quedaba la arena caliente.Tardaba un poco pero no se podía quemar ni quedar crudo, salía siempre a punto. Cuando los sarmientos se convertían en brasas tiraba la parrilla arriba, y ponía la carne hasta que se consumían las brasas y se terminaba con el calor de la arena.

Papá hacía los asados en una rueda de máquina de sulfatar, que llevaba encima de los rayos una tela de alambre gruesa. Cuando la pila de sarmientos no hacía más llamas, tiraba la rueda encima de las brasas de los sarmientos y ponía la carne, cuando las brasas se consumían la rueda iba entrando en el rescoldo y el asado salía perfecto.

Chiquito fue mi primer caballo, me lo regaló mi hermano porque la yegua era de él. Se crió en el potrero de casa, me pasaba el día entero jugando con él, crecimos juntos, nada más que él a los cuatro años fue adulto y yo tenía siete y era un niño pequeño.

Lo tuve hasta mis once años cuando ingresé al secundario, con clases mañana y tarde. Con él hice la mayoría de mis correrías de a caballo; también fue mío el segundo potrillo de la Negra, hijo de Desalmado y que se llamó Negro.

A los caballos que teníamos, cuando se dividió la finca, los vendimos a todos porque ya no teníamos potreros y yo tampoco los podía usar como antes. El campo es lindo para vivir de niño, para nacer y criarse. Es el lugar donde las cosas pasan con toda naturalidad, sin maldad.
Los animales todos los día pueden darnos una lección de vida o muerte, no es fácil aceptar cuando se es chico que se muera un ser querido y sobre todo si este es un animal con el que teníamos apego, la Sandunga, el Noble y el Pico Chueco me enseñaron que también los seres queridos se mueren algún día y como los caballos se mueren antes que los hombres, se murieron primero algunos de los caballos, preparándome para pérdidas mayores.

Chiquito era un caballito al que nunca lo habían enlazado y cuando largó los huevos, los hombres grandes de la finca decidieron que había que caparlo, ya que no lo dejarían entero para padrillo. Tendría dos años para tres. El caballerizo don Juan Aguilera, capaba todos los caballos que nacían en la finca. Lo capó con el antiguo método del cuchillo y curado con cenizas. Ese día fue para mí, un gran sufrimiento. En el corral lo enlazaron con dos lazos, lo enlazaron del cogote y de las manos y lo tiraron al suelo, nada de eso era necesario pero los gauchos lo hacen para divertirse.
Chiquito que era absolutamente manso, al sentir el lazo en forma violenta por el cogote se puso loco y casi se descogota. Si no fuera que yo estaba allí y lo calmé, no sé lo que hubiera pasado. Cuando lo dominaron, don Juan lo capó.

Don Juan era mayor, casi anciano y él no participaba de la sesión previa de manearlo, elegía el mes y la luna para que no hubiera moscas y luna cuarto menguante. Les cortaba bien cortas las binzas, para que no quedara "toruno" con carácter de padrillo, ese era el paso previo para comenzar la doma y hacerlo de montar.
Como siempre sucedía, el que amansaba los potrillos era don Juan. Primero se los llevaba para su casa, sacándolos del potrero. Allí tenía un corral con buen techo para sombra y una parte abierta para que caminaran y retozaran. La casa de DonJuan era la última de la finca, no sólo estaba lejos sino que estaba sola, al fondo, y al lado del último campo virgen.

El cuidaba la puerta del fondo y para entrar o salir por allí, había que conseguir la llave que él tenía y nadie más. Era la forma de cuidar que no se robasen las cosas de la finca, equipos o animales; ya que toda la finca estaba cercada con un alambrado de siete hilos, como es costumbre en el campo (con alambres de púa).

Para hacerlos de boca, don Juan los tiraba de la boca con una media de mujer y los andaba el primer año con una guatana de fina media de mujer, que llevaba al medio una cadenita. La doma bien hecha a campo llevaba un año completo, pero el caballo salía corriendo y era frenado en un círculo de dos metros.

Chiquito era sólo para mi uso y nadie más podía usarlo para ninguna cosa, así que tenía algunos defectos que yo no se los sacaba. Como se lo dejé poco tiempo para que lo amansara salió duro de boca, sobre todo para un chico de siete años. Yo no tenía mucha fuerza y no podía pararlo cuando lo largaba a toda velocidad.
Un día decidimos con Carlitos Stirpa, que correríamos una carrera desde el primer potrero, al lado de su casa, hasta el portón del medio. Serían 400 metros.
Carlitos tenía un hermoso caballo tordillo, alto con manchas azules, podría haber sido un excelente caballo de salto si hubiese sido entrenado.
Picamos juntos y en los 300 metros no nos habíamos sacado ventaja. Pasamos la casa de Carlitos, los corrales, el aguaribay, la represa y ya teníamos que frenar porque el portón del medio estaba cerrado, faltando 50metros. Carlitos empezó a frenar y yo no pude frenarlo. El caballo frenó solo contra el portón, al último rayó con las cuatro patas y yo volé por encima del cogote y de la cabeza del caballo, por arriba de un alambrado que terminaba en el portón de hierros a lo largo y estructura de tirantes de madera. Desde el alambrado salía un fino alambre de fardo hacia arriba, sobresalía 20 centímetros más o menos, y me enganchó el pantalón de hilo claro que me había hecho la tía Teresa con un pantalón del tío Octavio.

Mi lindo pantalón terminó hecho una pollerita de mujer; y yo casi termino hecho una señorita, por culpa del alambre. Que por milagro no me enganchó; allí en donde los hombres tenemos el género masculino.

Papá no me perdonó la audacia, me quitó el caballo y se lo dio a Don Juan con el mandato que no debía dejarlo de nuevo en mis manos. Pasaron seis meses y yo no tenía el caballo.

La culpa de que no lo tuviera fue mía, pero el castigo fue muy severo. Tanto, que una tarde me enteré que Don Juan había fallecido. Se había caído de un colectivo, y cuando todos estaban consternados yo estaba feliz.

Papá se dio cuenta que sin quererlo lo había convertido en mi enemigo. Me devolvió el caballo, pero Don Juan, mi amigo, se había ido con mi orgullo herido y sin él desearlo y yo tampoco, no nos vimos en el último día de su fatal destino.

Esas cosas me hacen comprender que los odios de los niños son a veces a causa de las incomprensiones de los adultos, que no le dieron las soluciones perfectas.

Fumanchú no lloró por su amigo, pero cuando Jorge llevó a sus hijos, veinte años después, y les mostró la tapera que quedaba de lo que fue la casa de Don Juan, ninguno se dio cuenta que al bajar del auto, a mirar los restos de la tapera...Jorge con congoja buscaba algo que hubiese pertenecido a Don Juan: El caballerizo

La yegua Negra fue la sillera de todos los días de papá, él salía a recorrer la finca que era muy grande, para ver cada uno de los trabajos que había ordenado o que debían hacerse porque era la época.

De las trecientas hectáreas había plantadas doscientosetenta; de las cuales setenta serían de quintas, treinta de potreros y el resto de parrales, espalderas y viñas bajas; con un pequeño campo virgen, sin cultivar.
Papá salía igual que sus contratistas muy temprano de mañana y a eso de las cuatro de la tarde en verano. A veces salía de noche, iba a controlar a los que tenían el turno de agua, si estaban en la viña regando o dejaban el agua sola sin control. Si venía poco agua, para su ojo experto, se iba hasta el canal Los Andes, aunque fuera invierno y a la una o dos de la madrugada, a ver que no le robaran el agua, cosa que sucedía a menudo si no controlaba; hecho realizado por los contratista de las fincas vecinas.

Papá los descubrió en más de una ocasión robando agua y para terminar con esta situación debió hacerle conocer su enojo de una manera violenta, con lo cual terminaron de robarle agua y quedaron luego como buenos vecinos. Robar agua en Mendoza es un grave delito.

La yegua Negra era mestiza, cruza de caballos criollos con pura sangre, respondía mucho en su aspecto a un criollo liviano, no era muy alta ni tampoco muy grande, tenía de los puros un aire Árabe y en su funcionamiento tenía mucha sangre de puro de carrera. Corría sin cansarse por kilómetros, sin parar. Era muy ágil y liviana para saltar espinas de algarrobo que crecían en el callejón del medio, jarillas y retamas amarillas en los senderos del campo hacia los cerros.

Además de Chiquito, tuvo otro potrillo todo negro como ella, al que le puse de nombre Negro y que era hijo de Desalmado, un pura sangre de Aguirre, que le dio clase y la Negra le transmitió su carácter. Negro era un caballo de sobrepaso, fuerte, no muy alto, mucho pecho, linda anca, unida como Desalmado. Podía cabalgar sin parar grandes distancias a un ritmo mayor que un galope, pues era de sobrepaso y para los que no los conozcan imaginen un caballo peruano braceador, pero este no era braceador (ni tampoco era peruano) los braceadores son cruzados para andar y este era derecho. Por tener un sobrepaso largo, su galope era aun más tendido que un caballo normal, y ya fuera al galope o al sobrepaso su ritmo era incomparable con cualquier caballo.
Negro era manso y permitía cazar desde su lomo. Una vez me salieron tres liebres europeas juntas, cosa nunca vista. Sí era común que salieran grupos de liebres criollas o Maras. Salieron corriendo en una viña abandonada que no tenía ni postes ni alambres, sólo que no habían cortado las plantas de vid, y estas permanecían en estado salvaje, dando pequeños racimos caídos contra el suelo, a los que venían a comer las liebres que estaban en el campo.

Esa liebre fue mi primer trofeo de caza cobrado desde mi caballo, maté una, ella a la carrera y yo al galope. El estilo que utilicé fue el mismo que para cazar gatos: Sin apuntar en forma clásica, con la escopeta desde la cintura calculando por donde pasaría la liebre, era a puro instinto mezcla de experiencias previas...y suerte.

Cuando llegué a casa estaba el tío Severo (mi padrino), y en un acto elegante, le ofrecí la liebre a mi tío; a quien quise mucho por ser tan bueno conmigo cuando yo me iba a su casa y me llevaba a cenar a los lugares más lujosos de Mendoza, entre ellos La Armonía. Fue un cirujano muy reconocido en Maipú y le dieron su nombre a la sala de cirugía del hospital Diego Paroisien.

Una vez fui a cazar en Negro, después de una fuerte lluvia, debía cruzar el canal Los Andes, a pesar que papá me decía que cuando el canal viene "crecido" por la lluvia, no me metiera porque muchos de los que lo hicieron fueron arrastrados junto con sus cabalgaduras y ellos y sus caballos resultaron muertos ahogados. Eran muy conocidas las historias de personas ahogadas en ese canal y en otros canales de Mendoza.
Ese día crucé con el agua de bote a bote, es decir, cubriendo hasta el borde máximo de las orillas y con el agua saliendo en algunos lugares, cayendo al camino que lo bordeaba. Entré por un vado de vacas y caballos, que estaban acostumbrados a cruzar el canal o a ir a tomar agua allí.

El vado era una “V” enfrentada de ambos lados, hundida en el borde del canal, lo que permitía largarse a la correntada de a poco y haciendo pie. Por allí cruzaban los caballos sueltos sin dificultad cuando el nivel del agua era normal, pero ese día no era normal, y cuando entramos con el Negro, el agua nos empezó a arrastrar.
Llevaba la escopeta, las riendas y un cabresto atado al bozal en las manos. Tiré la escopeta y el cabresto, y sin perder tiempo me subí a la montura y salté con todas mis fuerzas y estirando las manos agarré las ramas de unas achiras que crecían junto al vado. Eso nos salvó a los dos, pues apenas salí del agua, con el cabresto lo empecé a sostener de la cabeza y ayudarle a salir por el vado, el Negro con su temperamento y fuerza logró salir.

La vuelta la dimos por un puente que estaba a 15 kilómetros del lugar donde cruzamos el canal, allí estaba el rancho de los Pérez. Criadores de cabras, el rancho estaba construido con materiales del lugar, maderas de los árboles que crecían junto al canal. Eran maderas de sauce llorón para las cumbreras del rancho, barro y jarilla para las paredes, una galería del lado de la sombra a la tarde para tomar mates; y el corral de cabras pegado a las casas, allí vivían los abuelos, los padres, los hijos y los nietos. Todos de cuidar cabras. Como había pumas que entraban de noche al corral de las cabras y las mataban, tenían al lado de la cama una escopeta cada uno para salir y tirar, sin darles tiempo a que mataran.
A los pumas no era fácil verlos ni cazarlos y cuando se "cebaban" se volvían peligrosos, enfrentando a los perros que cuidaban las cabras. No era común que hubiese pumas cebados porque cuando aparecía alguno que estaba cebado y atacaba las cabras en el campo, se juntaban los criadores de cabras y cazadores amigos, los rastreaban hasta encontrarlos y matarlos.
Los pumas bajaban en invierno por falta de comida en los cerros nevados, o en el verano por falta de lluvias que secaban las lagunas naturales donde abrevaban; por esa razón alguna vez llegaron cazando hasta la finca, donde mataron terneros y ovejas sin que nadie los viera.

Papá me contó que una vez por el callejón del medio, entró una pareja de Aguará Guazú (lobo misionero), venían de lado del canal, animal que no conocí hasta que los vi en el zoológico de Mendoza; pasaron toda la finca y se perdieron en el campo del fondo. No se quedaron ni hicieron daño en la finca y nunca se explicaron cómo esos animales habían llegado hasta allí.

La venta de los caballos se produjo porque papá y sus hermanos dividieron la finca siguiendo las leyes de la herencia. A la Nona Luisa, por ser la esposa del nono Lorenzo, dueño original de la finca de Campamentos, le correspondió el cincuenta por ciento. El otro cincuenta por ciento, se repartió entre los nueve hermanos: La finca de Russell, se repartió solamente entre los hijos de Constanza (siete hermanos), dándole a cada uno porciones de finca de "igual valor", lo que no significaba, de igual tamaño.
Así, a algunos no les tocó poseer potreros en la finca de Campamentos, entre ellos a mi papá, y allí surgió el primer inconveniente para mis caballos y los de papá, habría que alimentarlos con forraje y pasto comprado, eran tres y se usaban poco y para pasear, ya que mi papá no necesitaba más a la Negra para trabajar.
Yo había ingresado a la escuela secundaria y tenía clases mañana y tarde y tenía mucho que estudiar, así que después de consultarme, papá buscó un comprador y consiguió uno en la provincia de San Luis que se llevó a los tres animales juntos: La Negra, Chiquito y el Negro que aun era padrillo. Diríamos toda la familia, la madre y los dos hijos.

Los caballos los llevaron montados y cruzaron el río Desaguadero por un vado que ellos conocían y no tenía casi agua en ese lugar, el Desaguadero se convierte en un río casi seco en épocas del año.

Con el dinero que papá cobró, me compró un traje para ir a la escuela, ya que era obligatorio ir de traje, con corbata, y en eso me gasté la plata que pagaron por mis caballos.

Una noche, después de más de un mes que se los habían llevado, escuché un relincho -como a las cinco de la mañana-, de un caballo que entraba al trote a la finca. Cuando me levanté lo primero que hice fue ir hasta el corral, al principio no vi nada extraño, pero al mirar hacia el pino donde Chiquito solía estar atado, vi su figura debajo de las ramas, lo silbé y se vino a buscar comida y cariño. Consiguió las dos cosas, estuvo como un mes conmigo, ya no podía pensar que se iría de nuevo y si bien la primera vez me había portado como un hombrecito...esta segunda vez el llanto me venció.

Jorge Eduardo
Campamentos, Rivadavia, Mendoza.

LA FINCA EL TORO Y MI POTRILLO CHIQUITO
Jorge Eduardo



La finca tenía un sector de potreros, estos empezaban después de pasar los corrales; nos juntábamos en el corral de los caballos, varios chicos de entre 7 y 10 años, luego íbamos a buscar los caballos y salíamos todos montados, en los mejores caballos que había en la finca para montar.

Yo montaba al "Pico Chueco", un caballo pura sangre que de potrillo sufrió un accidente: Otro caballo le dio una patada en la cabeza, en el hueso de la nariz, le quedó la cabeza con una deformación permanente que no le impedía respirar ni correr, sólo le quedó un aspecto feo que fue motivo del nombre ridículo para un fantástico caballo.

El Pico Chueco era sensacional, sus características sobresalientes eran: Era un caballo muy alto, y cuando digo muy alto es porque medía 1.70 metros a la cruz; era una caballo único de boca, con él se podía imitar al caballo del Noticiero Argentino y hacerlo levantar de manos quedando apoyado sólo en las patas traseras; era manso y magnífico para andar, respondía a la pierna para correr y doblar; saltaba cualquier tipo de arbusto con espinas y hasta una escalera apoyada horizontalmente entre dos árboles; pero lo mejor que tenía este excelente caballo era su galope y su paso a toda carrera y de nuevo al galope sin que por ello se excitara y en ambos aires de marcha tenía una suavidad en el andar jamás igualada por ningún caballo de la finca.

Los otros chicos montaban caballos que también tenían su historia, como El Noble, un caballo que fue corredor de cuadreras hasta los doce años y que nosotros lo montábamos cuando tenía veinte y era un excelente caballo y muy rápido; hermano del Pico Chueco,

La madre de ambos era una yegua pura sangre que yo anduve hasta que fue muy vieja y hasta antes de que se muriera a los 31 años. Se llamaba La Sandunga (así la bautizo mi nono Lorenzo, que era italiano y esa yegua era su sillera).

El nono murió cuando yo tenía un año, y por lo que cuenta mi mamá, me alzaba de la cuna, colgado de sus dedos.
La yegua quedó como una reliquia, siempre estaba en el mejor pastizal, no tuvo más crías y solamente la montaba mi papá o yo y nadie más.
Recuerdo haberla hecho correr sin que importara su edad, pero fue sólo en alguna ocasión, siempre la usábamos al tranco o al trote inglés que lo hacía muy bien.

Íbamos al potrero donde estaba el Toro Negro, a hacerlo enojar (tenía manchas blancas), era raro y malo, no parecía un toro con cruza de Holando, tenía cuernos grandes y afilados que misteriosamente no se los habían desmochado, tampoco se porqué duró tanto antes de que lo cambiaran por uno de mejor clase, ya que las terneras hijas del Toro Negro no eran buenas vacas lecheras.

Pero para entender por qué sucedían las cosas de ese modo, tengo que contarles que de las 20 vacas lecheras que había en ordeñe, no se vendía ni un solo litro de leche, era toda para el personal de la finca y no importaba mucho la producción individual de las vacas. Todas las familias eran numerosas por una estrategia de trabajo, los hijos trabajaban la viña y cuantos más eran, mejor.

Había tantas vacas en ordeñe como hicieran falta; cada vez fueron menos ya que se compraron vacas Holando puras y un toro Holando puro (esto incrementó notablemente la producción por animal, reduciendo el número de vacas para dar la leche necesaria), los animales de pura raza se compraron en una estación del INTA.

Un día el Toro Negro estaba en un potrero de pasto alto, era el potrero donde años atrás, el nono había matado unas víboras Yarará, era el potrero donde se armaban las parvas de pasto para llevarles a los animales que se quedaban en los corrales de las casas de los contratistas, porque estaban lejos del corral y perdían mucho tiempo si todos los días tenían que ir a buscar las mulas o los caballos que usaban en las viñas o las quintas.

En el potrero junto al toro estaba mi potrillo Chiquito, al cual yo le daba terrones de azúcar desde pequeño, y por esa razón venía cuando lo llamaba o simplemente cuando me veía.

Todos los chicos íbamos a molestar al toro, le hacíamos mugidos; las imitaciones de los mugidos que hacen los toros cuando se enojan. Los bramidos ponían al toro en estado de exaltación y empezaba tirándose tierra por el lomo; eso era una señal de que pronto la emprendería contra nosotros.

El potrero tenía en su extremo más alejado, yendo hacia el fondo de la finca, una puerta de alambre de púa, que si se abre y no se acomoda queda tirada en el suelo. Nosotros habíamos abierto la puerta desde arriba de los caballos y la dejamos tirada atravesando el paso, para ir cerca de donde estaba el toro, al que seguimos provocando.

En un determinado momento el toro arrancó con furia contra los caballos y sin que nadie pudiera imaginarlo Chiquito salió corriendo detrás del toro y lo agarró a patadas, obligándolo a desviar su ataque y dirigirse contra el alambrado, lo que nos permitió por fortuna, salir por la puerta tirada con peligro de enredar las patas de nuestros caballos.

El toro llegó hasta el alambrado y paró allí de casualidad, pues ese toro estaba acostumbrado a romper los alambrados para ir a pelearse con el toro de la finca de enfrente de Don López.

El susto recién lo sentimos cuando de vuelta al corral, nos dimos cuenta que el toro pudo habernos alcanzado, de no tener la ayuda del potrillo Chiquito.

Jorge Eduardo.
Campamentos Rivadavia, Mendoza – Argentina.




