Una fuerza interminable e ilusiones que resuenan tan fuertes como mi corazón me acompañan. La luz que emana de las estrellas, la luna observando lejana mis pasos que doy por la arena, reflejando mi sombra sobre el mar, tan incógnita como siempre, antes de que todo termine. Me convenzo de que la soledad ha venido a cautivarme para no dejarme volver a casa, y hacer de mis noches la única salvación para la paz que necesito. Hoy me encuentro totalmente lejana. Lejana del mundo, pero no de mí. Aún, así, llevaré conmigo todo el amor sincero que me entregaron. Camino a paso lento hacia el mar, enfrentándolo. Las olas con su potencia, despojan las ropas que cubren mi cuerpo y se las lleva para que las algas las adornen con su pureza. Ya no las necesito, no necesito vestirme de gris hoy. Me siento sana, de mi cuerpo y mente. Las olas siguen golpeando mi cuerpo y naufrago dentro de ellas, bebiéndome todos los momentos de mi vida. Mi cuerpo mojado, experimentando el paso del tiempo, sin apuros y nada de relojes. El olor a humedad, a mar, a pelo mojado, arena, a todo lo que no fue y está. Tan único es lo que estoy viviendo, que mis ojos se estremecen y en un segundo, comienzan a despojarse de las lágrimas que estaban guardadas sin ninguna razón. De repente, se asoma una sonrisa en mi rostro y largo a reír; me pregunté si estaba al borde de la bipolaridad, pero no. Necesitaba esto, necesitaba humedecerme y que el daño se fuera con cada ola y brisa que me arrastraba. Ya no hay porqué pedirle compasión a la luna, ya no hay porqué sentir tristeza por una noche sin abrigo. Soy mucho más ahora de lo que fui y mis heridas no volverán; mis brazos, piernas y torso, están sanos. Con mi naufragio se borró todo de mi cuerpo. Me visto con el manto de la noche y de seguro ya no soy la misma, dispuesta a seguir mi rumbo y vivir atada a la sonrisa de aquel mar que me acompañó en la noche más feliz de mi vida, esa noche cuando fui la última estrella palpitando en el cielo antes del amanecer.