Intentar caminar dentro de un laberinto con dos tipos de salidas. Esfumarse como el humo de una taza de té, perdiéndonos en la intemperie del silencio abrumador, dejamos correr por nuestra sangre aquel derroche de amargura que nos tocó la puerta el día de hoy. Salimos del laberinto, por una entrada tú, por otra yo. Bajamos las llanuras, observamos que el palpitar de los árboles nos dan un presagio, ¿otro más?. Me conformé con mirarte a los ojos, para dejar de estar asustada. Caminaste por detrás, todo el trayecto. No me dirigiste la palabra. Las luciérnagas nos guían y cumplen el rol del farol que se nos olvidó otra vez. Trayecto. Amor. Recorrimos el trayecto sin pensar en el fin, sin sentir la presión de que llegaremos al punto donde no volveremos. ¿Tendrás el valor para dejarme escapar? Te miro hacia atrás, estabas esperando una palabra que saliera de mi boca, para que retumbe en tus oídos.
- No tengo prisa, soy toda tuya.
Entre ojos llorosos y arrepentimiento, nos desnudamos al son del canto de un ave. No existía la esperanza, no existía el dolor. Tus manos acarician mi cintura y bajan hasta el punto idílico, hasta dónde yo ya no soy. Bocas cálidas, saliva con sabor. Calidez, humano, cuerpo. Galope, simpleza en un beso. ¿Acaso superamos las amarguras del día de hoy? ¿Acaso con este encuentro fortuito, podemos empezar de nuevo?

- Amor mío, hoy renací. Desde que salí del laberinto que nos ató a las amarguras.