La verdad, no sé. Independencia puede que sea, pero no sé.
Oprimido vivió durante muchos años, hasta que decidió emanciparse y demandarme para poder cobrar su tajada mensual de mis ganancias sentimentales. Aun así no me explico, vivió tranquilo durante tantos años, con sus ojos siempre mirando hacia adelante, sin distraerse de sus metas.
Silencioso se mantuvo, jamás me refregó en la cara las veces que lo decepcione, las veces que le hice creer que podría compartir su vida con alguien de su especie. Aun así, estuvo con migo durante cortos veinticuatro años, hasta hoy.
Hace siete horas, doce minutos y cuarentaicinco segundos que decidió abrir la botella de wiski que le regalaron en la navidad de 2011, y vaso tras vaso del brebaje a la roca, acompañado de bocanadas de humo negro, tomo el valor de levantarse, mirar al cielo y gritarle a esa estrella que lo sigue a todas partes, preguntándole el por qué permitió que lo flagelaran de esa forma.
Hace tres horas, cincuenta minutos y dieciocho segundos que se durmió, soñó con ramas firmes, golletes y multitudinarias despedidas en peladeros aledaños a su hogar.
Hace una hora, veintisiete minutos y cuatro segundos despertó, con dolor en su cerebro y comprendiendo la situación que vivía. En ese momento sonrió, solo para demostrarle al sordomudo que lo acompañaba que su eterna tranquilidad era un sentimiento que se alboroto al ver un grupo de mariposas que lo rodeaba, y que termino cediendo ante ellas para que finalmente se alojaran en su estómago.
Independencia en la que logro el corazón ante el cerebro, y actúa como un nuevo personaje en mi historia. Historia de manos frías y ojos cerrados.
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