Agotado buscó refugio entre los cajones del malecón de la bahía, en ese lugar no lo encontrarían. Penetra en sus oídos el cercano aullar de las sirenas de los carros policiales en busca de justicia por el crimen cometido.
Todo sucedió rápido, una riña sin sentido, el dolor del pecho y la camisa teñida de rojo son un mal presagio. El ocaso que consume la tarde, lo sorprende sumido en un sopor profundo encogido en un pequeño espacio que le permite el corredor de cajas, que apiladas en desorden unas sobre otras proyectan sombras atemorizantes que evitan remarcar su silueta sobre el frío pavimento.
Impedido de liar un cigarrillo para no delatar su presencia, la interminable espera le da tiempo suficiente para reflexionar ¡Qué se podía esperar del fruto de un alcohólico y una ramera! Nada mas que un niño triste que creció entre conventillos y burdeles en un ambiente de miseria, odio y violencia. Las calles Márquez y Clave impregnadas de contrabandistas, lanzas, cogoteros, mendigos y perros vagos, fueron testigo de su aprendizaje.
En ese mundo prometió ser diferente al lumpen, un centro de atención del cual todos comentaran, e hizo lo necesario con buenas y malas artes para convertirse en un hampón respetado. Dinero, lujosos autos, trajes elegantes y lindas mujeres nunca le faltaron, un buen gourmet, todo sin límites pero sin amigos, solo acompañado de su “fierro” y estoque y el infaltable pañuelo de seda importada engalanando el cuello, prenda que enfundada en su brazo innumerables veces salvó su vida desviando la cuchillada artera. Nunca sintió remordimientos por matar algunos, nunca. A lo lejos las sirenas siguen resonando.
Cae la noche en Valparaíso, oscura, densa, silenciosa. Su cuerpo atrapado en los maderos se debilita, respira con dificultad, bajo su abrigo de fina tela Inglesa siente su piel estremecerse, sus manos tan hábiles para manejar los instrumentos de venganza y demostrar su bravura están torpes y frías. Presiente que su tiempo se acaba, cierra los ojos, imágenes y recuerdos entremezclados se van esfumando lentamente junto con su vida. La del último choro del puerto.
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