LAS CACERIAS EN CÓRDOBA
Jorge Eduardo
Un día de invierno y una semana antes de empezar las vacaciones de la escuela Normal a la cual yo iba desde que tenía 11 años, mi tío Hugo me dijo que iríamos a cazar a Córdoba, esa semana fue de una excitación mayúscula, empezamos a preparar las cosas que llevaríamos para una semana de cacería y no eran sólo cartuchos lo que necesitaríamos, había una gran cantidad de elementos que llevar.

Lo más trabajoso fue preparar el carrito para llevar los tres perros, teníamos un carrito que lo agrandamos y dividimos en dos. Llevábamos dos perros Pointer y uno cruza de Pointer con Braco; los tres perros eran excelentes cazadores; los Pointer cazan venteando y muy rápido, el otro era más tranquilo con su propio estilo.

El carrito tenía piso de madera, con una estructura recubierta con tela de alambre gruesa, con gomas de auto y un enganche. Tenía una puerta en la parte trasera y otra en la delantera. Al carrito le reforzamos el enganche que ya lo habíamos probado para asegurarnos que ningún perro saldría volando al desprenderse del jeep.

Una vez que estuvo listo salimos a probarlo por los potreros de la finca, con dos objetivos: Probar que la lona que cubría el carrito no se volaba y que los perros soportaban ir cubiertos con una lona. Ésta lona era de las que usaban los camiones que transportaban la uva a la bodega, y servía de reparo del viento y del frío.

Otra prueba era la del enganche, que era lo suficientemente fuerte y no se cortaba tirando del carro con peso. Esto era importante porque de ello dependía que el carro no se soltara y los perros sufrieran daños irreparables y no pudiéramos ir de cacería.

El carrito tendría unos tres metros de largo por dos metros de ancho, estaba dividido en una parte delantera de un metro y una trasera de dos metros. La parte delantera la usábamos para llevar las damajuanas con vino, pero fundamentalmente una gran cantidad de damajuanas de agua porque el lugar al que íbamos, en Córdoba, tenía agua salada, y salvo el agua de los aljibes no había agua dulce disponible y estaba racionada.

Llevábamos agua dulce para nosotros y los perros y toda era la misma. Las damajuanas de vino eran en su mayor parte para Pascualín, el dueño del hotel al que íbamos, y para los encargados de los campos donde cazábamos.

El carrito en la parte trasera, donde iban los perros, tenía un arreglo con pasto desmenuzado bien mullido, lo que les permitía a los perros abrigarse e ir echados sin sufrir frío y los golpes del viaje.

Otro sector de carga era la parte de los asientos traseros del jeep, que era muy cortito. Como todos los jeep auténticos, los primeros que salieron 4x4, allí llevábamos los cartuchos y las escopetas. La cantidad de cartuchos era sencillamente descomunal.

En aquellos tiempos una cacería de perdices entre tres cazadores permitía tirar como mínimo ciento cincuenta tiros por día, más aún si llevábamos tres perros cazadores que barrían el campo a una velocidad asombrosa, levantando perdices, martinetas coloradas y de las otras copetonas, peludos, patos, zorros, liebres, y cualquier animal que estuviese en el pastizal.

A los zorros no los cazábamos porque había que sacarles el cuero enseguida por el olor que despedían, y para lo único que servían era para curtir el cuero y hacer camperas o tapados de cuero, lo cual requería suma habilidad; si bien eran indumentarias valiosas si se las sabía confeccionar.

También llevábamos en el jeep unas cuantas frazadas para usar en el viaje, para taparnos nosotros y también para tapar a los perros. El día que elegimos salir era uno de los más fríos del invierno, en el mes de julio. El jeep no tenía calefacción y la cubierta era de lona, aunque estaba bien cerrada pero lo mismo pasaba el frío a su interior y más cuando la temperatura exterior era de ocho grados bajo cero.

A la hora prevista salimos de viaje: Mi tío, el Negro y yo, los tres perros y el cargamento de cosas. Al iniciar el viaje nos propusimos viajar dos horas y parar quince minutos, darles agua a los perros, y un poco de comida para que no les hiciera mal el viaje. Revisar el enganche y comer algo nosotros, con un poco de agua y un poco de vino.

El día de la partida salimos a las siete de la tarde, a la nochecita, la intención era viajar toda la noche y llegar al otro día a Córdoba, antes del mediodía. Llevamos conservas en latas, pan, carne para el asado en lo de Pascualín, frutas caseras en almíbar y escabeches que el mismo tío Hugo había preparado, una costumbre familiar.

Todos estos elementos eran consumidos durante los días de estadía, durante el viaje de ida y vuelta y en las cacerías, pues de no llevarlos se nos dificultaba el viaje, dado que no existía aprovisionamiento en las zonas de campo, donde íbamos de cacería.

La expedición salía con la despensa bien provista para una semana de viaje, alimentos que al terminar el viaje se habían consumido y le dejaban lugar a las piezas de caza, ya no habían damajuanas ni conservas, o en todo caso unas pocas, quedando un poco de agua y comida para el camino de vuelta.

El programa de viaje lo cumplíamos tal cual lo previsto, si bien no íbamos rápido íbamos a velocidad constante, cumpliendo las etapas con regularidad: Río Desaguadero, San Luis, Villa Mercedes. A las cuatro de la mañana estábamos tomando café con leche en Villa Mercedes, por el camino antiguo que entraba a la ciudad. Les dábamos leche caliente y comida a los perros para que pudieran soportar el frío.

La parada de Villa Mercedes fue muy agradable, habíamos pasado nueve horas de viaje y mucho frío dentro del jeep, todavía nos quedaba un tirón, pero ya habíamos hecho más de la mitad del viaje.

En Córdoba íbamos a lo de Don Pascualín, un viejo italiano que tenía un hotel en la localidad de Mataldi, en esa época (1952) era un caserío con pocos habitantes, situados en la pampa cordobesa, que tenía como principal medio económico la producción agraria y ganadera: Trigo, maíz, cebada, centeno, girasol, vacas , caballos, ovejas .

En esa época no se cultivaba soja, se criaban vacas, algunas de razas y otras no tanto.

Estoy diciendo que esto sucedía en el año 1952 y la soja no se explotaba intensamente en todo el país como se hizo después.

Pascualín vino escapando de la guerra mundial, como muchos italianos que vinieron antes de 1940. Era un hombre flaquito, bajito y, como todo italiano del campo, hablaba en cocoliche (mitad castellano y mitad italiano).

La zona no tenía ningún hotel, y Pascualín habilitó el primero de modesta construcción y para un tipo de clientes de bajos recursos: Peones de campo, cosechadores de maíz, algún viajante. Tenía la clientela mínima, justo para mantener el hotel, no hacía fortuna, le alcanzaba solo para vivir. No obstante, a la poca calidad del hotel se imponía el buen trato de Pascualín y su señora; y se hacía grato pasar allí una semana.

Las cacerías se hacían desde el amanecer hasta que se ponía el sol. Llevábamos agua en damajuana y cantimploras para todo el día, comida en lata y escabeches y algunas veces hacíamos asados, cosa que no era frecuente porque perdíamos tiempo y dejábamos de cazar.

Nuestro objetivo era cazar primero perdices, luego martinetas alas coloradas y copetonas que son las martinetas más comunes. Luego cazábamos -con limitaciones- liebres (mulitas y peludos, todos de las familia de lo quirquinchos).

Las mulitas son los quirquinchos más chiquitos, al igual que los peludos salen a comer de noche pero también se los encuentra de día, y escapan apenas sienten un ruido y se meten en la cueva más cercana que encuentran a su paso. Para sacarlos de la cueva se los agarra de la cola y se les mete el dedo en el culo, de esa manera aflojan sus uñas que agarran al costado de la cueva, se "arrugan" y así es posible sacarlos.

Las mulitas son más chiquitas que los peludos pero de carne más rica si se sabe preparar y cocinar al horno. Parecen un lechón de carne más magra y sabrosa. Es importante sacarles, para prepararlos, unas glándulas que le dan mal sabor.

Una noche cuando volvíamos de cazar al jeep, encontramos un dormidero de martinetas coloradas en una loma del campo que estaba con la vegetación sin arar, era noche de luna y con la luz de la luna cazábamos al trasluz martinetas que volaban pesadas y ruidosas, fue una experiencia divertida.

Otro día andando por los caminos internos de los campos, encontramos una bandada de martinetas coloradas, contra el alambrado había cardos rusos, y las martinetas se escondían en ellos.
Mi tío Hugo, que había visto una escondida y que no se volaba, me llamó para que yo la cazara. Su intención era que yo le tirara al vuelo, cuando esta se volara asustada por el pie de mi tío Hugo, pero no le di tiempo, y la maté desde un metro en el suelo, haciéndole un agujero en el lomo, quedando sólo la pechuga sana. Esta fue mi primera martineta alas Colorada y única que cacé en mis cacerías.

Una tarde a la oración cuando cruzábamos la lomada que no estaba arada ni había sido cultivada por muchos años, se apareció de pronto delante de nuestros ojos, un hermoso puma que empezó a escapar del grupo de cazadores. La distancia inicial era de ochenta metros, pero el puma pronto ganó espacio y mientras corríamos al jeep a buscar el rifle 22 largo con mucho alcance, el puma se alejó internándose en una plantación de trigo que recién empezaba a crecer, haciendo infructuoso el intento de cazarlo. Yo sentí un alivio especial al ver que el puma se escapaba.

A pesar de las muchas excursiones de caza que hicimos, nunca cazamos un puma. Tampoco había ánimo en el grupo para hacerlo, puesto que no los buscábamos ni nos interesaba cazar un animal tan bello.

Jorge Eduardo
Campamentos, Córdoba - Mendoza.


LA CHEPICA Y LA VIVORA YARARA
Jorge Eduardo


El año agrícola empezaba después de la cosecha. En el primer periodo se largaban los animales a las viñas, lo que permitía guardar pasto de los potreros para el invierno y que las viñas se vieran limpias de toda clase de yuyos que las vacas y los caballos se comían, fundamentalmente la Chépica, evitando que asemillara, pero lo que no impedía que igual se multiplicara, ya que lo hacía con sus raíces rastreras, que iban generando plantas en forma continua.

Los caballos, mejor la comían cuanto más corta quedaba y como eran terrenos arenosos muchas veces se arrancaba de raíz y esto sí contribuía al control de su diseminación, pero la única manera de erradicarla consistía en pasar la rastra para Chépica después de cada arada.

La Chépica es una gramínea salvaje que se reproduce con gran velocidad, crece por todos los lugares ya que su semilla se esparce con el agua de riego por toda la finca. Si no se la combate los potreros terminan cubiertos de Chépica y se pierden la plantación de alfalfa que se hace para cosechar pasto, quitándole calidad como alimento a los fardos que se hacen con Chépica.

El combate de la Chépica se inicia arando la tierra con arados de rejas, se pasa luego la rastra de hierro para Chépica, varias veces, luego se vuelve arar con el arado de discos para dejar la tierra más fina y luego sembrar el pasto o alfalfa.
La siembra se hace al comenzar el invierno, sembrándose en realidad una mezcla de avena con alfalfa y arena (la arena permite diluir las semillas y ayuda a su distribución).
Para que se entierren las semillas (en aquel tiempo sembradas a mano y al boleo), había que pasar una rastra de espinas de chañar con palos arriba haciendo peso y ayudando a nivelar el terreno y enterrar las semillas.

Yo tendría unos diez años cuando un día estaba con el primer tractor que se compró en la finca, pasando una rastra de espinas, en el potrero del fondo; después venía la extensión de campo virgen más grande que quedaba sin cultivar, en el cual habían algunas martinetas copetonas, liebres que comían a la noche en los potreros de alfalfa y no sé cuantas clases de víboras, pero seguro habían víboras yarará o de la cruz (las mas venenosas).
Estas víboras alcanzaban dimensiones considerables, ya que tenían lugares perfectos para esconderse y crecían hasta viejas y no sé porqué los hombres de la finca no eran amigos de matarlas si no era absolutamente necesario.
Ese día me iba topar con una gran yarará. Yo iba en el tractor que tenía ruedas de gomas infladas, era un tractor Zetor, Checoslovaco, que Perón introdujo para mecanizar el campo. En esa época no se fabricaba ningún tractor en la Argentina; con el tiempo se fabricó el Pampa, un tractor chico, que no tuvo mucho éxito.
El Zetor pinchó la rueda delantera izquierda con una espina desprendida de la rastra de espinas, como yo no tenía medios ni conocimientos para parchar la goma, dejé el tractor en el medio del potrero y me dirigí al alambrado de la finca vecina, de unos italianos. Allí estaban unos muchachos que eran mis amigos desde hacía tiempo, pues vivíamos a unos 300 metros y eso en el campo es cerca.
Me preguntaron que me había pasado con el tractor, al ver que me bajé. Entonces les comenté que se había pinchado una goma y que lo iba a dejar allí hasta que le avisara a papá que lo mandara a arreglar, en eso que estábamos hablando veo una víbora muerta colgada de un palo del alambrado, estaba hecha un ocho y muy anudada, lo que impedía reconocer su verdadero tamaño y también mi inexperiencia para reconocer que no estaba muerta.
Al verla mi primera reacción fue de miedo, pero cuando encontré un palo con forma de “Y” en la punta, se las pedí para llevarla hasta casa, ¿para qué?... ¡para mostrarla quizás!
La colgué del palo y salí con la víbora enroscada y tiesa en la punta del palo, no se movía ni nada hacía prever que lo haría en los próximos años, pues para mí estaba muerta.
Dejé el tractor sólo en el potrero del fondo y me vine caminando con la víbora, pasé al potrero de al lado donde supo estar el Toro Negro, que, para esa época, ya no estaba en la finca. Había ido a parar a la carnicería de Aguirre, dijeron algunos peones que por malo, porque todos le tenían miedo, nadie lo quería ni nadie se acordaba ya del Toro Negro.
Tomé por el callejón del medio con la víbora siempre adelante de mí; encontré un trabajador, Don Ripary, que era hombre de campo... vio la víbora… y había visto muchas víboras yarará... Se dio cuenta que la víbora estaba viva, sólo que en su estado de enojo permanecía retorcida en forma de ocho, que en cualquier momento se aflojaría y de allí a saltar al suelo y picarme quedaría un sólo paso.
Me pegó un grito que me dio miedo: ! "Jorge, soltá esa víbora…que está viva".! No terminaba de decirme eso y yo de tirar el palo hacia adelante, cuando al sentirse caer al suelo se desenrolló y levantando la cabeza corrió por la arena del callejón del medio.
Ripary, que se había aproximado desde que me vio con la víbora en la punta del palo, en dos zancadas la alcanzó con la azada en la mano, con la que cortaba los cardos rusos, de un certero golpe le cortó la cabeza. Primero para que no picara y luego de otro golpe le cortó la cola y me explicó que era absolutamente necesario para que se muriera y no pudiera curarse con la cola.

Yo voy a recordar lo que vi cuando la cargué en el palo, la víbora tenía la cabeza deformada a palos, sus ojos estaban rotos sanguinolentos y la boca partida con pedazos de la lengua a la vista que dejaban ver sus colmillos.

Cuando Ripary la mató, estaba sana. Con los ojos y la boca sin daños y él me explicó que se había curado con la cola.
Jorge Eduardo
Campamentos –Rivadavia Mendoza



CUADRERAS EN EL CAMPO.
Jorge Eduardo

Las cuadreras eran un tipo de carreras que tenían una organización espontánea. No las organizaba nadie en particular, se difundían por el sistema de boca en boca y la gente se juntaba con sus caballos y se desafiaban a correr entre caballos parecidos y casi siempre conocidos.

Los caballos eran caballos entrenados para correr cuadreras o caballos que simplemente eran de andar y los hacían de correr. Estaban acostumbrados a correr pero no tenían un cuidado diario para eso. Este era el caso de Chiquito, en esta oportunidad que fuimos con los chicos de la finca a las cuadreras.

Un día domingo, nos juntamos seis chicos de entre 9 y 10 años, fuimos al potrero, juntamos todos los caballos y los llevamos al corral. Empezamos a elegir los mejores para montar: Chiquito para mí, el Gaucho para Alberto, Carlitos con su caballo tordillo, Nene con su Moro, el Flaco con el Pico Chueco y el Gordo con el Noble.

Salimos a escondidas de papá por una puerta que daba a la calle del fondo y que estaba en la casa del tío de Carlitos: Juan Stirpa. Desde allí pasamos a un campo que limitaba con la Calle Nueva, junto a ella corría un río seco hecho por las crecientes, era angosto y profundo, tendría unos tres metros de ancho por cuatro de profundidad. Los habitantes de la zona lo usaban tanto para ir a caballo por dentro como en Sulky, pues los árboles que crecían salvajes a sus orillas le permitían tener sombra y junto con la arena que cubría el fondo, lo hacía un lugar agradable para andar a caballo.

Al cañadón llegamos escapando para que no nos viera Don Juan el Caballerizo, enseguida le contaría a Don Américo (mi papá). Nos metimos por el lecho y fuimos a todo galope esquivando espinas de algarrobos y chañares, que crecían salvajes a sus orillas.
Llegamos a un lugar donde el cañadón terminaba (o empezaba), al cruzarse con una calle: El Trébol.
Esa calle tenía árboles muy pintorescos, árboles altos a los costados, muchos álamos entremezclados con pinos, daban mucha sombra y hacían de la calle un lugar ideal para correr carreras.
En esa calle se juntaban a correr carreras cuadreras los domingos. Cuando llegamos al lugar había un camión estacionado afuera de la calle, al lado del lugar donde se correrían las carreras, desde arriba del camión un muchachón, que tenía bigotes espesos, pelo largo a lo gaucho y negro, alto y de bombachas camperas, gritaba:! Quiero que se corra una carrera entre el Zaino (Chiquito) y la Mora ¡.
Se arrimó adonde estábamos nosotros con los caballos y quedamos de acuerdo en que él, correría el Zaino, contra la Mora. La carrera era por plata pero como no había organizadores no depositamos el dinero antes de correr.

Agustín, que así se llamaba el audaz jinete, que sin conocer al caballo aceptaba largarse en alocada carrera, resultó ser un experto cabalgando y ya había corrido anteriormente muchas carreras en San Luis, desde donde venía llegando a Mendoza para la cosecha de uva que en pocos días empezaría.

La Mora era una yegua bajita, fina de clase y estaba cuidada. La carrera como se estilaba en esos tiempos se hizo con partidas, ya que en las canchas improvisadas no habían partidores. Las partidas se convertían en un juego de ajedrez. El jinete más tramposo, más hábil o más mañero, hacía fallar la partida… Agustín era uno de esos que sabían todo para largar primero y así fue,… se vinieron.
Se vinieron con Agustín adelante, hasta los 200 metros, arriba la mora más cuidada y más ligera en el tiro que eligieron: 300 metros, lo empezó a alcanzar y cuando pasaron la raya, el rayero dijo!: La mora por el pescuezo...! (Menos de 50cm.).
Ninguno de nosotros tenía plata para pagar la apuesta de la carrera, ni tampoco Agustín que había sido el inventor de todo y no tuvimos mejor idea que escaparnos volviendo por el zanjón, disparando a la finca y largar los caballos al potrero. Supuestamente creíamos que nadie nos conocía, pero todos en la carrera sabían de donde éramos y quienes éramos.

Papá al otro día, no sé cómo, estaba enterado de todo y sin más vueltas me mandó al boliche donde en las tardes paraba el dueño de la Mora, en el boliche que le hacía la competencia al turco Ernesto.
Allí en el palo de atar estaba la Mora, adentro en el fondo del boliche jugaba al truco el dueño...Yo con miedo y sin saludar a nadie llegué junto al hombre que conocía su cara, pero no sabía su nombre, le alcancé la plata de la apuesta y volví a salir en silencio, sintiendo que todos me miraban...papá no me retó, ni me pegó, pero me obligó a poner la cara y eso me dolió tanto o más que una gran paliza.

Agustín se quedó a vivir en el secadero y después de las cosechas se quedó de mensual trabajando en las viñas. Cuando Don Juan se cayó del colectivo, Agustín se quedó de Caballerizo hasta que se fraccionó la finca y cada uno pasó a tener los animales que le correspondían; algunos compraron tractores, y Agustín se quedó sin el trabajo que tenía.
A mis caballos ya conté cómo se los vendimos a un estanciero de San Luis.

Jorge Eduardo
Campamentos, Rivadavia, Mendoza.


LA COSECHA DE UVA Y LAS UVAS
Jorge Eduardo

Para una determinada fecha del mes de febrero, comenzaban las cosechas en todas las fincas. Unas más temprano, otras más tarde.

Las uvas se cosechaban por color: Blancas o negras; en esa época no estaban difundidos los varietales puros de la forma rigurosa de hoy en día; y los vinos se clasificaban en blancos y tintos, el programa era terminar a fin de marzo la cosecha; cuando mucho, en la primera quincena de abril.

Cuando yo era chico: 1950, recién se comenzaba a darle mucha importancia a plantar uvas blancas o tintas de determinada variedad, sin mezclarlas.

En la finca ya había algunas hectáreas de tintas como: Barbera Bonarda, Lambrusco y Cabernet. También había algunas blancas como: Pinot, Pedro Jiménez y Semillón. Y, había mezcla: Rosada, criolla y cereza.

Había muchas hectáreas de uva, que si bien no eran muy buenas para vinificar, sí eran muy ricas para comer –por ejemplo-: Semillón, uva blanca que maduraba temprano, uva sin semilla que maduraba tarde y no tenía semillas y se secaba al sol para hacer pasas de uva y uva Moscatel rojo y Moscatel rosado.

La Moscatel chica tenía el típico sabor Moscatel muy intenso. La Moscatel se mezcla con Pedro Jiménez y se elabora un rico vino dulce para postre.
Si bien, con mi hermano, no conocíamos el nombre de todas las variedades de uva que el nono trajo de Europa, sí sabíamos en qué lugar de la viña estaban y cuándo maduraban, y hacíamos una obra de arte en la recolección de las uvas más ricas y finas para comer.

Sabíamos cuales maduraban primero y cuales quedaban sin cosechar, porque eran pocas y estaban verdes cuando la cosecha pasaba por ese cuartel. Esas que quedaban sin cosechar las cosechábamos al entrar el invierno y preparábamos jugos y vinos caseros muy ricos.

Con la cosecha llegaban los cosechadores que no eran todos de Mendoza, algunos venían año tras año y desde muy lejos. Podían venir del Norte, nunca del Sur, eran tucumanos, santiagueños, jujeños y bolivianos.

La cosecha era para todos muy importante, generaba movimientos internos migratorios en busca de trabajo; la cosecha manual hacía que el desempleo en el campo fuera estacional y con lo que juntaban en la cosecha se podía pasar unos meses sin trabajar.
Las cosechas manuales más famosas eran: Las de caña de azúcar, las de maíz, las de aceitunas (a lo largo del país) y, por supuesto, las de uva que, si bien duraba relativamente poco tiempo, permitía a los más hábiles guardar dinero, y mantener a su familia en los duros meses de invierno, en sus lugares de origen.
Los cosechadores como las golondrinas, sabían la época en que tenían que llegar. Empezaban a venir en “bandadas” que se distribuían en las fincas grandes primero, porque era allí donde se armaban la "cuadrillas", que primero cosechaban las propias viñas.

Así se armaban cuadrillas en Gargantini; esta era la, plantación en un solo paño, más grande, de todas, en el mundo; allí las cuadrillas eran numerosas, enviaban la uva a su propia bodega. También en Tomba, había muchas cuadrillas e igualmente, mandaban la uva a su propia bodega. En las plantaciones de Tomba y Gargantini participo mi nono Lorenzo.

La Compañía (finca lindante con la nuestra), tenía muchas hectáreas de viñas y su propia bodega.

Carlitos Román, tenía una bodega nueva pero más chica que las anteriores. Yo iba a su casa, Carlitos era muy amable y su señora también; tenía dos hijas menores que yo, con las cuales jugábamos. Tenía la casa enfrente de la bodega cruzando la calle y en la casa jugábamos en la pileta de natación. Hasta que un día, Daniel, que era sobrino de Carlitos y un muy mal bicho, me hizo una de las pesadas bromas que gustaba jugarle a cualquiera. Yo estaba aprendiendo a nadar y él me dio vuelta la goma inflada que usaba como flotador. Yo no volví a la pileta y por muchos años no me metí nunca más en una pileta ni en ningún lugar con agua profunda, quedé atemorizado y hasta que se me pasó el susto pasaron muchos años.

La cosecha representaba el premio a un duro año de trabajo y en Mendoza terminaba con La Fiesta De La Vendimia, a la que iban niñas (de 15 o más años) elegidas por su belleza. En más de una ocasión resultaron elegidas Reinas De La Vendimia, autenticas vendimiadoras.
De la fiesta de la vendimia contaré la del año 1950, año del General San Martín. Dada la significación del año vinieron representantes de toda América.
Los que trajeron una representación numerosa fueron los hermanos de Chile, y es precisamente a ese pabellón al que me voy a referir. Como siempre sucedía en las vacaciones, ese año para la fiesta de la vendimia estaba en la casa del tío Severo y la tía Gringa. Iba a jugar con mi primo Rulo, el tío me llevó a ver los stand que ese año presentaron como una novedad las naciones que participaban, así fue que decidió que fuésemos a comer langostas al pabellón chileno
De entrada desconfié de las langostas chilenas. Las únicas que conocía, eran las que venían como plagas. Esas pequeñas tucuras saltarinas que tapaban la luz del sol cuando llegaban, y para evitar que se quedaran asentadas comiendo y haciendo daños, le enviábamos por las viñas tropillas de caballos sueltos que los arreábamos, o le prendíamos fuego a hojas y cosas que hicieran humo.
Tenía 9 años y nunca había visto una langosta de mar gigante, al principio empecé a mirarla con miedo, con desconfianza, pero dada la seguridad que me transmitía mi tío Severo, no sin precaución, empecé a comerla como me indicaban.
Los que les tienen miedo...o asco a los mariscos, saben de lo que estoy hablando...pero… ¡Oh delicia!... Cuando le tomé el sabor fue una de las comidas más exquisitas que había probado.

La Finca Furlani tenía un lugar dedicado para la gente que venía a hacer la cosecha. Era “el viejo secadero de frutas peladas” que había construido el nono Lorenzo, cuando años atrás comenzó con los frutales.
En esa época era muy difícil mandar frutas frescas a Buenos Aires, pues no había cámaras frigoríficas para acopiar los duraznos, ni camiones frigoríficos para llevarlos a Buenos Aires. Por eso el nono hizo el secadero de frutas secas para defender el valor de su producción.
Él producía medallones de duraznos amarillos, a los que les sacaba el carozo para luego ponerlos en la "paceras" al sol, también a las ciruelas y a las uvas sin semillas las secaba al sol. Las "pasas" de uva le daban el nombre a las paceras, que eran unas camas de cañas partidas al medio, con un perímetro de madera donde estaban clavadas las medias cañas.
El secadero, a pesar de que estaba desactivado, conservaba lo esencial: Un enorme tanque de agua remachado como los del ferrocarril, la estructura de hierros abulonados, era grande y alto (se veía de lejos desde los alrededores).
Se necesitaba agua para lavar la fruta y mantener limpio y sin moscas el lugar.
Lo principal del secadero lo constituían unas piecitas pequeñas que guardaban las paceras de noche, que luego se extendían al frente sobre unos alambres lisos, sobre los que se hacían deslizar las paceras. Expuestas al sol del día y guardadas de noche para evitar la humedad del rocío; esas piecitas eran de dimensiones reducidas.
Habían unas cien piecitas ocupando una gran extensión, todas unidas una al lado de la otra. Fue el primer barrio de departamentos de una pieza que conocí.
Allí papá le daba alojamiento a la gente que venía a hacer la cosecha, había hombres solos, había matrimonios, y había familias numerosas con hijos chicos y grandes.
Con un código personal, papá repartía las piecitas con la mayor equidad para que todos pudieran pasar lo mejor posible y más seguros que en una carpa. Tenían lo fundamental que era el agua de pozo, muy buena para beber; en un campo lindero construían casillas para baños de campo (retretes). Papá les daba chapas y palos y ellos construían el retrete, que era un pozo con piso y cerrado con las chapas, dejando una puerta.
Cocinaban con leña del campo o las ramas de los frutales y de las viñas, siempre hacían asados o guisos, comidas fáciles de hacer y ricas para comer.
En el secadero se reunía toda clase de gente de diferentes lugares que tomaban hasta emborracharse, festejando la cosecha u olvidando de donde venían.
Era un código no escrito que el que buscaba pelea a cuchillo se tenía que ir, eso se les decía con el aviso de recepción. Las peleas a piña se toleraban, pero a los peleadores al otro año no se los recibía. Por ello el secadero era un lugar tranquilo y más bien bullanguero, se jugaba por plata a la taba los domingos, se pagaba con fichas que era plata.
Otro juego habitual -pero en las viñas- mientras había alguna demora de un camión, era jugar con la tijera de cortar la uva a las clavaditas.

Muchas de las familias que vinieron a hacer la cosecha se quedaron para siempre y a medida que la finca crecía plantando los campos, ellos se convertían en contratistas, ya no eran más italianos los últimos contratistas, eran criollos educados por italianos que aprendían a cuidar las viñas y papá les entrenaba como contratistas. Fue un gran progreso para familias numerosas y muy pobres que aprendieran a manejar un viñedo.

La cosecha empezaba con algunas actividades previas, primero se repartían los tachos donde se llevaría la uva desde las plantas de vid hasta el camión, luego se entregaban las escaleras que se usarían para los parrales. Los cosechadores llevaban su propia tijera, algunos llevaban delantal con bolsillos grandes para poner la uva, cuando la juntaban para tirar en el tacho.
La cosecha se iniciaba en los parrales, que no eran muchas hectáreas. Los cosechadores se distribuían por hileras, cada uno tenía un número y si cosechaban mal se los hacía volver y repasar la hilera. Había cosechadores muy rápidos y limpios, es decir cosechaban bien, otros no tanto y tenían problemas.

Cuando llegábamos a los arenales, usábamos el tractor para tirar el camión y sacarlo de la arena.

Algunas madres venían con sus bebes, y estos a pesar de ser chiquitos se chupaban un racimo de uva. Siempre se veía, al final de la cosecha, que todos los bebes en tres meses como máximo, habían aumentado mucho de peso y ninguno se había enfermado y estaban regordetes por la mucha uva que habían comido (algunos venían flaquitos y casi desnutridos).

Papá usaba la yegua Negra para recorrer las hileras, para verificar que estaban bien cosechadas, si habían dejado racimos o plantas mal cosechadas (que no estuvieran verdes), los hacía volver y no les daba nuevas hileras para cosechar hasta que no terminaban de repasar la hilera anterior.

Papá les daba una ficha por cada tacho de uva de 20 kilos, esa ficha tenía un valor que lo fijaba el gobierno de la provincia, y era cambiada por dinero los fines de semana en la administración de la finca, todos los sábados y domingos.

Nosotros: Carlitos y yo le ayudábamos a papá a dar fichas. También le ayudábamos al camionero a pisar la uva dentro del camión para que entraran los trescientos tachos que regularmente llevaban los camiones.
Para nosotros era una diversión: Dar fichas y controlar los tachos que tengan 20 kilos (estén llenos).

Los almacenes de la zona le recibían las fichas por su valor y les vendían mercadería al precio real, sin sobreprecio, luego venía el almacenero y cambiaba las fichas por dinero, los sábados o domingos.

Jorge Eduardo
Campamentos, Rivadavia, Mendoza.


EL VUELCO DE LA MARIPOSA Y EL TIGRE
Jorge Eduardo



La mariposa era un Sulky que tenía dos alas de madera laterales, que le daban el nombre de fantasía: Mariposa, a ese carruaje que fue elemento muy ligado a más de una de nuestras travesuras.
Además tenía un "pescante" trasero, bajo, que permitía subir por atrás o bajar sin dificultad, lo que hacíamos con el coche en movimiento, subiendo y bajando del pescante a toda carrera del caballo, el asiento izquierdo mirado desde atrás se levantaba y permitía el acceso a la caja del Sulky.
La Mariposa era grande, pesaba el doble que un Sulky común y por eso para tirarla usábamos al Tigre un caballo especial. Percherón cruzado con pura sangre, colorado sangre de toro, alto, pesado y corpulento, cola pesada y larga y crines muy largas que le daban un aspecto de bello caballo.
El Tigre se usaba para tirar de todo, tenía una fuerza increíble y a pesar de su porte trotaba como un campeón. Tiraba la Mariposa con gran habilidad y alta velocidad, lo que lo convertía en un medio de transporte y diversión.

Un día con Alberto, el chico con el que encontramos a "Peto" el pichón de tijereta, íbamos al trote por un callejón interno de la finca donde estaban depositadas parvas de sarmientos (las ramas finas que se cortan al podar las vides). Al principio pasábamos subiendo una rueda apenas arriba de los montones de sarmientos y de a poco fuimos encarando los sarmientos más al medio, hasta que encaramos un montón justo al medio en su parte más alta.
La Mariposa que antes daba tumbos pero no se volcaba, esta vez se dio vuelta, se rompió una vara, y el Sulky quedó boca abajo y con las ruedas para arriba.

Nosotros volamos por el aire, nos caímos antes de quedar aprisionados bajo el Sulky. En la caída Alberto perdió una alpargata y no la encontramos nunca más. Quién sabe a dónde voló...ese día habíamos cubierto con creces la cuota diaria de inventar maldades.
JORGE EDUARDO
CAMPAMENTOS-RIVADAVIA-MENDOZA



LAS CACERIAS EN SAN LUIS
Por Jorge Eduardo

Las cacerías que hacíamos en San Luis, con mi tío Hugo, podían realizarse en diferentes lugares de la provincia. Íbamos al sur cerca de Buena Esperanza, tierra de caldenes y avestruces, donde el camino era un prolijo serrucho elaborado por la acción del viento persistente, llamado el Chorrillero, y cuando transitábamos los caminos, nos hacía mover la cabeza para arriba y para abajo, y cuando viajábamos de noche yo me dormía y rebotaba de un lado para el otro.
A pesar de que había muchos avestruces, no los cazábamos porque no era un ave a la que le sacáramos provecho.
El lugar era muy lindo, los caldenes de gran porte formaban un hermoso bosque salvaje, los animales que habían eran martinetas copetonas y montaraces, estas últimas típicas del lugar, se encontraban en áreas muy limitadas, tenían una manera de volar muy peculiar, lo hacían pegadas contra los montes, con un vuelo entrecortado, lo que hacía muy difícil de verlas y oírlas cuando volaban. Además su vuelo lo hacían cambiando de dirección en forma permanente lo que hacía difícil cazarlas.
Otros animales que había en el bosque eran chanchos jabalíes, los cuales eran muy difíciles de encontrar. Para cazarlos había que esperarlos a la orilla de una represa, a donde venían a tomar agua y meterse en el barro.
No nos gustaba ese tipo de cacería al acecho, ni cazar jabalíes, porque los chanchos no tenían oportunidad de escapar. No obstante, una vez tuvimos que matar un enorme chancho jabalí que salió de entre los matorrales y atropelló hacia donde estaba el grupo de los cazadores, como se supone todos accionaron sus armas contra el chancho que cayó pesadamente, muerto, al suelo, después de recibir varios impactos.

También íbamos a la zona de diques: La Florida, San Felipe. Allí cazábamos vizcachas y pescábamos en el lago pejerreyes, y truchas en el río que se formaba a la salida del vertedero del dique La Florida.
Una noche fuimos a cazar vizcachas por el camino que va de la ciudad de San Luis hasta el dique San Felipe, era una noche fría de invierno que nos obligaba a ir muy abrigados, cazábamos vizcachas con un rifle calibre 22 largo, con munición "punta hueca", que las fabricaba mi tío. Las hacía con balas comunes a las que les agujereaba la punta con una mecha de medio milímetro de diámetro.
Esa noche fue un éxito la cacería, cazamos cuarenta y cuatro vizcachas y llenamos el jeep de modo que no había lugar para poner más vizcachas.
Una anécdota graciosa fue cuando habiéndole pegado un tiro a una vizcacha, ésta salió corriendo dando vueltas en círculos sin morir, hasta que chocó contra el palo de un alambrado y se mató del golpe.
A la madrugada las destripamos, fue la parte más fea de la cacería pero debíamos hacerlo, porque de lo contrario se echarían a perder. Les poníamos sal y cuando llegábamos a casa las preparábamos en escabeche, luego las poníamos en un frasco con tapa y de ese modo las vizcachas duraban todo el año.
Las juntábamos con las liebres, las perdices y las martinetas, también en escabeche y las guardábamos al fresco de la despensa.

Otro lugar de San Luis que frecuentábamos era la orilla del río Desaguadero, límite con la provincia de Mendoza, allí cazábamos liebres criollas o Maras muy grandes, ya que a esa zona no iban muchos cazadores; no era fácil encontrarlas, había que entrar por los pastizales que las ocultaban y dificultaban correrlas con el jeep, para dispararles a la carrera.

A la orilla del río la tierra era salitrosa y los pastos muy escasos por lo cual no se comprendía muy bien que hubiesen muchas y hermosas liebres que justificaban un viaje de dos o tres días desde Rivadavia.
A las liebres era fácil perseguirlas por los salitrales junto al río y allí dispararles desde el jeep. También al recorrer el campo salían martinetas copetonas, en grandes bandadas que demostraban que en esos campos nadie cazaba.

Al llegar la noche buscábamos un lugar donde repararnos del frío y era muy fácil encontrar ranchos abandonados.
Una vez nos quedamos en un rancho que tenía una pila de palos de algarrobo, retorcidos, que según el Negro Aguirre le servirían para hacer una protección para su colchón. La brillante idea le sirvió para que las deformaciones de los palos se le marcaran en las costillas y a la mitad de la noche estuviera loco de dolor.
JORGE EDUARDO
SAN LUIS


LOS CABALLOS SUS USOS Y SUS NOMBRES
Jorge Eduardo

La finca siempre tuvo caballos, eran necesarios para arar las viñas, arar las quintas de frutas, arar los potreros de cebada y pasto, tirar la rastra, tirar la cegadora…
Necesarios para mover la enfardadora, dando vueltas en círculos a la pieza que accionaba el tragador de pasto para hacer fardos, tirar el carro de sulfatar la viña, tirar el carro para cosechar los maíces, llevar los cajones con la fruta.

Decir caballos es una generalización, en realidad habían diferentes tipos de caballos: Caballos capones y padrillos, caballos de pecho, caballos de andar montados. Había caballos y yeguas, aunque usábamos los caballos para tirar de las cosas más pesadas donde había que hacer mucha fuerza.
Para montar había unas pocas yeguas y también caballos; a los caballos grandes de pecho los comprábamos en Córdoba, los traían en camiones y eran siempre caballos mansos acostumbrados a tirar en grupos grandes los arados de discos, que luego fueron tirados por tractores.
Los caballos de andar eran hijos de las yeguas de andar que había en la finca: La yegua Negra de mi mamá, la yegua Ruana, la yegua Alazana de Don Juan, la yegua Mora de Don Jorge. Muchas de ellas las cruzábamos con un caballo pura sangre de los Aguirre: Girabel, un hermosísimo caballo alazán, que había ganado en Palermo y se había lesionado quedando para reproductor.
Los nombres de los caballos más conocidos tenían diversos motivos o razones y bien se los pudo haber puesto mi nono, como a la Sandunga, al Noble o al Pico Chueco.
También mi papá como a la Ruana y la Negra, Don Juan el Caballerizo con el Gaucho o yo con Chiquito y el Negro. Todos esos que mencioné, eran caballos de montar.
Los de tiro tenían también su nombre como el Tigre, el Guindo y la yegua Ruana, que se usaba para las dos cosas. Cada uno tenía un uso preferencial y también eran destinado a un contratista según el periodo del año y lo que tuviera que hacer: Arar, pasar la rastra, desorillar, sulfatar con el carrito que tenía una bordelesa con los remedios y una bomba accionada a mano para curar las vides contra la peronóspora.

Las Mulas: Son híbridos, esto quiere decir que provienen de dos especies diferentes de équidos que se cruzan como una yegua con un burro macho, llamado "hechor". Algunas de las mulas habían nacido en la finca, hijos de un burro hechor de la finca Gargantini, un lindo animal en su especie, era alto y corpulento. Una raza especial que Gargantini había traído para cultivar sus extensas tierras con viñedos y olivares.
Los burros cuando pequeños son bonitos y la literatura los recuerda en el libro de J. R. Jiménez: Platero y yo.
Las mulas que se ataban al carro debían estar acostumbradas a tirar del mismo, las que se usaban habitualmente eran una mula vieja, tranquila floja, pero de confianza para cuidar de las varas del carro. La famosa mula "Parda" o "La Parda", era su único oficio; cuando no estaba atada al carro comía y engordaba y así estar fuerte para el tiempo de cosecha, que era cundo reunía el mayor cúmulo de trabajo.
Era petisa, gorda y, como su nombre lo indica, era parda. No era fácil de agarrar ni aún en el corral, y como todas las mulas si podía te pateaba. Los paisanos para no andar perdiendo tiempo con bozales o frenos, directamente la enlazaban y recién luego la embozalaban, la enfrenaban y le ponían todos los arreos que necesitaba para el carro, por último la ataban a las varas del carro y luego en una operación similar ataban a las dos compañeras que siempre tiraban del carro con ella: la Breva y la Chiquita.
La Breva era una mula negra, parecida a otra que se llamaba Golondrina. La Breva era gorda, alta y de relativamente buen carácter; la Golondrina era alta, fina (no flaca) y de muy mal carácter, pero era guapa y tiraba sin mañerear, en medio de los potreros, arados de yuntas de dos rejas, marca John Derek, que tenían asiento para el conductor, freno de mano, y regulador de penetración de profundidad de la reja. Tanto la Breva como la Golondrina tiraban los arados en yunta.

La Chiquita era una mula muy particular, se usaba para tirar el carro y a veces para arar, sin ser mala tenía el temperamento de una mula hija de de una yegua pura sangre de carrera alazana, patas perfectas como la mayoría de las mulas, por ser de atar no la herrábamos. Hasta que un día con Johnny (mi primo), que de domar sabía como yo de capar monos, decidimos hacerla mula de "andar", por puro joder, porque la mula tenía clase y tendría que ser buena por su aspecto y conducta.
La llevamos al medio de la viña que tenía camellones angostos y elegimos un palo de los que cada cuatro o cinco metros, tienen las viñas para pasar los alambres lisos que se usan para soportar las plantas de viña y que permiten atar los sarmientos para que luego cuelguen los racimos de uva. Pero esta no va a ser una clase de vitivinicultura, sino una clase de como domamos una mula que nunca se había usado para andar a caballo o mejor dicho en mula.
Trajimos un asiento de auto Ford modelo 1939, que mi tío Aldo había cambiado porque se le habían roto algunos elásticos. El asiento estaba tirado al lado del alambrado del corral que había en casa. Era ancho como un auto y estaba entero, bastante rígido, aunque cuando nos colgábamos uno de cada lado algo flexionaba. Lo peor de todo era que algunos elásticos dejaban salir puntas de alambres de la manera más imprevista.
Con la mula fuertemente atada comenzó la sesión de "doma automovilística" de una mula. Le pusimos el asiento por el lomo y si bien se asustó más que se enojó, se lo “banco” y bastante tranquila. De todos modos no tenía nada de libertad para moverse, así que no le quedaba otra que entenderla, si no quería llevarse unos buenos tirones de la cabeza, y como en ese aspecto era mansa empezó cediendo a que le pusiéramos el asiento cuantas veces se nos antojara, y fue perdiendo el susto gradualmente.
La doma era continuada y no pararíamos ese día hasta sacarla montada. La Chiquita comprendió que la estábamos preparando para "otra cosa", cuando le pusimos la montura inglesa de mamá se quedó tranquila y se dejó montar sin tirar un sólo corcovo.
Atada al palo le fuimos alargando el cabresto, lo que nos permitió moverla hacia los costados, hacia adelante y hacia atrás. La teníamos con un freno de mula muy fuerte, y a propósito para que no se fuera disparar, le aflojamos el cabresto y lo pusimos lo más largo posible pero siguió atada al palo de la viña. Eso nos permitía que diera unos pocos pasos con Fumanchú arriba, que la frenara e hiciera retroceder.
Cuando vimos que la mula respondía mansamente a las órdenes, se subió Johnny en ancas y así estuvimos un rato montados los dos con la mula atada al palo. Luego la desatamos desde la montura y fuimos al tranco hasta la otra punta de la viña, allí salimos a un callejón interno que dividía el primer cuartel de viñas de una plantación de damascos.
La Chiquita, al paso, con dos jinetes montados, era la sillera más mansa de imaginar, tenía detrás de ella una historia de mula brava que siempre costó amansarla para todo, tenía mucha fibra, verdaderamente era briosa y respondía a sus ancestros, venía de una madre de sangre pura de carera, una yegua alazana que tuvo una cría del burro de Gargantini.

La Chiquita tenía aptitud para ser una mula de carrera, a los pocos días aprendió a galopar y se sentía muy contenta cuando la hacíamos correr.

Los animales más inteligentes y mansos que tiraban del arado, se usaban para desorillar, que consistía en sacar la última "melga de tierra", entre los troncos de las vides o los frutales; permitiendo que el agua circulara bañando las plantas y llegando la humedad a la raíz principal que está en el centro de las raíces.
Este tipo de aradura es la última arada del año antes de la cosecha y permite que debajo de las plantas esté limpio y sin yuyos, fundamentalmente sin Chépica, pues al cosechar se caen granos de uva que serían muy difíciles de ver y recoger si no estuviera limpio.

Arar las viñas tiene su técnica y sus fechas, y se deben usar los animales adecuados. Aunque últimamente estos son reemplazados por tractores.

JORGE EDUARDO
CAMPAMENTOS-RIVADAVIA-MENDOZA






MI PERRO TELL SALIÓ DE LA CADENA Y APRENDIÓ...
Jorge Eduardo

Tell era un perro atado a la cadena y por ello se convirtió en un perro de apariencia "malo".

Como todos los Pointer, era inquieto y como todo los Braco, era inteligente y muy buen rastreador. Su cruza entre padres finos dio por resultado un raro pero excelente perro de caza.

Su aspecto era el de un perro bien desarrollado: alto por su herencia Pointer y con un buen stop; o forma de cabeza cuadrada, y corpulento por su sangre Braco.

Su magnífica cabeza la deslucía su boca con labios leporinos partidos al medio del lado superior, por entre los cuales se veían una fila de dientes dándole una cara de malo...pero no. Era sólo su aspecto y su persistente ladrido...nunca agredió a nadie y siempre estuvo suelto desde que yo lo tuve conmigo y lo llevé a casa con un año de edad.

Cuando lo fuimos a buscar con el tío Hugo, lo hicimos en el Jeep guerrero que él tenía. Tell que conservó su nombre, cuando le desaté la cadena que lo retenía día y noche, atado a un palo en un patio cerrado, se dio cuenta que algo cambiaría en su vida y salió arrastrándome hasta la calle tirándome de la cadena, donde estaba Hugo arriba del Jeep.

Hugo lo llamó por su nombre y Tell se subió de un salto y se sentó junto al volante como si toda la vida lo hubieran llevado en Jeep.

Salimos todos contentos. Yo, porque me habían regalado el perro con el cual jugaba cuando iba a lo del tío Miguel, Hugo, por la clase que Tell evidenciaba y el perro, porque pasó a ser libre, a llamarse por su nombre y a no ser más un perro atado a una cadena.

Nunca había salido en Jeep, nunca había cazado, nunca había "traído" una perdiz, nunca había "marcado" un animal de caza. Nunca había sido libre.

Jamás había hecho nada más que estar atado a la cadena. Era un chico que iba al jardín de infantes, pero en poco tiempo pasó de grados y fue a la universidad y se recibió de "perro de caza".

Ese primer día fuimos a un campo con perdices. Tell al principio las hacía volar con su alocada carrera y cuando la perdiz caía muerta por un disparo de escopeta, Tell corría y la empezaba a masticar.

Primera lección: Enseñarle que no se mastican las perdices que se cazan
Segunda lección: Enseñarle a rastrear y marcar las perdices en vez de atropellarlas y espantarlas.

Fue aprendiendo, necesitó tiempo antes de dejar de masticar las perdices, también para "marcar" levantando su mano derecha y poniendo rígida la cola extendida, sin moverla .Cuando aprendió a traer a la mano se había convertido en el perro más hábil que yo conocí.

No me importaba su cara de escopeta de dos caños por culpa de su nariz partida, ni que corriera las liebres ladrando como un loco, pues sabía hacer muchas cosas que otros perros no lo harían y por ser perdiguero, demasiado se hacía respetar cuando un extraño llegaba solo a casa.

Como lo sacábamos a cazar en diferentes lugares, aprendió y nos enseño que él marcaba a cada animal en forma distinta. Así si eran perdices iba despacio y las señalaba con una "parada" antes de avanzar a una orden y hacerlas volar.

Con las martinetas copetonas iba corriendo con la cola tiesa y las "levantaba" con una pequeña parada, porque se le escapaban y no le daban tiempo para marcarlas.

Las liebres las corría ladrando alocado tras de ellas...sin responder las voces de mando para que no las corriera.

Nos acompañó a cacerías en Mendoza, Córdoba y San Luis y cuando Fumanchú se fue a la Universidad de San Juan, él ya no salió más a cazar. Tell tenía 8 años y mi tío Hugo se había ido a vivir a la ciudad de Rivadavia, él tenía dos perros Pointer con los que salía de caza.

Tell se puso gordo, y se convirtió en un excelente perro guardián… En mi último año en Santa Fe, Tell tenía 14 años.

Tell murió, y mamá no me avisó. Cuando llegué a casa y no lo vi se me corrió un lagrimón.

Los primeros años que me fui a San Juan cuando volvía a casa, yo lo silbaba y Tell venía corriendo y saltaba un portón de madera con tablas terminadas en puntas y se lanzaba sobre mi humanidad.

Cuando ya no pudo hacerlo se quedaba del lado de adentro ladrando hasta que yo entraba y con su ternura me hacía comprender que nunca olvidó a quien de niño lo mimó y sacó de la cadena.

Jorge Eduardo
Campamentos, Rivadavia, Mendoza




Mi primer perro: Ojito un Terrier pelo duro
Jorge Eduardo

Ojito, era un perrito blanco, hijo de una perrita Fox Terrier, los llamados Fox Terrier recibieron ese nombre en Inglaterra por su bravura para cazar zorros, que son malos y peligrosos para un perro de su mismo tamaño, tienen la habilidad de meterse en las cuevas de los zorros y los sacan de ellas para que sus dueños armados de escopetas cacen a los zorros cuando salen.

Ojito desde cachorrito mostró su sangre, era bueno únicamente conmigo, dormía a los pies de mi cama y cuando mi mamá quería cerciorarse, en invierno que estábamos bien tapados o darnos un beso, Ojito sólo le permitía llegar hasta la puerta de la pieza, en caso de que ella tratara de cruzar el límite por él impuesto, la mordía sin ningún miramiento, razón por la cual ella no cruzaba de noche a nuestro dormitorio, de mi hermano y mío.

Ojito fue un juguete cuando chiquito, y un valiente compañero cuando grande. Cuando por alguna razón yo salía de noche por el campo, él era mis oídos y mis ojos, también mi audacia y mi coraje. Yo con él me sentía valiente y me atrevía a andar por afuera, en esa época en el campo aún no había energía eléctrica y tampoco eran comunes las linternas que, en todo caso, no eran utilizadas para andar de noche por afuera jugando.

A Ojito me lo regaló el tío Anselmo, hermano de mi papá. En los veranos yo siempre iba a las casas de los diferentes tíos y los primos venían a mi casa, cambiábamos ciudad por campo y campo por ciudad. El verano que nació Ojito, yo estaba en la casa del tío Anselmo y ya le había pedido el año anterior que cuando nacieran perritos me diera uno, y el tío eligió el más grande, el más vivaracho, el más bonito, que aparentaba ser desde cachorrito tan malo como su madre.

Ojito me acompaño en varias correrías, pero las que más se destacaron fueron las cacerías de gatos. Los gatos eran mis enemigos, a los 7 años yo no comprendía que se comieran mis conejitos o mis pichones de palomas.

Yo criaba conejos, palomas y pollitos bebé, todas ricas comidas para los gatos que venían de la bodega y que vivían en estado hiper salvaje, comiendo también los pichones de las palomas salvajes de la bodega. Las palomas de la bodega de Pacífico Tittarelli estaban allí desde antes que yo naciera y los gatos no habían logrado eliminarlas de tantas que eran, y auque yo no lo supiera, cuando empecé a matar a los gatos , empecé a romper el equilibrio ecológico.

Pero aunque lo hubiese sabido, igual los hubiese matado, pues ellos se comían mis hermosos conejitos blancos hijos de los conejos que me regaló Don Juan el caballerizo.

La forma de cazar gatos era una variante del uso que hacían los que desarrollaron la raza Fox Terrier. En lugar de cuevas, eran espacios entre palos de álamos depositados a lo largo, sobre palos atravesados donde se escondían los gatos; y en lugar de zorros eran gatos tan salvajes como los zorros.

Ojito se metía entre los palos donde se escondían los gatos y cuando salían, yo los cazaba de un tiro con una escopeta del 14 (calibre 14), que era de mi mamá. La forma de apuntarles era al tun-tun desde la cintura (al estilo de los pistoleros).

Una noche de verano caminábamos toda la familia por la calle Florida (ruta de campaña, recientemente asfaltada), íbamos hacia lo del tío Octavio (farmacéutico), dueño de la única farmacia en muchos kilómetros a la redonda.

No era común caminar por la noche en familia por la calle Florida, ya que los autos que pasaban lo hacían llevando muy poca luz, convirtiéndolos en un peligro...uno de esos autos...al que insulté mientras lloraba..., atropelló a Ojito, dejándolo tirado en el suelo al lado de la acequia del agua.

Yo lo alcé y lo llevé para que el tío Octavio...el Negro...el sabio...lo curara, mientras yo, preso de una crisis de llanto, era calmado con una inyección.

Al otro día cuando desperté en la casa del tío Octavio, la tía teresa, su esposa, estaba a mi lado haciéndome comprender lo que aún no he comprendido:¿Por qué se tuvo que morir Ojito?

Mi largo llanto no era de bronca, tampoco de dolor...era el peor llanto que puede tener un chico... era el llanto de sentirse solo... Sin saberlo, Ojito me ayudó hasta el final, me enseñó a perder lo que más se ama y a una edad en que esas cosas no son necesarias ni se comprenden.

Jorge Eduardo.
Campamentos-Rivadavia-Mendoza


LAS HISTORIAS QUE ME CONTÓ DON JOSÉ

Aprendí de los Aguirre, que me gustaran los caballos de carrera. A la edad que los nenes aprenden a andar en bicicleta, Don José me enseñaba a andar a caballo, en caballos pura sangre de carrera.

Don José era árabe, tenía el desierto reflejado en su mirada y manadas de caballos árabes se reflejaban corriendo por las dunas. Les enseñó a sus hijos todo lo que sabía de caballos de carreras, y yo, cuando tenía entre 8 y 10 años me la pasaba en los boxes viendo lo que hacían con sus caballos.

Llegué a cuidar caballos para cuadreras. Cuando tenía 10 años, cuidé a mi caballo Chiquito, que era mi preferido.

Don José era muy amigo de mi nono Lorenzo, y le gustaba contarme historias del nono cuando éste ya había muerto. La Historia Del Viejo Cachimba era su preferida.

Cachimba era un viejo italiano igual que el nono, fue uno de los tantos italianos que vinieron cuando en Mendoza se empezaba a plantar grandes extensiones de viñedos, en particular en el valle del río Tunuyán y en Los Campamentos.

Fue el nono quien hizo las primeras grandes plantaciones para Gargantini, para Tomba, y para Giol.
El nono y Don Cachimba solían encontrarse enfrente de la casa de la nona Luisa, a veces con testigos y a veces sin testigos, el encuentro monótono y seudo cordial consistía en un intercambio de saludos que tenían un alto grado de agresividad para los actores.

Cuando pasaba Cachimba y el nono estaba en la puerta, Cachimba lo saludaba con rectitud: "Buenos días Don Lorenzo", a lo que el nono le respondía: "Buenos días Cachimba"...quien a su vez le contestaba mal por haberle dicho cachimba. "Que lo suparito Don Lorenzo"...Así los días y los saludos.
Hasta que estando un día Don José (el nono siempre llevaba un Colt 38), y cuando se cumplió el rito del saludo y los mutuos agravios, la cosa terminó así: El nono esperó que Cachimba se sacara la pipa de la boca cada vez que hablaba y al terminar la última frase, al ponerse la cachimba nuevamente en la boca (la pipa) se la cortó contra el mostacho (bigote italiano), sin siquiera rozarlo, de un certero balazo.

El saludo al otro día tuvo una frase menos.

El Gallego Raya era otro de los personajes que habían tenido historias con el nono, y Don José me las contaba. Raya era un comerciante de esos que se encuentran en el campo, llevaba una carretela de 4 ruedas cargada de verduras y tirada por cuatro mulas, para pasar por el Callejón del Medio, que era de piso de arena, debía pegarle a las mulas que arrastraban el pesado carromato, cargado de frutas exóticas (foráneas) como bananas, ananás, y verduras tempranas de otras regiones.

La escena de pegarles a las mulas lo ponía muy mal al nono Lorenzo, quien cada vez que lo veía hacer esto con las mulas se ponía de muy mal humor y le decía: “¿no te he dicho que cuando pases por mi finca no le pegues a las mulas?” A lo que El Gallego contestaba: “¡Las mula son mías y hago lo que quiero Don Lorenzo!”

Don Lorenzo lo esperó un día donde el arenal era mas pesado y cuando empezó a pegarle a las mulas, sacó el Colt 38 y cuando levantó el látigo para pegar a las mulas le cortó el palo de madera contra la mano.

Otra historia que me contó Don José, fue lo que sucedió una tarde calurosa de enero cuando se habían reunido -en un potrero donde estaban las yeguas-, varios peones de la finca que al ver dos inmensas yarará que se venían hacia donde ellos se encontraban, empezaron a gritar: “!Don Lorenzo... mire las víboras¡...” El nono al ver que eran venenosas, salió al galope y desenfundó, y cuando las tuvo a tiro sin parar el caballo les cortó la cabeza a cada una de un balazo.
CAMPAMENTOS-RIVADAVIA-MENDOZA


LA CASA DEL NONO Y LAS FIESTAS DE NAVIDAD

La casa del nono, quedó para su hijo mayor, se llama aun Villa Constanza y pasó en propiedad al tío Anselmo; luego a su hijo Cocó y de este a su esposa Porota.

El hermano de Cocó se llamaba Tito, el loco de las motos, metía miedo cuando andaba en su moto alemana de 500 cm3 HRD a una velocidad superior a los 200km/h. Tito sobrevivió a la moto con la cual tuvo un accidente grande y la vendió cuando se casó con Ofelia y se compró un camión Mercedes Benz.

La casa del nono es espectacular, aun hoy conserva su viejo aire de castillo italiano, de morada romana. Veo sus escalinatas de mármol de Carrara y me parece que sube por ellas Julio Cesar. Aunque, en aquellos tiempos era sólo la casa más linda para jugar a las escondidas, para correr por sus bosques de árboles de flores como magnolias y de frutales, la casa estaba en la Finca Russell, así se llama el lugar.

Las frutas más ricas y exóticas que para mí habían, eran las limas que se parecen en forma y color a los limones pero son de un verde más oscuro, su sabor es especial y son árboles muy grandes que producen gran cantidad de frutos.
Todos los años y hasta que tuve doce años ó más, nos reuníamos todas las familias para navidad. Éramos un montón a partir de que los hermanos de papá son ocho, y nueve con mi papá.

Cenábamos en el inmenso comedor que tiene una mesa muy larga; y en el único salón de la casa quedaba espacio para sillones donde las tías se ponían al día hablando de nuestras fechorías y otras novedades...los tíos hablaban de cacerías, de cuánta uva iban a producir las viñas ese año y de cuál sería el precio...los más chicos recibíamos una "enorme" cifra de dinero para la ocasión y festejar con juegos y fuegos de artificio la Nochebuena (un peso).

Comprábamos pirotecnia de la de antes, muy peligrosa, para ejemplo sobran las cañitas voladoras, que al finalizar su recorrido tenían en la punta una bomba que explotaba, convirtiéndose en nuestras manos, en armas de guerra y de eso se trataba cuando hacíamos dos bandos entre los muchos primos que nos reuníamos cada Navidad; poniéndonos a tirar desde dos extremos del carril Ozamis, cañitas unos contra otros. Dios sería mendocino y por lo general no había accidentados, ni había bajas en el parte de guerra por esta causa.

Otras batallas debí librar por mi culpa con el tío Anselmo, quien como dueño de casa se encargaba de organizar todo para que no faltase nada en la fiesta.

Una Nochebuena, faltando minutos para las doce de la noche y aprovechando que el tío Anselmo estaba ocupado en mirar las mesas, algunos de los primos, con el Rulo, el Johnny y yo a la cabeza, fuimos al sótano a robar comida: Lechones, pollos, pavos... El tío nos tenía estudiados desde los años anteriores; ese año se había preparado un rebenque: Cola de víbora, con un largo mango de madera, un pedazo de cuero, de dos metros, trenzado y una punta de cuero de potro sobado. Les pegaba a todos, no había rápido ni habilidoso que no fuese alcanzado por esta cola de víbora...

Esa noche alguien dio la voz de alerta: Venía el tío con chicote, todos subieron la escalera del sótano y encararon por donde el tío los esperaba con su chicote, no le erraba a ninguno. Yo fui quedando para el final y cuando me tocó el turno, en vez de encararlo me tiré al patio de la casa, que desde la baranda de la galería habían como tres metros hasta el suelo; no me fijé y tampoco se veía, porque de ese lado la casa estaba a oscuras, el patio escondía una trampa fatal: Un arado de discos, de esos que se usan para labrar la tierra.

Eran una novedad y yo no los conocía, cuando por la gracia divina mis piernas pasaron por entre los discos, sólo en la pierna izquierda penetró uno hasta el hueso; yo sentí una extraña sensación y dolor, pero cuando llegué al comedor con luz y vi la carne levantada hasta el hueso, me di cuenta de lo que pasó. Mi padrino; el tío Severo, me llevó hasta Maipú a su consultorio, donde me cosió con doce puntos.

Al volver a la casa del Tío Anselmo, la Nochebuena seguía siendo "mala", mi primo Rulo se había atravesado el pie con una enorme espina de palmera... de nuevo al consultorio... los brindis fueron a las dos de la mañana.
RUSSELL-MAIPU-MENDOZA







Don Américo


Don Américo; era bajito, de tez muy colorada, rubio (su papá era pelirrojo), ojos verdes como los míos. Él, mi papá, era la persona más bondadosa que yo conocí, ayudaba en la medida de sus posibilidades a quien lo necesitaba.

Todos le decían “Don”, no sé si es una costumbre italiana, ya que en la finca había muchos italianos que trajo su papá, el nono Lorenzo, para cultivar las viñas. A su mamá no la conoció, ya que ella falleció cuando él nació; el último de siete hijos, de la nona Constanza.

De chico fue a la escuela de Maipú, iba en tren (el medio de transporte más moderno de esa época corría entre Lulunta y Maipú). Su infancia la pasó en Russell, el colegio secundario lo hizo en un prestigioso colegio de curas de Mendoza: Los Hermanos Maristas, allí estuvo hasta el 5to año, un poco antes de terminar el secundario se peleó con un hermano y le tiró un tintero por la cabeza, con tanta puntería, que se lo explotó en la frente lastimándolo y manchándolo con tinta.

Esto le costó la expulsión del colegio y tener que irse a la finca nueva, que estaba construyendo el nono en Los Campamentos. Tenía dieciocho años y una inteligencia muy aguda, enseguida tomó el manejo de toda la finca y quedó encargado él y el nono del desarrollo de la finca.

Tuvo un caballo muy lindo y ligero que lo usó para correr carreras cuadreras, se llamaba El Pibe, era zaino colorado, pura sangre, de cuerpo grande pero liviano; ganó muchas carreras y casi no había quien quisiera correrle. Junto con el caballo crió un perro ovejero de collar blanco, se acostumbró a ir a buscar el caballo al potrero cuando estaba suelto, tenían el perro y el caballo una gran empatía, siempre que estaban juntos, parecían que estaban jugando y cuando mi papá lo dejaba atado el perro no se movía de su lado. Un día mi papá no encontró al perro, se lo habían robado, ese fue el día más triste de su juventud. Otro gran dolor tuvo cuando vendió su caballo.

Por esa época conoció a una vecina de la finca del frente, se llama Elena y con el tiempo pasó a ser Doña Elena, mi mamá. Ella descendía de españoles y tuvo varios hermanos que fueron tíos muy cariñosos conmigo y mis tres hermanos.

Papá aprendió muchísimo de su papá. Siempre ponía en práctica lo que él le decía. Así fue desarrollando sus conocimientos y en forma práctica contribuyó con el nono a plantar una finca de trecientas hectáreas. Cuando el nono enfermó, papá le prometió que terminaría de hacer la finca, y cuando papá tenía menos de sesenta años había terminado de plantar con viñas y frutales las trecientas hectáreas que luego se dividieron entre los nueve hermanos y la nona Luisa.

La vida de casados de mamá y papá en la finca, fue amena y divertida. Tenían muchas cosas que en la ciudad no las podrían tener, por ejemplo: un sulky mariposa con el que íbamos de paseo al campo, hacíamos picnic, llevábamos comida y pasábamos el día entretenidos, a veces íbamos a los diques o al canal donde nos bañábamos en el agua fresca.

A papá le costo incorporarse a la civilización del automóvil, cuando compró el primer auto emprendimos un viaje desde Los Campamentos hasta San Rafael; por el camino (al cruzar un puente), mientras salía del puente, un camión entró por el medio y lo chocó arrastrándolo hasta el costado del río, quedando a metros de ser arrastrado por el agua. Ese fue el primero y último viaje con su auto que lo vendió por chatarra; y siguió todo el resto de su vida andando en ómnibus y a caballo.

A mamá le gustaba cazar y salía con papá de cacería, también a veces salía a caballo en la yegua negra y con mi perro Tell, siempre mamá cazaba más que papá a pesar que usaba una escopeta de un sólo tiro y de calibre más chico.
Papá leía el diario que lo traía del pueblo que estaba a media hora de viaje en colectivo. Él trabajaba desde muy temprano y a la nochecita, casi todos los días, se juntaba con sus amigos en un bar a tomar un vermouth; escuchaba la radio y en particular a su amigo Rasquín que explicaba lo que pasaría con el tiempo, hacía predicciones sobre la cantidad de agua que habría en los diferentes meses del año y también los pronósticos sobre las posibles heladas tardías que son las más perjudiciales, la posibilidad que cayera piedra, y daba la humedad ambiente que hacía prosperar la enfermedad de la peronospora, que se combate con sulfato de cobre.

Cuando grande papá se hizo muy amigo de Rasquín, y lo invitaba a quedarse una semana en casa cada tanto, cosa que este disfrutaba en medio de las viñas y los frutales.
Papá era un ser generoso y eso lo aplicó con nosotros sus hijos, a veces cuando teníamos entren catorce y quince años queríamos salir y él nos daba el único dinero que tenía en ese momento.

Papá disfrutaba de los carneos de chanchos, para eso criaba de quince a veinte cerdos que los faenaba cada año, dándole a sus hermanos y otros parientes un jamón a cada uno, cuando terminaba el carneo le regalaba a los peones que venían a ayudarle: Chorizos, morcillas, jamones; los tres que habían participado del carneo se iban como si ellos hubiesen hecho el propio.

Cuando los chorizos se secaban y eran salames papá con un amigo comían una picada con vino al medio día, después de recorrer la finca.
Era muy amigo de Don José, que a su vez fue muy amigo de mi nono. Al igual que a Don José, a mi papá le gustaban los caballos de carrera, lo que me inculcó a mí también. Don José me contó muchas historias del nono.

Para estudiar papá me hacía un giro mensual, que no le fue siempre fácil, pero nunca me faltó y pude recibirme para satisfacción de él, que fue quien me dijo que estudiara ingeniería química. Papá, Don Américo, conoció a tres de mis cuatro hijos y con el más grande jugó a la pelota.

Cuando yo, Jorge, tenía treinta y cuatro años, estaba una noche en La Plata, me había mudado de Campana, y me avisaron que papá había fallecido, a los sesenta y dos años. Viajé en avión y llegué cerca del medio día, a la tarde lo iban a enterrar. Entre los parientes conocí a Don Ángel Furlotti, primo de papá y uno de los bodegueros más importantes de Mendoza. Mucha gente de Campamentos y de Rivadavia, todos hablaban de lo que fue en vida este ser tan bueno.
Yo estuve siempre muy orgulloso de que fuera, Don Américo, mi Papá.

Jorge Eduardo
Campamentos - Rivadavia – Mendoza


Caballos de cuadreras


En Los Campamentos, a la orilla del río Tunuyán, mucha gente tenía caballos de carreras para correr cuadreras. Algunos eran llamativos como el percherón colorado cruza con pura sangre, que era más percherón que nada pero, tenía un andar y una velocidad impresionante en carreras cortas.

Cuando caía a las cuadreras alguno de otro pago y no sabía lo ligero que era el percherón, aceptaba el desafío en su tiro preferido doscientocincuenta metros; y salían a la pista, el percherón corría con partidas, es decir largaban en velocidad, a la par en la raya de largada. El colorado era un tren largando, era una gacela a toda carrera y no había con qué darle con caballo comunes, no pura sangre de carrera.

La fama del percherón –pura sangre (madre –padre) pasó la frontera de la provincia y le armaron carrera con una yegüita mora, que no se sabe qué raza tenía, pero era mezcla de pura sangre, mestizo árabe, criollo y cruzas, el asunto que la petisa en trecientocincuenta metros hacía un año que no perdía y el percherón nunca había perdido.

El jockey, de San Luis, era mañero para largar y el percherón se calentaba y se hacía difícil controlarlo. Hasta que largaron con la petisa en punta y a los ciento cincuenta metros se pusieron cabeza a cabeza. Pegaron los dos y nada, iguales, hasta que a los doscientos el percherón sacó la cabeza y así llegaron. El juez de raya grito: “El percherón por la cabeza”.Fue la carrera mas emocionante de todos los tiempos, en el valle del río Tunuyán.

Las carreras tenían diferentes organizadores, pero las más nutridas y con mejores carreras preparadas las hacían los turcos, así les decíamos a mis amigos Aguirre, gente de carreras con caballos pura sangre exclusivamente, eran reconocidos por su honestidad en los jueces de largada y de raya final. Nunca hacían trampa y podían correr con confianza.

Ellos tenían siempre tres o cuatro caballos preparados, pura sangre, que además corrían en el hipódromo de Mendoza; el mejor de todos resultó un mestizo, en realidad era puro sin papeles. Ganó adentro y en las cuadreras todas las carreras que corrió. “Rebusqué” su nombre, no sólo ganó en Los Campamentos cuadreras armadas antes de las carreras, sino que ganó en todas las provincias que corrió y que fueron casi todas.
Lastima que no era padrillo porque no pudo dejar descendencia, era un zaino típico cuatro patas negras.

Otra yegua ligerísima, en más tiro, fue “Yuyumita” zaina colorada clara, ganó en el hipódromo carreras de mil ochocientos metros y más, y en las cuadreras, carreras de mil metros; es difícil hallar pistas más largas, y ése era el máximo en Los Campamentos. Sobre la calle del trébol.
La desafiaban en tiros más cortos, igual ganaba. La carrera más mentada fue con un caballo de La Pampa, se armó la carrera de ochocientos metros; habían depositado la plata, que era mucha, una semana antes de la carrera y trajeron el caballo para que se aclimatara. Le dieron Boxes los mismos Aguirre contra quienes corría,

La carrera era esperada con mucha ansiedad. Con una diferencia, esta no era con partidas como se estilaba, sino desde “el cajón”. Se sabía que el que largara en punta ganaría la carrera porque eran muy parejos...
¡Los caballos al cajón!, gritó el juez de línea y preparó su revolver con balas de salva para la partida, vio que estuvieran acomodados y grito:
¡listo!

Al disparo: Largaron, Yuyumita cortaba a los cien metros y en los doscientos robaba, el jockey pampeano levantó el caballo para no pasar vergüenza. Los dueños se abrazaron en la línea de llegada.
La carrera fue emocionante por lo rotundo del triunfo ante un caballo de fama en sus pagos. La gente esperaba el domingo que había cuadreras y desde la mañana se reunían, corriendo las menos importantes, para correr a la tarde las mejores carreras.

El lugar era socialmente muy importante, aprovechaban el evento para comprar y vender cosas: Caballos, herramientas, frutas, uvas, etc. El lugar de encuentro trascendía las carreras.
Como dato curioso había un mulo que corría cuadreras contra caballos y les ganaba; no por ser hijo de burro tenía que ser lerdo, su madre era pura sangre de carrera.

Jorge Eduardo
Los Campamentos-Rivadavia –Mendoza

El Pico Chueco


El Pico Chueco era un caballo magnífico, hacía todo bien, tenía un andar suave, un ritmo de marcha ágil y destacado. Nunca se enojaba pero era brioso y elegante.

Su nombre surgió porque de potrillo otro caballo le pegó una patada en el medio del hueso de la cara, quebrándoselo y dejándole la frente doblada con un feo sobrehueso que le valió que lo llamaran “Pico Chueco”.

De potrillo se adivinaba que sería un excelente animal: pura sangre, alto, elegante. Y ese feo hueso que lo deformó para siempre, pero que no impidió que se destacara como en fantástico caballo de andar.

Lo que hacía de Pico Chueco un caballo sin par, era su extraordinario comportamiento. Entendía lo que se le requería y cumplía las ordenes sin dudar; si uno lo hacía galopar, salía al galope con una facilidad que parecía que se ponía a volar, igual si se le pedía saltar sobre un obstáculo, lo hacía hasta una altura, bien alto.

Recuerdo su galope rápido o cortito, era una hamaca, no hacía falta saber andar para andar en él, quien a pesar de su mansedumbre era un caballo súper rápido y dispuesto a salir al galope o a la carrera en un instante.

De las muchas cosa que hice con El Pico Chueco, recuerdo cuando puse una escalera entre dos árboles a una altura de un metro treinta centímetros; atrás de los árboles pasaba una acequia que tenía un metro de ancho, yo le ponía un pique para marcarle el lugar del salto. El Pico Chueco saltaba la escalera, caía detrás de los árboles y volvía a picar y saltaba la acequia.

Otra cosa que recuerdo es cuado corrí una liebre europea por un cañadón, yo iba corriéndola detrás de ella, El Pico Chueco se dio cuenta de que tenía que alcanzarla y empezó a seguir su huella hasta un momento en que la liebre saltó la barranca por un pequeño corte que hizo el agua de lluvia, el caballo no podía subir por esa huella y saltó de un gran salto arriba del barranco, la liebre siguió corriendo y se escapó, yo di la vuelta y salté hacia abajo, y El Pico Chueco como si nada encaró y bajó de un salto, obedeciendo la orden sin que mediara un atisbo de enojo.

Otro día le corrí una carrera a un pibe que tenía un caballo tordillo con el que siempre pasaba corriendo por la puerta de mi casa. La carrera fue por el callejón del medio, unos seiscientos metros, le gané por una gran distancia y el chico desde ese día no pasó más corriendo por la puerta de mi casa.

El Pico Chueco era hijo de la Sandunga, la yegua que montaba mi nono Lorenzo, cuando yo lo empecé a usar yo tendría como diez años o un poco menos, era sillero de mi papá y nadie más lo usaba.

Siempre estaba brillante y aun en invierno, porque mi papá lo tapaba con una manta para cuidarlo del frío, lo ponía de noche en un box durante todo el invierno.

Siempre comía avena y maíz que le daba un buen pelo, cuando no lo usaba de día estaba en los potreros de pastos hasta la noche, momento en que el caballerizo juntaba los caballos que estaban a box y les ponía, si no la tenían, la manta para protegerlos del frío.

El Pico Chueco era hermano de El Noble, hijo también de la Sandunga, que fue un fabuloso caballo para correr carreras cuadreras, los dos caballos eran de pelaje colorado; El Pico Chueco de un colorado tirando más a alazán rojizo y El Noble de un zaino colorado.

Los caballos eran grandes de edad, pero fueron excelentes parejeros.

Cuando salía para los cerros en El Pico Chueco, me iba galopando porque tenía un galope muy suave y largo como todo caballo pura sangre, el caballo era inagotable. Podía galopar, sin parar, cinco mil metros; tomar un poco de resuello y seguir galopando como si nada.

Yo iba a los cerros no sólo a cazar, sino también a pasear; y cuando iba en El Pico Chueco, por lo general me iba a pasear sin llevar escopeta.

Me divertía mirando el paisaje y saltando plantas de jarillas o retamas o chañares que aparecían por el camino, cuando llegábamos a los cerros más altos, El Pico Chueco los subía con toda facilidad.

Era muy ágil y fuerte y a pesar de su gran altura no tenía dificultad para andar por los caminos de cabras que había por entre los cerros, también para bajar era hábil y yo inconcientemente bajaba los cerros a veces a la carrera, corriendo el riesgo de rodar…, pero era muy divertido.

Un día, El Pico Chueco se pescó un resfrío que se le complicó y aunque ya estaba grande, no era viejito. Calculo que tendría unos veinte años, cuando el veterinario no lo pudo curar, y se murió rodeado del cariño de todos los que lo amamos.

Jorge Eduardo
Campamentos – Rivadavia – Mendoza (1948-1953)
La Plata 2008





EL CAZADOR CAZADO EL PALOMO BUCHON
Volaba por encima de mi palomar todos los días y cada vez se llevaba una paloma, venía del palomar de las palomas salvajes que estaba en la bodega vieja, desde allí había sentado sus dominios para atraer palomas y aumentar su palomar. No tenía dueño era salvaje, un día apareció por mi palomar y lo seguí a ver adonde iba, hasta que lo descubrí en la bodega. Comía semillas del orujo de la uva, que tiraban, cuando llegó el invierno se quedó sin la comida y entonces yo le empecé a tirar maíz en la bodega, se fue amansando, comía el maíz apenas se lo tiraba y un día le hice un reguero de maíz que pasaba por la puerta hasta dentro de mi palomar, al que le había cerrado las cuatro ventanas que tenía para cada lado.
Allí quedó encerrado con mis palomas, tenía agua y comida y por mucho tiempo no salió a volar. Cuando les abrí las ventanas después de un tiempo considerable, salieron todos en bandada y el buchón lo primero que hizo fue bajar una paloma mensajera, que pasaba, supe que era mensajera porque estaba anillada, andaba perdida y buscaba agua y comida que el buchón le dio. Esa fue la primera que trajo, el era marrón y grandote, la segunda fue justamente una marrón. El Buchón cambió de palomar y empezó a traer las que se había llevado a la bodega.
Cuando llego la primavera el buchón formo su pareja y como cualquier paloma ayudo a criar los pichones, estos no me los comí porque iniciaron la familia de los buchones, ya los hijos del primer casal se comportaban como el abuelo, y traían palomas a mi palomar.
El viejo buchón dejó una generación, de palomas de sus características, hasta que viejo se fue a buscar palomas y no volvió.
¿La historia se repetiría?

Jorge Eduardo
Los campamentos-Rivadavia -Mendoza 1951





EL POTRILLO.(chiquito)

Se sabía que nacería para septiembre, pero nadie sospechaba que lo haría el día de la primavera.
El potrero con el pasto muy alto, prácticamente lo ocultaba entero. La madre era una excelente yegua de cría, tenía una gran cantidad de leche y mas estando sola ella y su cría en el mejor potrero que había. Tomaba mucha leche y al pasto apenas si lo comía, así hasta que tuvo un mes que empezó a comer bien el pasto tierno. Cuando papá comenzó a usar la yegua de nuevo, hacia pequeños recorridos, con el potrillo siguiéndola, a los pocos día le puso un bozal y un cabresto y lo llevaba al lado de la madre de tiro, Le hacía esto para amansarlo, acostumbrarlo a cabrestear a la par de la madre....
Cuando fue mas grande, y papá se iba hasta el canal, que quedaba mas lejos de lo habitual, lo dejaba en el potrero al lado de casa y yo me iba a jugar con él, le daba un solo terrón de azúcar por día, lo llamaba por su nombre, Chiquito, para dárselo y así aprendió a venir al llamarlo por el nombre. Luego lo silbaba y así aprendió a venir al silbido. El primer verano se quedaba mucho tiempo suelto en el potrero y yo lo mimaba, le daba comida especial, afrecho con granos pasados por la moledora de maíz para los pollitos Bb.
Al final del verano ya venía cuando lo llamaba o lo silbaba El primer invierno lo pusimos a Box, al lado de casa, con dos mantas y la cabeza cubierta, igual para la madre, la temperatura en los días fríos llegaba a menos siete grados centígrados; tanto él como la madre tenían todos los cuidados necesarios para no enfermarse, con catarros, cosa común en los caballos sueltos, aunque a estos los protegía el pelo más largo.
La mamá era de color negro, mestiza de criollo con pura sangre y el padre de color zaino colorado, él salió zaino oscuro, siguiendo a la madre. Yo con mis cinco años parecía un hermano del potrillo, jugábamos cuando papá se llevaba la yegua; si iba lejos lo dejaba en el potrero al lado de casa. Yo le daba azúcar, un terrón solo, para que no se mal acostumbrara, también le daba zanahorias picadas que le encantaban. Con este método respondía a mi llamado, venia corriendo para comer lo que le daba.
Al cumplir el primer año, estaba suelto con todos los animales en el potrero de pasto, para que se habituara a estar con ellos; así se hacía amigo de todos, pero del único que no era amigo, era del toro negro, de raza holando (supuestamente) pero muy malo. Le decían toro negro pero era tipo holando, aunque mas oscuro.
Un día cerca de sus dos años se enfrentó a patadas con el toro negro, para defendernos de un intento de cornearnos, a los muchachos que entrábamos al potrero, montados a caballo a hacerle burla al toro, bramando como un toro enojado; nos salvo de casualidad el potrillo que, sin saber porque, se dio cuenta que el toro nos atropellaría y salio contra él a las patadas, obligándolo a desviarse del camino hacia nosotros.
A los dos años, decidieron caparlo, no lo dejarían padrillo. Don Juan lo llevó al corral un día de luna cuarto menguante y con la ayuda de los gauchos lo capó. Yo tenía seis años y lloré porque lo maltrataron, enlazándolo con un pial y haciéndole golpear la cabeza...
Una vez que lo ataron Don Juan le cortó los testículos y le curó la cicatriz con ceniza de jarilla, que es cáustica (es decir alcalina) luego lo llevo a su casa para cuidarlo, no se agusanó ni se infectó y sanó muy rápido. Al terminar la capadura empezó una doma muy suave y con mucho detalle. Una doma clásica: Primero le sacó, si es que tenía, las cosquillas; es decir lo amansó “de abajo”; con unas maneas lo ataba de las cuatro patas y lo tocaba por todos lados, hasta que no se negaba a que lo manosearan desatado. Luego de esta etapa paso a amansarlo “de arriba”, le empezó a poner una bolsa se arena, con poco peso y cinchada, lo hacia caminar, luego trotar en redondo y por ultimo galopar en el picadero.; suelto, con la bolsa atada hasta que tenía confianza de andar con la carga. Repitió la operación subiendo el peso de la carga de arena que llevaba la bolsa, hasta hacerlo con una bolsa que pesaba sesenta kilos..
Cuando al fin le puso la montura de basto y lo montó, el potrillo no dio señal de inquietarse para nada, lo llevaron de tiro por precaución pero no hacía falta, no tiro ningún corcovo y galopó lo más tranquilo con el peso de Don Juan arriba.
Venía la parte mas delicada tirarlo de la boca y Don Juan lo tiró, pero al verlo que estaba manso yo se lo saqué y lo empecé a usar, con lo cual quedó mal tirado ya que le faltaba tiempo, y lo andaba mas de lo aconsejado, todos los días, pero le daba bien de comer forraje con avena y maíz, se puso muy bonito y en línea, parecía un parejero, y de hecho lo era porque lo andaba todo el tiempo corriendo por el Callejón del Medio...Carlitos me desafió a correr una carrera contra el tordillo que papá le vendió a su papá.
El Tordillo era muy lindo, muy alto y fino; tenía un andar suave, cosa rara en un caballo tan grande.
Juancito Stirpa un viejo contratista italiano que vino cuando vivía el Nono Lorenzo, le pidió a papá que le vendiera el caballo, papá no lo quería vender, pero lo apreciaba mucho a Juancito y se lo vendió.
La carrera se hizo en el Callejón del Medio desde el potrero donde estaban los caballos hasta el portón del Callejón del Medio, pasando la represa de agua.
El portón estaba cerrado y llegamos corriendo, teniendo que frenar los caballos, Carlitos lo paró pero yo no. Al llegar contra el portón, Chiquito freno solo, con las cuatro patas, rayando, y yo pasé de largo sobre el mismo, que tenía un alambre que sobresalía y me cortó el pantalón y de suerte no dañó mi humanidad. Ese fue el último día que usé a Chiquito, papá se lo devolvió a Don Juan y hasta el día que se murió no lo use de nuevo.
Cuando Don Juan murió, Papa me lo devolvió arrepentido del enojo que tenia yo con Don Juan, quien no tenía la culpa sino yo, de que el caballo no había sido bien tirado de la boca, y por eso no paraba...

. JORGE EDUARDO
LOS CAMPAMENTOS –RIVADAVIA-MENDOZA-1949
LA PLATA 2009-12-09






LA CALLE FLORIDA



Calle Florida: Así como el callejón del medio era la huella en la arena que permitía el paso de las personas, los caballos, las vacas, los carros, de los vendedores ambulantes, los camiones con uva de las cosechas y de toda cosa con rueda o con patas que quisiera circular por la finca; la calle Florida era la vía análoga que permitía comunicarse con las otras fincas que por cuarenta y cinco kilómetros, se extendían con sus frentes a la calle Florida.

Por la calle Florida venía el colectivo que nos llevaba a la escuela: (en el pueblo, luego ciudad), Bernardino Rivadavia. El viaje duraba media hora y el pueblo estaba a veinte kilómetros. En el trayecto subían muchos chicos que iban a la primaria y algunos mayores que hacían el secundario.
En invierno esperábamos el colectivo al lado de un fuego de hojas, y cuando el chofer no nos veía nos tocaba bocina y esperaba que saliéramos de la casa, pero no nos dejaba.
La calle Florida estaba bordeada por enormes árboles, que los regaban una acequia por cada lado, en su mayoría eran: Álamos, carolinos, siempre-verdes, sauces llorones; hacían una sombra perfecta los días del verano y en invierno perdían casi todos las hojas, dejando pasar el sol, que en los días muy fríos ayudaba a calentarse, cuando íbamos a pie o a caballo a lo del tío Octavio, a lo de Ernesto, ó cuando iba a la Escuela de La Verde.
La calle Florida cambió radicalmente cuando la asfaltaron. Los automóviles ya no andaban despacio y se convirtió en peligrosa porque no era muy ancha y estaba rodeada de árboles y de ese peligro guardo dos recuerdos muy tristes: El de mi perro ojito, cuando niño y el de mi amigo Cacho Aguirre, cuando grande.
La muerte de ojito la conté, en un relato separado, y ahora contaré la de Cacho.
El era un amigo muy especial, casi de mi edad, fue un amigo del alma, de esos que no se pierden por nada. Fue el amigo de los paseos a caballo, en sus caballos pura sangre de carrera que él cuidaba para correr cuadreras ó en el hipódromo.
Primero nombraré a los caballos más famosos que tenían cuando yo contaba entre ocho y diez años: Rebusque y Radical, dos caballos muy ligeros en carreras cortas y cuadreras; Yuyumita, una yegua que junto con Rebusque ganaron carreras por muchas provincias.
Rebusque no era puro con papeles por un error en su anotación de nacimiento, pero era un caballo perfecto con toda la clase de un pura sangre. En Mendoza, en el hipódromo, corrió con los mestizos. Nunca perdió una carrera y ya el último año se tuvo que ir a correr cuadreras por Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires.
Ganó en todos lados, carreras muy bravas y por mucho dinero. Largando con partidas (en movimiento) les sacaba tres cuerpos en la largada.
Otro caballo fue Desalmado el padre de mi caballo Negro.
Mi caballo Negro era de sobrepaso, su marcha acompasada era más rápida que el galope y no cansaba. Yo iba a los cerros cruzando el canal Los Andes. Como a veinte kilómetros desde casa y en una hora estaba en el lugar de cacería.
Con Cacho mi amigo hicimos de todo, íbamos a cazar, a pescar, a las cuadreras y cuando se puso el primer gimnasio de box, hacíamos la pelea estelar para que los grandotes se divirtieran; nos bajábamos los pantalones a trompadas, nos rompíamos el alma, pero después de la pelea entre nosotros no había pasado nada, salíamos abrazados: Éramos profesionales.
Con Cacho nos hacíamos la rabona (faltar a clase) a la escuela, para ir a jugar al villar. Cacho fue el gran vago del colegio primario y secundario, pero se recibió de médico muy rápido y muy joven. Una vez recibido se volvió a vivir a sus pagos: La Verde.
Era un médico muy querido, y siendo muy joven se encontró con la muerte, chocó a toda velocidad contra un árbol en la calle Florida en la ruta que va de Rivadavia a Gargantini y a La verde. Un viejo sauce quedó con la cicatriz del choque recordándonos cada vez que pasábamos por el lugar.

Ese es un hito trágico de la calle Florida. Ese fue el día más trágico que se vivió sobre la calle Florida.

Jorge Eduardo, Campamentos, Rivadavia, Mendoza.
La Plata-02/01/2008
2009-09-25









HISTORIAS DE MI PLAZA: LA VUELTA AL PERRO



La plaza era el lugar de reunión de los habitantes del pueblo, hoy ciudad de Rivadavia. Tenía un diseño particular: Cuadrada, de una cuadra de cien metros por lado; los laterales de la plaza tenían una doble hilera de plátanos, de gran tamaño, que en época de primavera daban unas pelotas de dos centímetros de diámetro, eran unas inflorescencias que al llegar el verano maduraban y soltaban unos finos pelos desparramando polen al ambiente. (Algunas personas son alérgicas a estos pelos y al polen y le generan un grave problema, algunos además de sufrir de un permanente moquillo ven agravado sus afecciones de asma.)
Los árboles eran muy grandes y se juntaban en las copas, allí en el verano dormían infinidad de pájaros: Gorriones y palomas eran los más abundantes, pero habían otras clases de pájaros que hacían del lugar un verdadero zoológico de aves.
El día clave era el domingo a la tarde, si era verano y había sol mucho mejor para aprovechar la sombra, en el invierno los árboles perdían las hojas y favorecían la calidez del paseo; ese día salíamos a dar la vuelta al perro, no sé de dónde salió ese nombre, pero siempre decíamos a los amigos: ¿Vas a la vuelta al perro?, y en el pueblo, los domingos no había nada, a la tarde, más llamativo.
La vuelta al perro tenía sus reglas: Los varones dábamos vuelta a la izquierda al revés de las agujas de reloj y las mujeres a la derecha; de ese modo nos veíamos los chicos con las chicas, esas vueltas armaban parejas, muchas de ellas abuelos de este hermoso pueblo.

La vuelta al perro no era la única actividad que había en la plaza; en el espacio libre del centro, adonde se juntaban las diagonales, se reunían los músicos contratados por la municipalidad, siendo en realidad músicos que en su mayoría habían aprendido a tocar con sus colegas, pero sin ir a ninguna escuela.
Yo era amigo de uno de ellos, iba a su casa y jugaba con sus hijas mellizas. Cuando evoco mi pueblo siempre recuerdo la plaza y mis amigos que se reunían allí a dar la vuelta al perro.

Una historia que se contaba por aquellos tiempos, 1955, era la del Loco, un estupendo mecánico que preparaba para correr una “cafetera” (Ford T), cuando la tenía lista y para tomarle el tiempo, daba una vuelta a la plaza, esperaba un día de semana que no hubiera gente y salía a probar su “cafetera”; lo que pasaba era que un policía (que tenía la comisaría en la esquina de la plaza), lo veía, lo paraba y le decía:
…¡Tiene que pagar una multa!
…¿Cuánto es?
…¡Una vuelta diez pesos!
…¡Bueno tome veinte y me doy otra!

¡Eso lo cuentan y es muy probable que sea cierto!

Los 25 de mayo, siempre se hacía un acto del que participaban todas las escuelas del pueblo, recuerdo el año 1954: Cayó un fuerte nevada la noche anterior, dejando los árboles cubiertos de nieve y cuando terminamos el acto, después de romper filas, empezamos entre los alumnos de las diferente escuelas, una guerra de pelotas de nieve; a pesar que hacía mucho frío la guerra nos permitía entrar en calor, recién la terminamos cuando nos fuimos a comer.

Al salir de la escuela nos reuníamos en la plaza, que quedaba a media cuadra; la escuela de maestros tenía más mujeres que varones, muchos se relacionaban en la escuela y se reunían a la tardecita en la plaza; Nadie sabía cómo hacía el placero para tener todo el año los canteros con flores de cada temporada, la plaza era un dechado de armonía y belleza que todos disfrutábamos.

Jorge Eduardo
RIVADAVIA 1954
LA PLATA-2009



MI TÍO HUGO, INGENIERO, CAZADOR Y PESCADOR


Parece mentira que hayan pasado sesenta y un años desde el día que mi tío Hugo regresó de Córdoba con mi tía Blanca. Yo tenia seis años; recuerdo el momento que fuimos a encontrarlos “al pie” del primer cuartel de uvas frente a la casa de la nona Luisa.(“se dice cabecera por donde entra el agua y pie por donde sale”)
Hugo me dijo con mucho cariño “te presento a tu tía Blanca”; desde que estudiaba ingeniería Civil en Córdoba viajaba a Mendoza una vez por año y para mí era una fiesta su llegada, ya que desde muy chiquito salía a cazar con él, toda clase de bichos y eso fue algo que formó parte de mi infancia: Ir a cazar. Volvimos en la Voituré que era un antiguo vehículo muy pintoresco y útil, se podía meter por cualquier huella de arena sin problemas.
La tía Blanca se sorprendió con mi actitud, y quiso ganarse mi confianza, Hugo se dio cuenta que algo no funcionaba y me preguntó -¿te gusta la tía? -¡No, no me gusta! -¿Por qué?
Y Yo le contesté -¡Es tan compadrita, y habla tan finito!
La tía fue mi tía preferida, era muy compañera de mi Tío Hugo y salía con nosotros de viajes de cacería, aunque ella no cazaba se integraba perfectamente a las excursiones que hacíamos a la provincia de San Luis, donde si se dedicaba a pescar pejerreyes en los lagos artificiales.
Tuvieron un bebe, una nena que heredó los ojos y el pelo de la nona Luisa, era rubia con dos ojazos azules que le significó ser cuando grande una hermosa mujer igual que la nona Luisa, su abuela.
Hugo me enseñó todo lo que aprendí de cacerías, aprendí a cazar palomitas torcazas de noche en los dormideros, íbamos con un rifle 22 largo; con una linterna buscábamos entre las ramas de los siempre verdes, cuando encontrábamos un dormidero de una bandada, cazábamos cuatro ó cinco palomitas de un sólo saque, al final de la noche cazábamos quince ó veinte y las comíamos como “polenta con pajaritos”.
También aprendí a cazar patos en las lagunas, martinetas y perdices en el campo.
Hugo era tirador profesional, había ganado el campeonato argentino de tiro al platillo, y el campeonato vendimia de platillo. La copa que ganó en ese campeonato vendimia la conservo yo como un imborrable recuerdo de este tío que tanto amé.
Hugo ganó en su trayectoria de tirador deportivo, infinidad de trofeos, sobresaliendo los campeonatos vendimia ya que eran en Mendoza y siempre se presentaba a concursar, también ganó en San Juan, Córdoba, Buenos Aires. Fue campeón Argentino Universitario de tiro con fusil, su destreza con las armas fue heredada del nono Lorenzo quien lo hacía muy bien con pistola y escopeta y era un hombre grande y todavía tiraba muy bien.
Nunca aprendí a cazar al nivel del profesor que tuve, pero si bien fui un mal tirador tenía mucho entusiasmo y no me perdía ningún viaje a las provincias vecinas como Córdoba y San Luis.
Hugo estudió ingeniería Civil y se recibió primero de Agrimensor, quedándole dos materias para terminar su carrera de Ingeniería Civil, trabajó haciendo mensuras de los campos desérticos y salvajes de Mendoza, para eso le sirvió su jeep, para meterse por las huellas de arena, aprovechó esas excursiones también para cazar martinetas copetonas típicas de los campos de Mendoza.

Hugo, además de un excelente cazador fue un destacado pescador y cuando en la Argentina no se pescaba con mosca él construía sus propias moscas y pescaba truchas en La Laguna Del Diamante, en plena cordillera de los Andes. Las moscas las construía con plumas de colas de gallos, con hilos de cobre y anzuelos pata larga. Además construía sus propias cucharas, cuando los señuelos no eran comercializados, las cucharitas eran de bronce pulido y luego marcado dándole la forma de cucharita. Hugo cocinaba los animales que capturaba y las truchas arco iris de la montaña eran riquísimas, preparadas “ahumadas”.

A pesar que era un cazador empedernido, había especies que decía que no se debían cazar, así por ejemplo él no cazaba guanacos, puesto que decía que eran animales muy bellos y si se los cazaba se extinguirían. En sus viajes a La Laguna Del Diamante encontraba rebaños de hasta 500 animales; en los valles de la alta montaña, también encontró cientos de guanacos muertos en el faldeo de los cerros; hizo averiguaciones y los habían matado unos militares desde un helicóptero. Fue al Diario, y los denunció, apareciendo una nota con fotos de los guanacos muertos, generando replicas airadas de la población y debiendo el ejército pedir disculpas por matar animales salvajes en riesgo de extinción.

Paisanos del lugar fueron testigos de la matanza y aprovecharon algo del mucho daño que hicieron, pero sin embargo muchos guanacos se perdieron, tanto su carne como su cuero.

Hugo hacía accesorios para sus propias escopetas y así a una escopeta de caños superpuestos muy valiosa, le construyó una hermosa culata de raíz de nogal, la talló a mano y le dio la forma y el “debíase” apropiado a su cuerpo, cuando la colocó en el arma no se sabía si era la original o la hecha a mano. Estaba lustrada a muñeca y brillaba de una manera increíble resaltando las vetas de la raíz de nogal.

Hasta los quince años anduve cazando y pescando con él; cuando me fui a la universidad dejé de cazar para siempre, pero cuando venía de San Juan o Santa Fe, a mi casa de campamentos, iba a Rivadavia a visitarlo; me recibí de ingeniero Químico y me fui a trabajar a Campana y seguí yendo cada tanto. Me casé, nacieron mis hijos y allí estábamos con mi tío que poco a poco se ponía más viejo.

Hubiese querido que mis nietos lo conocieran, pero cuando nacieron él ya estaba mal y los nietos se cambiaron a otros países (Uruguay y Costa Rica).
Yo ahora les cuento algunas de las anécdotas del tío Hugo, las que me divertían cuando era chico.
Colgábamos botellas llenas de arena con un piolín de esos blancos que se usaban para atar paquetes, a una altura de tres metros y a diez centímetros una de otra; mi tío empezaba por la de la izquierda cortando el piolín y cuando la botella caía rompiéndola, para seguir en serie haciendo lo mismo con las otras dos botellas, todo a una velocidad increíble, con su rifle 22 de repetición.
Otra de las demostraciones de habilidad y destreza, consistía en tirar una moneda para arriba y él le pegaba en el aire, con la repetición de varias series sin errar un sólo tiro. Esto lo hacía con su rifle 22.
Profesionalmente tiraba con revolver en un polígono lo que se conoce “tiro a la silueta” esta era una destreza para la que se usaba una pistola automática.
Cuando grande perdió la vista a un nivel que apenas si le permitía deambular, pero él siguió cazando como cuando era más joven. Les tiraba a las perdices guiándose por el ruido de sus alas al volar. Cuando ya no pudo cazar más, iba al campo con su perro para oír el vuelo de las martinetas o de las perdices, aunque ya no cazara, disfrutaba del campo y los animales; de viejo se volvió ecólogo.
Un día se fue, y yo no pude verlo para despedirme; lo quería mucho y el fue el ídolo de mis sueños de niño.

Hugo tu sobrino Jorge recuerda las cacerías que hicimos, los viajes en el avioncito y tu destreza, desea que andes por los campos cubiertos de estrellas, admirando el cielo auque ya tu instinto de cazador se haya dormido.

Jorge Eduardo
Campamentos- Rivadavia- Mendoza.







FIESTA DE CAMPO



En el campo las fiestas de casamiento se arman un poco entre todos los invitados, según es la costumbre todos colaboran con algo: Uno un cordero, otro un lechón y el que puede una ternera de trecientos kilos para el asado con cuero.

Agustín había llegado a la finca el verano anterior, buscando trabajo, era época de cosecha de uva y trabajó en eso. Su habilidad era manejar caballos: sabía domar, amansarlos de arriba y de abajo, tirarlos de boca, capar, desgusanar,y tratar caballos enfermos. .

Del tema caballos y animales grandes: vacas, mulas…se encargaba Don Juan El Caballerizo; cuando un día, para el final de la cosecha, Don Juan decidió ir en ómnibus hasta el pueblo; volvió con unas copas demás y al bajar del colectivo, se tiró mirando hacia atrás, se dio vuelta y pegó con la cabeza en el pavimento nuevo que precisamente él había querido estrenar viajando. Murió en el acto y por suerte el ómnibus no lo piso con las ruedas de atrás.

Hubo un gran duelo en toda la finca, era el peón más viejo que tenía papá; mientras Don Juan vivía, él se encargaba de muchas cosas que por simples pasaban desapercibidas: Sacaba la leche para la casa y las familias de la finca; traía los animales para atar: Al carro, a los arados, al sulky; las vacas lecheras las ponía en potreros con buen pasto, les daba de beber en la represa a todos los animales; le traía en verano el caballo que ensillaba mi papá y se lo dejaba preparado para recorrer la finca. Eso lo hacía a diario y además se encargaba de capar los potrillos, amansar los caballos que traían para los arados, matar terneros y hacer asados cuando mi papa le pedía. También y de una manera especial amansó mi primer caballo: Chiquito.
…¿Y ahora?
…¿Quién haría las tareas de Don Juan?
…¡Fue una suerte que estaba Agustín ¡… y sabía de todo lo del campo y lo pudo reemplazar perfectamente.

Agustín era aun muy joven, pero como hombre de campo responsable y respetuoso; al poco tiempo mi papá se dio cuenta que podía contar con él para todo tipo de trabajo que antes hacía Don Juan.

Agustín había hecho el servicio militar en el regimiento de Uspallata, el 16 de infantería, allí tenían mulas, la mayoría mala y resabiada; por eso se las dieron a Agustín para que les sacara las mañas; al final del año algunas eran silleras y otras tiraban de carros sin problemas.

Una mención aparte merece la atención que Agustín le prodigó a Chiquito; a pesar del buen trato que le había dado Don Juan, yo no lo dejé que lo terminara de domar perfectamente y por ansioso se lo saqué; eso lo perjudicó al caballo, que no era blando de boca y cuando lo estaba reeducando se mató; después de eso lo tomó Agustín y le enseñó muchas cosas que no sabía y que yo por tener diez años no lo podía adiestrar.

Papá le tenía mucho afecto a Agustín, quien se esmeraba en hacer bien las cosas que le encargaba, así fue que un día lo vio con una chica que había nacido en la finca, hija de un contratista italiano, que vino con el nono a trabajar la viña, cuando los vio juntos varias veces les preguntó si estaban de novios y si se iban casar;
… ¡Si estamos Don Américo!
…¡Pero cómo nos vamos a casar!
…¿Dónde vamos a vivir?

Agustín vivía en las pequeñitas piezas del secadero de frutas abandonado, y papá se dio cuenta que ese lugar no era muy adecuado para llevar a la esposa.
Agustín había recibido en los últimos meses un considerable aumento de sueldo y eso le permitía casarse, cobraba lo mismo que Don Juan, que por haber sido el peón más viejo, tenía el sueldo más alto.

Al enterarse papa de las intenciones de Agustín, hablo con Don Páez, el albañil para que hiciera una casa nueva de dos dormitorios, cerca del primer potrero, junto a la acequia del agua que regaba los potreros; eso le permitiría regar una huerta y el jardín. El albañil pidió los materiales y se puso a construir la casa con planos que tenía en su cabeza, había construido muchas casas y refaccionado otras y en la finca todo lo que tenía que ver con construcciones Don Páez lo hacía.

La casa era pequeña: Dos dormitorio, una cocina, un living comedor y un baño, todo distribuido en un cuadrado de 60 m2. Papá no le había dicho a Agustín que esa casa era para que él fuera a vivir con su esposa; cuando lo supo quedó loco de contento y decidieron casarse, ya que no tenían la principal excusa para no hacerlo. Se tomaron un tiempo, pero mientras tanto Agustín hizo los corrales para criar cerdos, un huerto de frutos variados y un jardín al frente de la casa.

Tenía cerdos, gallinas, verduras del huerto y el jardín florecido; definió la fecha de casamiento y eligió como su padrino de bodas al carnicero, el hijo de Don José, el mejor jockey del lugar, amigo de las cuadreras.

La fiesta se realizó en la casa del padrino, fueron invitados muchos de los amigos del novio, gente de la finca, las familias de los novios y por supuesto mi papá y su familia, en total eran como cien, que se acomodaron en una mesa semicircular, en el patio de la casa que era muy grande.

Para el asado todos contribuyeron, en le regalaron corderos lechones y una ternera de trescientos kilo; para el asado con cuero, se la regaló mi papá y le dijo:..¡Anda a llevarla a la carnicería, para que la preparen para el asado con cuero!; la cocción le llevaría toda la noche y el medio día.
El padrino organizó los asadores; quienes harían el asado con cuero y quienes los corderos y lechones; la leña se prendió fuego el día anterior para calentar el pozo del asado con cuero, y se la mantuvo toda la noche para darle calor; los corderos y lechones, a las brasas, estuvieron tres horas en el asador.
Todo salió perfecto, la experiencia de los asadores hacía prever que sucedería eso.

En Mendoza el vino que se sirve en una fiesta en el campo, es casero y este era de diversos proveedores, todos regalos del casamiento. Frío y dulzón, con sabor a uva, patero, rápidamente caló en los huéspedes, muchos sintieron rápido la acción del vino, otros se dominaron y llegaron a los postres, la fiesta resultaba maravillosa, todo a punto y gran variedad de comidas, ensaladas y tortas que trajeron las invitadas.

Cuando llegó la hora de bailar, pudieron hacerlo con cuidado los padrinos y los novios, no así muchos de los invitados que habían caído en brazos de Morfeo.
Al llegar la noche la fiesta terminó, la cena no estaba prevista, pero casi nadie se fue y como había mucha comida y vino todavía, siguió hasta el amanecer; al salir el sol los que estaban “vivos” se fueron y se quedaron “los muertos”.

Jorge Eduardo
Los Campamentos – Rivadavia – Mendoza, 1951
La Plata, Buenos Aires – Argentina 2009.





EL PIBE, EL CABALLO DE MI PAPÁ, Y EL PERRO



Cuando papá se fue de Rusell a la finca de Campamentos tenía 18 años, allí empezó a trabajar con el nono Lorenzo en la construcción de una finca nueva de 300 hectáreas, era soltero y su única compañía y diversión eran un caballo llamado El Pibe y un perro ovejero de collar blanco y color amarillo (igual que Rin Tin Tin, un perro legendario del cine).

Con ellos salía los fines de semana a pasear y con ellos andaba por toda la extensión de la finca inspeccionando los trabajos, numerosos, que se hacían. Al caballo lo cuidaba como al mejor parejero y todo lo que lo hacía caminar y galopar durante la semana lo ponía en un estado ideal de entrenamiento para correr carreras por el campo, cuadreras, con otros caballos que también recibían un buen trato y los llevaban a correr.

El perro fue enseñado a ir a buscar el caballo al potrero y el caballo se venía junto al perro. ambos parecían hermanos jugando; cuando papá dejaba al caballo atado afuera en algún sitio, el perro se quedaba echado junto al caballo y por más horas que pasaran no se movía, tampoco permitía que nadie se arrimara al Pibe, con sus ladridos estridentes alertaba a mi papa si alguien lo hacía.

Papá era muy joven y disfrutaba andar de un lado para otro corriendo cuadreras, para evitar que lo identificaran solía ir a lugares distantes 50 a 100 kilómetros del lugar donde vivía; en esa época eran muy diversos los lugares donde se corría.

Cuando El Pibe se empezó a hacer famoso por ganar todas las carreras que corría, había menos candidatos dispuestos a correrle; vinieron caballos, muy buenos, de las provincias vecinas y no tanto y corrieron y no le pudieron ganar, su “tiro” era de 300 metros libres, largando con partidas. No hubo un caballo cuadrero tan rápido.
Un día conoció a una vecina, que vivía en la finca de enfrente. Una chica morocha de ojos vivaces y cabello muy largo, se llama Elena y es mi mamá. Ella le pidió que si se iban a casar debería vender el caballo porque con toda la dedicación que le daba, no tendrían tiempo de vivir juntos. A Papá no le hizo mucha gracia el pedido de mamá, pero por esa época valía más su opinión que la de él.

Papá se decidió y puso en venta el caballo, y en esos días le robaron el perro, su estado de ánimo no era el mejor y en pocos días, la única compañía que tenía fue mamá. Así que decidieron casarse y con la venta del caballo compraron los muebles que necesitaban para la casa que había construido a la entrada de la finca, del otro lado donde estaba la casa de la nona Luisa y el nono Lorenzo.

Cuando nació el primer hijo, mi hermano, papá se puso muy contento y de a poco empezó a llenar el hueco que le había dejado la pérdida de sus dos grandes amores: El Pibe y el Perro.

JORGE EDUARDO
Historias de mi papá.
Campamentos






MI SUEÑO, LA CAMA A MOTOR


Las mañanas eran muy frías, el invierno no perdonaba y traía temperaturas bajo cero. El único lugar para estar dentro de la casa, sin calefacción, era la cama: En el campo se usaba las cocinas tipo salamandra, pero se le acababa la leña y se apagaba el fuego durante la noche.

Yo no me quería levantar para tomar el ómnibus que me llevaba a la escuela; mi papá se levantaba, prendía de nuevo el fuego,y tomaba unos mates. A las 7 de la mañana nos sacaba de la cama para tomar el desayuno, pero mi hermano y yo éramos remolones, dejábamos pasar el tiempo; cuando faltaban 5 minutos para que pase el autobús, pegábamos un salto de la cama y a medio lavar la cara y medio peinar, salíamos corriendo al camino.

Si venía cerca, las luces así lo indicaban, esperábamos cubiertos por una frazada que papá luego entraba. Si no se veían luces, hacíamos fuego al costado del camino, las grandes hojas de los carolinos, secas, encendían muy fácil, y ese fuego de hojas duraba lo que un suspiro, pero nos daba un respiro de haber salido, calentitos, de la cama, el lugar con más abrigo; al crudo frío del invierno.

De tanto sufrir el frío me salieron sabañones en los dedos de las manos; ni los guantes de lana que tejía mi mamá me protegían de tremendas heladas: 7 grados bajo cero.
Los días de invierno esperar el colectivo era un acto de valor, si no fuera por el fuego con hojas que juntábamos en el suelo, lo hubiésemos pasado peor.

Una noche, sintiendo que hacía mucho frío, tuve un raro sueño. Salía en mi cama por la puerta de la casa hasta el Callejón Del Medio, desde allí bajaba a la calle Florida, el camino que recorría el colectivo,... ¡Mi cama tenía motor!; volante y ruedas; ya no tenía frío allí adentro, tapado hasta las orejas, con sólo los ojos afuera para mirar. Mi maravillosa cama tenía un motor poderoso que le permitía correr por la calle pasando autos. El delirio onírico me llevó hasta la escuela y una vez allí entré: “Entré en cama” al aula.
Les dije a mis compañeros que iba en cama para no perder el curso, pero lo que tenía no era una enfermedad contagiosa; sólo era una parálisis de una pierna que me impedía caminar. Los profesores al verme se asombraron y pronto aceptaron la situación como normal, así pasé el invierno y según el sueño muchos compañeros se pusieron a mirar la “cama con motor”.
El sueño no se interrumpió, pasó el verano; el próximo invierno ya éramos dos los “enfermos” qué íbamos en cama a motor.
Cuando papá me despertó, habían muchos compañeros fabricando la propia; lo feo fue al salir a la calle y encontrar que el crudo invierno estaba allí esperándome.
Jorge Eduardo- Los Campamentos-
La Plata-2009-Septiembre-28




COMO CRIABA CONEJOS
Los conejos eran mi entretenimiento cuando tenía nueve años, criaba conejos de diferentes razas: Angora de pelo blanco y largo y angora de carne, conejos criollos de diferentes colores: Blancos, blanco y negro, negro, con tonos marrones. Las conejeras eran hechas de dos maneras, en jaulas de madera y tela y en pozos bajo tierra, donde ellos hacían cuevas y tenían allí adentro sus hijos. Los que estaban en jaula era mas fácil saber cuando tenían cría y generalmente eran conejas separadas de el resto, que tenían y criaban sus crías las que podía controlar hasta que tenían 3 meses, después sacaba las crías y las criaba solas hasta que estaban lista para comerlos. Los del pozo era más difícil controlarlos ya que era una comunidad de machos y hembras, trataba de sacar los pichones y algunos machos; generalmente eran criollos y se criaban muy bien.
La comida la buscaba de un potrero de pasto, iba en un tractor y traía varias bolsas de avena llenas de pasto, se lo tiraba en las conejeras y guardaba para el día siguiente, así no iba todos los días a cortar pasto.
Un problema que se presentaba con los que estaban en pozos era que los gatos se metían adentro y los comían sin que me diera cuenta. Un día el gato de mi nona Juan Domingo se comió unos conejos chiquitos, angora blanco, muy bonitos, ojos rojos, peluditos, cuando lo descubrí lo esperé con mi perro ojito y con una escopeta del 14 lo mate de un tiro en la cabeza. Tenía mucha comida para andar haciendo daño, fue su instinto que lo llevó, pero mi odio fue mayor; a los 9 años no se perdona al gato por mas que sea de la nona Luisa.
Los gatos de la bodega vieja venían también a cazar conejos y entonces con ojito mi Fox Terrier los hacíamos meter debajo de unos palos y de allí los sacamos corriendo para matarlos. Este método antiecológico disminuyó los gatos hasta que ya no hacían daño.
Criar conejos es muy lindo y matar gatos dañinos también.

Los Campamentos-Rivadavia –Mendoza-1950
La Plata Jorge Eduardo. 2009-2012







LA FINCA DE CAMPAMENTOS "LORENZO FURLANI"



La finca era lo que se llama una finca productora de uvas, pero junto con las vides se cultivaban muchas plantas frutales de diversas variedades, en grandes extensiones.

La finca tenía un trazado muy sencillo, como la mayoría de las fincas al costado y a lo largo de la calle Florida. Todas eran rectangulares con el frente más angosto sobre la calle, tenía un callejón al medio que la dividía a lo largo en dos mitades iguales, pero cada lado tenía una característica distinta.

Del lado izquierdo mirando de frente desde la calle Florida, estaba la casa que construyó mi tío Hugo para la nona Luisa y que cuando se repartió la finca entre los herederos de mi nono Lorenzo, pasó en propiedad de mi papá y de mi tía María que era soltera y mi madrina de bautismo, hermosa y buena, me trató como ninguna madrina lo haría con su ahijado; por último antes de morir le cedió a mi papá su parte de la casa , no así la parte de la finca que se la dio a sus sobrinos que tanto la querían y ella también los quiso como si fuera una madre.

Del lado derecho del callejón del medio y también a la entrada, estaba la casa nueva de mi papá, una casa sencilla pero bien construida, con revoques blancos a la cal.

Para construir la casa de mi nona, mi tío Hugo usó los planos de un chalet californiano, de esos que se venden los planos para construir sin errores con todos los detalles.

Era una hermosa casa para el campo, inmensa: Cuatrocientos cincuenta metros cuadrados, con las cosas que son vistosas en el campo, como galerías sobre las habitaciones, grandes ventanales y muchas puertas al exterior, chimenea de la estufa a leña; la casa estaba situada en medio de un bosque de pinos y un poco más lejos, estaba rodeada de plantaciones de diferentes frutales a las que le seguían las plantaciones de vid.

La casa tenía un living comedor que ocupaba la mayor parte de la casa, además tenía una amplia arcada que unía el living con el comedor, formando un espacio para vivir muy agradable con la estufa a leña, que al ser prendida en el invierno con maderas sulfatadas de troncos de vides, daban un juego de luces de colores, debido a la presencia de sales de sulfato de cobre y algún contaminante de magnesio y otros metales como zinc.

Esas llamas producían una fascinación en mí, que me quedaba de noche solo junto al fuego, pensando: Qué habría más allá de los cerros, más allá del río...

Frente a la casa pasaba la acequia del agua que tenía alverjillas salvajes sobre sus orillas de pequeñas, pero intensas flores rojas que habían aparecido debido a las semillas arrastradas por el agua. Sobre la acequia crecían variadas especies de árboles frutales y de adornos, aprovechando la humedad que siempre se mantenía, haciendo del lugar un verdadero oasis.

Para describir la finca hacia el interior hay que caminar por ese callejón de arena y la principal vía de comunicación: El Callejón Del Medio. A cada lado del callejón del medio se sucedían plantaciones, lagunas artificiales (aguadas), para los animales: Caballos, vacas, corrales, potreros, campos sin cultivar; cada lado era distinto.

El izquierdo empezaba con un viejo parral, una plantación que ya era vieja cuando yo nací, estaba en la zona de los médanos, en la esquina del rectángulo por donde entraba la acequia del agua, daba mucha producción de uva a pesar de sus años y en el parral anidaban muchos pajaritos, entre ellos los jilgueros cabecitas negras, que eran cantores y muy bonitos.

Para entrar de la calle Florida al callejón del medio, lo primero que encontrábamos era un puente sobre dicha calle, y luego, otro puente sobre el callejón del medio; el primer puente cubría la acequia que regaba la calle y el segundo la acequia que regaba parte de la finca, entre ambos puentes se armaba una subida que, por suerte, los camiones cargados de uva en época de cosecha, lo tomaban en bajada al salir de la finca para la bodega.

Los puentes eran de palos largos apoyados sobre palos atravesados, estaban cubiertos de arena que se sacaba de las acequias cuando se limpiaban, esa arena era finita y la arrastraba el agua, era limpia aunque a veces traía "penepes", que son pequeñísimas espinitas de algunos cactus, se clavan en la piel como si fueran lana de vidrio, produciendo un intenso dolor y se salen cuando ellas, las espinitas, los "penepes", quieren.

En la parte central de la finca había una porción de terreno que estaba cubierta por un médano, como todo médano estaba formado de arena con alguna vegetación propia del desierto mendocino. Jarillas, retamos, algarrobos y pastos duros; todos muy resistentes a la sequía.

El médano era una colina de arena de gran belleza por su agreste salvajismo, donde los indios enterraban a sus muertos y hacían las tolderías. Mi papá hizo allí la primera plantación de duraznos y para ello debió sacar el médano.

Para sacar el médano debió rebajar con agua, esto quiere decir que utilizó la fuerza del agua para nivelar el médano que tenía una altura que impedía su regadío natural, para luego convertirse en una quinta de doce hectáreas de duraznos amarillos.

Los cultivos se hicieron junto al callejón del medio. De un lado había más viñas y parrales, y algo de frutales. Del otro lado había más plantaciones de diversos frutales, tales como ciruelos, almendros, damascos, variedades de durazneros, cerezos, membrillos; plantaciones de huerta con zapallitos y zapallos, tomates,
frutillas, potreros de pasto, potreros con maíces, avena.

La finca era hermosa para recorrerla y recoger toda clase de exquisitos frutos y verduras. El lado izquierdo estaba todo cultivado y en forma más ordenada; en cambio, el lado derecho estaba más desordenado y era más pintoresco; además de frutales, tenía fracciones de campo sin cultivar, potreros de alfalfa, donde se producían fardos de pasto.

También estaba el área del viejo secadero de frutas peladas, la mayoría de las viviendas de los peones y de algún contratista y también del capataz. La represa del agua y la cancha de futbol, el corral de las vacas y el corral de los caballos.

Entre los tesoros que escondían los médanos, estaban los cadáveres del cementerio indígena que se encontró. Junto a los muertos se encontraron utensilios de piedra que se utilizaban para moler semillas, probablemente de algarroba ya que estas, una vez fermentadas, servían para hacer la "chicha".

La "chicha" era un aguardiente, espirituosa bebida blanca, con la cual tomaban coraje para defender sus tierras de los soldados que se las robaron durante la conquista del desierto mandada por Roca y Alsina y ejecutada por Villegas, quien iría luego más al sur y construiría la famosa Zanja, la primera defensa artificial contra los indios que luego debieron refugiarse en chile.

Los indios de Mendoza respondían al mando de quien ha quedado el recuerdo de su nombre por el pueblo, hoy ciudad de Guaymallen (del cacique Guaymallen), por el canal de igual nombre que atraviesa la ciudad de Mendoza, y por los alfajores que llevan su nombre.

Los soldados en Mendoza cumplieron con su cometido, liberaron las tierras para la agricultura; pero de la rica cultura indígena sólo hay muestras en el museo que esta debajo de la plaza Independencia, museo armado por un amigo de papá, el señor Rusconi; y a quien papá le regaló para su museo los esqueletos, los arcos, las flechas y los morteros con manos de piedra, que se encontraron en la finca, y estaban depositados en la cocina de mi casa, produciendo susto y gran disgusto a mi mamá.

La acequia del agua era un lugar destacado por la arena y la sombra de los "carolinos" gigantes de frágiles ramas. En verano se convertía en el lugar preferido para jugar. Era como decir la acequia de la vida, porque sin agua todo se volvía desierto arenoso, como fue en la época que la finca estaba habitada por indios.

Allí en la acequia jugábamos durante horas cuando venía el "turno", es decir venía agua por la acequia, cosa que sucedía con regular periodicidad durante unos cuantos días. En el verano el agua traía "penepes", no obstante ello, igual nos metíamos bajo un sol radiante y un clima caluroso y seco de Mendoza.

Buscábamos la sombra de los gigantescos carolinos aun sabiendo del peligro que corríamos si se caía una de sus grandes ramas. Las ramas al caerse hacían un ruido inigualable y siempre servía de aviso. Los carolinos eran magníficos y ya desde el tronco eran inaccesibles, no se podían trepar de ninguna manera, ya que el primer horcón aparecía a 5m de altura.

Todos los veranos se desgajaban con los vientos o sólo por su peso, enormes ramas de carolino que caían al suelo, generando una reserva de madera que algunas pocas veces, se convirtieron en tablones, y la mayoría de las veces fue leña para el fuego que se usaba en la estufa y con maderas de diversos orígenes (viña, quintas). Las maderas que más es usaban eran las que se obtenían de la poda de los árboles frutales y de los troncos de las vides que se sacaban o se renovaban.

Hablar de la acequia es hacerlo de todas las acequias que (como el hilo milagroso que Ariadna le puso a Teseo en el laberinto de Creta), recorrían sin solución de continuidad todos los rincones de la finca, regando cada planta de las miles que allí había en las 300has bajo riego.

Muchas veces la aventura era ir recorriendo las acequias sin salirse del agua, así pasábamos de un lugar con uvas a un lugar con ciruelas o cerezas o duraznos...Era de nunca acabar.

La acequia servía para cultivar toda clase de árboles a su costado, ya que era la única zona que siempre tenía humedad en el desierto mendocino, por eso las calles de Mendoza son un vergel con acequias bordeadas de arboledas que alcanzan grandes dimensiones

JORGE EDUARDO
CAMPAMENTOS –RIVADAVIA-MENDOZA


LOS ANIMALES DOMÉSTICOS, SILVESTRES Y DEL ZOO


Nací y me crié en el campo, hasta los quince años estuve rodeado de animales domésticos de distintas especies, cerca de mi casa habían gallineros, en ese lugar se criaban pollitos bebe, que los compraba mi papá en un criadero de un señor amigo. Compraba pollitos de diferentes razas: Leghorn para postura, Rod Island para carne.

Los Leghorn son totalmente blancos y en realidad lo que compraba de esta raza eran pollitas sexadas, pues los machos son chiquitos, cuando gallinas son precoces ponedoras y en mi casa habían potreros alambrados con tela para criar los pollitos, estos tenían pasto de alfalfa que servía para que comieran toda clase de animales; vacas, caballos, conejos cerdos, que teníamos en casa.

Las gallinas se encerraban en jaulas y se les daba de comer maíz que se cosechaba en la finca, además de las sobras de la casa. Los huevos se recogían dos veces por día y eran tan numerosos que mi papá les regalaba a todas las personas de la finca que lo necesitaran. Los pollos de carne se encerraban en jaulas y se los alimentaba diferente, además se les daba maíz y afrechillo, que es un subproducto del trigo. Cuando se consumían, los pollos estaban gordos y grandes; desde entonces conservo mi hábito de comer pollo.

Tenía conejos que era yo el encargado de criarlos, había de dos clases: Unos grandes de Angora para carne, eran grises y se criaban muy bien; otros blancos, lanudos ojos rojos que no los usábamos nada más que para vista ya que tenían mucho pelo pero nada de carne. Eran otra variedad de Angora.

Había un palomar que estaba sobre el techo de la jaula grande que cubría las conejeras, allí yo les ponía latas de veinte litros, donde anidaban las palomas. Los pichones de palomas los consumíamos cuando tenían ya las plumas y estaban por abandonar el nido.

Un día traje un palomo” buchón”, que es una raza de palomas que tiene por característica que los machos atraen a cualquier paloma ajena al palomar y la unen para siempre a la bandada, de ese modo mi palomar fue creciendo y producía una gran cantidad de pichones, las palomas salían a comer a los campos pero también comían maíz que yo les tiraba en el palomar.

Entre las palomas que capturó el “buchón”, había palomas mensajeras de las cuales no podía conocer su origen, se unieron a la bandada y se cruzaron con las palomas del palomar. Muchas de las palomas que vinieron con el Buchón provenían de las palomas salvajes de la bodega, ya que ellas salían a volar por encima del palomar y el Buchón las hacía bajar.

El criadero de cerdos era algo muy importante para mí, había un sector que tenía pequeños corrales individuales que daban a un corral muy grande adonde podía soltarse los cerdos que estaban en engorde, y también allí había un sector para las chanchas con crías o en espera. Los chanchitos chiquitos son muy lindos y simpáticos.

Como caso especial había un cerdo de raza Duroc Jersey que estaba solo debajo de un árbol de aguaribay, era un cerdo desmesuradamente grande y gordo, le pusimos de nombre “gordinflón”, comía de todo además del típico maíz y afrechillo, le dábamos zapallos que plantábamos y se traían a casa por camiones, para todos los chanchos. A los dos años cuando lo carneamos debimos utilizar un tractor para levantarlo y colgarlo al sereno y frío del invierno.

También criábamos pavos que estaban en el potrero de alfalfa y hacían sus nidos entre yuyos a la sombra de los árboles que allí crecían, los pavitos eran siempre camadas muy numerosas y las pavas se juntaban porque les dábamos de comer una comida a base de un yuyo que se llama “paico”, ese preparado tenía maíz finamente molido, huevo duro, pasto picado y paico. Cuando los pavitos se asustaban, se escondían en el pasto y no los encontrábamos.

En los potreros de la casa se mantenían, además de la yegua negra que usaba mi papá, los potrillos como chiquito y después el negro. La vaca estaba en un corral y comía allí junto con su ternero, a pesar que había numerosas vacas en la finca, las que traíamos a casa eran siempre las mismas.

Otros animales domésticos que me rodearon en mi niñez fueron de un modo muy especial todos los caballos a quienes conocía a cada uno por su nombre. En esa época los caballos eran muy importantes porque no se usaban tractores, además de chico estuve en contacto con ellos y eran la base de mi diversión. Chiquito fue mi primer potrillo y crecimos juntos.

Merece recordarlo como animal “no doméstico” al Toro Negro, dado que era un hermoso animal pero malo con todos, su principal enemigo era el toro de la finca del frente, un toro muy fino de raza Holando argentino. Para pelearse el Toro Negro rompía los alambrados y se cruzaba, siempre de noche, al potrero donde estaba el otro toro, esta situación se repetía a pesar de las precauciones que se tomaban de dejar al toro en un potrero con buenos alambrados, los cuales sistemáticamente eran rotos o saltados, para ir a pelear con su vecino.

Los animales silvestres estaban en la finca, en los campos, en las lagunas.
Mi relación con los animales silvestres estaba dada mayormente por mi dedicación a la caza, iba a cazar con mi tío Hugo, con mi mamá o mi papá. Con mi tío Hugo, en la finca cazábamos palomitas de noche, también cazábamos perdices chicas en los potreros, las perdices hay que cazarlas al vuelo, aunque sé que en Entre Ríos las cazan de noche con un farol. Entre las viñas cazábamos liebres europeas, las parecidas a los conejos pero con patas más largas y orejas más grandes de color amarronado.

Cuando íbamos al campo cazábamos liebres Maras o patagónicas, andan en grupos y para cazarlas hay que hacerlo con carabinas 22 largo, tirándoles a 100 o más metros. También cazábamos martinetas copetonas, estas andan en bandadas de hasta 100 ejemplares, y cuando se encuentra una bandada tan grande es un festival de tiros, ya que ellas no se vuelan todas juntas, sino que se esconden y van volando de a una.

Otros animales que cazábamos en el campo eran las mulitas o quirquinchos y también los peludos que son más grandes. A los zorros no los cazábamos, ni tampoco a los guanacos, ni los pumas, no eran animales que les fuéramos a sacar provecho. En el campo habían unas palomas negras muy grandes que venían a comer aceitunas, dormían en unas plantas de algarrobos que estaban en forma de montecito, allí las cazábamos con linterna de noche.

En las cacerías que hacíamos en la provincia de San Luis o Córdoba cazábamos o veíamos otros animales silvestres, en San Luis cazábamos vizcachas, éstas se cazan de noche, habitan en grupos en lugares llamados vizcacheras, éstas se encuentran rodeadas de huesos de animales que las vizcachas dejan en la boca de la vizcachera, no sé por que motivo llevan los huesos, pero es significativo que vizcachas de distintos lugares tengan la misma costumbre.

En San Luis veíamos avestruces o ñandúes, a veces andan de a uno y otras veces en pequeños grupos. También cazábamos una especie muy rara de martinetas llamadas “montaraz”, que tienen una manera particular de volar que consiste en cambiar de dirección permanentemente.

En Córdoba las martinetas más raras eran las alas coloradas, son muy grandes y pesadas para volar, son muy perseguidas y probablemente en algunos lugares se hayan extinguido.

Los animales silvestres de las lagunas son principalmente los patos; éstos se distribuyen en diversas especies, todos sirven para comer y por ello son cazados, los más lindos para cazar a mi gusto son los “bélichos”, pero hay muchos más como los sirirí, los barcinos. También en las lagunas hay nutrias que sirven para comer y utilizar su piel, por ello son muy buscadas y hay quienes las cazan para vender sus cueros.

Los pájaros son animales silvestres característicos de cada lugar, en Campamentos habían muchos pájaros, no sé el nombre de muchos de ellos pero los más conocidos son: Las palomas, los gorriones, los tordos (negros), los que vienen en el verano y se van en el invierno, como las tijeretas y las golondrinas, los jilgueros, los benteveo, los correcaminos, los caranchos, los aguiluchos, las calandrias, el martín pescador, los picaflores, los chingolitos…

En el zoológico habitan animales exóticos, para los niños es sumamente interesante concurrir a él; puesto que de no ser por el zoológico posiblemente nunca verían estos animales silvestres.

Mi primera visita al zoológico fue deslumbrante, a mí que naturalmente me atraían los animales, me sorprendió ver animales tan extraños para mí como un oso blanco polar, una hiena, un león, un gran mono chimpancé, una jirafa, diversos ciervos y astado de África, una cebra, grandes víboras, tortugas, caimanes…

A pesar de que cacé hasta los quince años, mis hijos no aprendieron a cazar y les enseñé que hay que proteger a los animales.

Jorge Eduardo
Campamentos- Rivadavia- Mendoza.

DON JUAN

Nació en un rancho a la orilla del río Tunuyán, el único río que pasaba por el valle, todavía sus aguas llegaban hasta el río Desaguadero y por el Desaguadero hasta el río Colorado, en épocas de sequía se resumía en los llanos de San Luis y La Pampa y en épocas de crecidas llegaban al Océano Atlántico
Desde sus nacientes, el Tunuyán fue explotado para regar una provincia desértica; donde no llegaba el agua del río estaba el desierto, con flora típica de esa zona: árboles espinosos de hojas chicas para no perder la humedad
Mendoza construyó a lo largo del Tunuyán TRES DIQUES: uno de embalse y dos dique derivadores. El primer dique, derivador, fue el de Medrano y luego construyeron el Dique Phillips , que era un dique derivador igual que el Medrano y no de acumulación, como fue el último embalse que construyeron un poco mas arriba del dique Medrano y que tiene por misión embalsar agua en los periodos de deshielo para las épocas de sequía
A medida que se colonizaba el valle del Tunuyán, mas agua se derivaba por las acequias de riego, y esto hacia que cada vez menos agua llegara al río Desaguadero, para por último el Desaguadero no recibió mas agua del Tunuyán y el Colorado tampoco generando problemas a los habitantes que vivían a sus orillas.
Cuando Juan nació, el rió Tunuyán todavía no era utilizado para regadío recién se estaban construyendo los diques derivadores de Medrano y de Phillips, era un río caudaloso y para cruzarlo había que hacerlo en un caballo baqueano y corajudo. Los pequeños pueblos que habían prosperado lo hacían en la ,margen izquierda mirando en la dirección que baja el río. Esto puede explicarse porque la margen derecha daba en dirección al faldeo de los cerros y si uno quería hacer una acequia del río para los cerros, el agua no subía, a la izquierda era a la inversa y se podía zanjear desde el río y hacer regadíos en las tierras pegadas al río; así nacían chacras y pequeños viñedos que con los diques se expandieron a los dos lados del río.
Cuando mi nono se enteró que estaban haciendo diques para el regadío en el valle y canales de distribución, compró un campo totalmente inculto con pajonales y plantas salvajes y planificó construir allí una finca de viñedos y frutales
Se construyó sobre el río, primero un puente de madera y luego un puente de cemento .El primero estaba hecho de muy buenas maderas y calculo que duró sufriendo las embestidas de las crecientes, unos cincuenta años , en condiciones de transitar con seguridad y cruzar el río.
Esos puentes y el canal Los Andes permitieron el desarrollo del valle fue allí donde florecieron las fincas de viñedos y frutales, duraznos, olivos, ciruelos, etc. mas lindas del valle del Río Tunuyán
Mi nono Lorenzo a pesar de su juventud tenía muchos conocimientos de cómo se preparaba una finca para riego y como se plantaban viñedos y frutales; él llegó de Italia donde sus padres eran viñateros.
Después de plantar en Los Campamentos los viñedos de Gargantini, los, mas grandes del mundo en un solo paño y los de Tomba, el nono Lorenzo, empezó a plantar su finca de trecientas hectareas, necesitaba toda clase de colaboradores y así fue que trajo de Italia familias que se quisieran arraigar en Campamentos; vinieron tres hermanos con su familia con hijos de entre siete y quince años; quienes trabajaban e iban a la escuela hasta sexto grado.
La mayor ayuda que tuvo el nono fue mi papa Américo que se radicó en la finca, al dejar el colegio secundario, (lo expulsaron por tirarle con un tintero a un hermano marista.)
Un colaborador de mi nono fue Don Juan Aguilera, cuando mi nono llegó a la finca vio que iba a necesitar un gaucho para el manejo de todos los animales y así fue que Don Juan siendo aun joven se instaló para siempre, en la Finca Furlani, viviendo en ella hasta el día que falleció accidentalmente, al caerse de un colectivo en movimiento.
A Don Juan le decían El Caballerizo, y rara vez se lo mencionaba por su nombre cuando se hablaba de él, para distinguirlo de Don Juan el Labrador, pero si se lo hacia si uno se dirigía a el personalmente.
Don Juan, El Caballerizo, era un fiel empleado y por eso mi nono le había dado responsabilidades donde la lealtad era fundamental, como ser el responsable de la puerta del fondo de la finca. El era quien poseía la llave del candado que cerraba dicha puerta.
La finca dependía de sus animales de tiro para realizar todas las tareas de araduras que debían hacerse en ella, Don Juan era el encargado de elegir los animales que se compraban, generalmente, en Córdoba desde allí traían caballos para los arados, que previamente Don Juan había seleccionado.
Otros animales que demandaban su atención eran las vacas, se las tenía para darle la leche a todos los empleados y para la familia.
Don Juan sacaba la leche; que se consumía en la casa del nono y de mi papá, y en la casa de los empleados de la finca.

Dirigía el uso de los potreros y la confección de los fardos de pasto.
Cuando era la época de carneada de cerdos, en el invierno, mataba un novillo para hacer los chorizos.
Tenía a su cargo marcar los animales jóvenes que habían nacido en la finca, el con algún ayudante les ponía la marca de la finca Furlani, a los potrillos y los terneros; la marca semejaba un pato.
Don Juan se ocupaba de los caballos de mi nono y de mi papá, los tusaba y les arreglaba los vasos; algunos los herraba y otros solamente les mantenía los vasos cortados.
Cuando estaba por tener cría alguna de las yeguas que había, el se la llevaba para su corral y allí la asistía en el momento del parto, logrando muchas veces salvar la vida de los potrillos y de las madres.
Algunas veces papá organizaba una fiesta con todos los empleados de la finca y era Don Juan el encargado de asar el novillo; asado con cuero; que le salía exquisito aun recuerdo mis días de niño, en el campo, haberme quedado hasta altas horas de la noche junto al pozo con brasas, donde se cocinaba el novillo, mirando el fuego con destellos azules de las ramas de vides sulfatadas que se quemaban.
Mi papá se enteraba de todo lo que pasaba en la finca por intermedio de Don Juan El Caballerizo, un día habíamos pactado hacer una carrera con Carlitos, mi mejor amigo; Él correría en el Tordillo, un caballo blanco con pintas negras, por eso llamado tordillo, y yo en mi potrillo Chiquito que recién lo habían domado y era duro de boca.
La carrera seria desde la entrada al potrero donde estaba el toro negro, hasta la represa de agua donde bebían los caballos y las vacas, apenas pasando la represa había un portón de esos de maderas , que cerraba el Callejón Del Medio y que impedía que los animales se fueran a los viñedos cuando los arriaban a tomar agua en el abrevadero.
En total serían unos trecientos metros, un tiro suficiente para probar nuestros parejeros. El caballo de Carlitos había sido de mi papá que se lo vendió al papa de Carlitos, era un hermoso animal, por empezar era muy alto hijo de una yegua criolla con un pura sangre, sacó el pelaje de la madre y la estampa del padre, era muy grande y fuerte, sin embargo era muy liviano y ligero, de buena rienda y ya tenía unos años de uso por lo cual era manso. Mi caballo era un potrillo recién amansado de estampa inferior al de Carlitos, era mas chico, pero muy bonito hijo de la yegua negra que usaba mi papa y de un caballo mestizo que se llamaba gaucho, Era muy brioso y ágil para andar pero no respondía bien a la rienda porque no lo habían terminado de amansar.
Cuando largamos la carrera salimos a la par y así todo el tiro sin sacar ventajas uno del otro, al pasar por la represa Carlitos pegó un grito:
-…! Frena!
-…! No puedo!
El frenó antes de llegar al portón y yo llegué y mi caballo frenó solo rayando lo que me hizo pasar por arriba de la cabeza del caballo y por encima del portón, de donde sobresalía un alambre de fardo hacia arriba. Este alambre me cortó el pantalón corto, recién estrenado, de hilo, hecho con un pantalón del tío Octavio, por la tía TERESA.
La suerte estaba de mi lado y lo que pudo terminar en una tragedia, si el alambre hubiera cortado en mi cuerpo, terminó en un revolcón que yo con mis 8 años ni lo sentí.
Terminada la carrera subimos a los caballos y cruzando el portón del Medio, nos dirigimos a mi casa que estaba como a quinientos metros del lugar; al llegar papá ya sabía todo lo que había sucedido en el portón y el revolcón que me di por culpa que no pude frenar el caballo.
Entonces me impuso la pena más severa que podía recibir un chico en el campo:
…! Le vas a devolver tu caballo a Don Juan para que lo termine de amansar y lo haga blando de boca y recién cuando este bien adiestrado lo volverás a usar!
Don Juan se lo llevó de tiro, para su casa donde tenía un lindo corral con lugar de sombra y espacio para correr y revolcarse. Lo tomó como su sillero y todas las mañanas que venía a sacar la leche de las vacas a mi casa yo me moría de bronca y cada día que pasaba me enojaba más con Don Juan, quien no tenía para nada la culpa de que yo anduviera a pie.
Pero las cosas se habían sucedido así y quiso el destino que cuado ya había transcurrido seis meses que Juan tenía el caballo, este decidiera ir un Domingo al pueblo en ómnibus , elemento de transporte que Don Juan nunca usó, quería saber como era ir en colectivo con el asfalto nuevo, recién construido en la Calle Florida
Llegó al pueblo dio unas vueltas por los negocios alrededor de la plaza y salvo la heladería todo estaba cerrado, decidió volver y al llegar a la estación de ómnibus encontró que el bar de al lado estaba abierto, entró pidió un sanguche de jamón y queso en pan francés, según contó luego el mozo que lo había atendido, y una botella de vino moscatel dulce, bien helado.
Eso fue suficiente para que cuando Don Juan tomo el colectivo de vuelta, estuviera bien picado, aunque se manejaba y podía caminar con cuidado.Al llegar enfrente del Callejón del Medio, avisó que se iba a bajar y el chofer se pasó un poco al frenar , Don Juan sin comprender el peligro que corría sintió que se podía bajar con el ómnibus en movimiento, y se tiro mirando hacia atrás , lo que le ocasionó que se tropezara y se diera vuelta y pegara con la cabeza en el pavimento.Quedó seco desmayado y luego muerto, no lo pudieron reanimar por mas que lo quisieran hacer.
La voz se corrió enseguida por toda la finca:
…! Don Juan ha muerto!
Yo estaba jugando debajo de unos árboles en el parque de pinos, cuando me enteré me alegré por lo que le había pasado a Don Juan, ya no tendría más mi caballo y con mis ocho años no discernía que él no tuvo ninguna culpa de que papá me quitara el caballo. Papá comprendió que mi cariño por Don Juan era grande, pero el daño que él había hecho sacándome el caballo lo había eclipsado y no me permitió en mi corta edad distinguir lo hechos.
Sin decirme nada por mi enojo con Don Juan, al otro día el caballo amaneció en el corral da casa y papá me dijo a la mañana:
…! Allí tienes el caballo, puedes usarlo!
Muchos años después, cuando yo tenía treinta y cuatro años, ya mi caballo no estaba , la finca se había subdividido en varios dueños, fui con mis hijos hasta la tapera que quedaba del rancho-casa de Don Juan , reconocí algunos lugares pero la casa estaba derruida, solo una parte de lo que había sido el fogón de la cocina mantenía aun su identidad, revolviendo en las cenizas que aun se conservaban , encontré una pequeña cucharita y creí reconocer a la que usaba Doña Guma para cebar mate, la alce como un trofeo, sabiendo que de chico muchas veces había comido con Doña Guma en esa cocina, tortas fritas que ella me hacía. Le conté a los chicos cosas de Don Juan Y Doña Guma su esposa, y con sumo cuidado guardé la cucharita en un bolsillo de mi pantalón.
El tiempo que ha pasado dejó en mi corazón el cariño puro y sincero que yo sentía por Don Juan a quien los años y mi vida de ingeniero lejos del campo, no han logrado que pueda olvidar.

CAMPAMENTOS-RIVADAVIA –MENDOZA 1949
LA PLATA-BUENOS AIRES-2010-23-09
Jorge Eduardo

Texto agregado el 07-08-2013, y leído por 198 visitantes. (0 votos)


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