Feneció en dolor, la torre se afligía...
¡ Que lo engalanen de seda y acero,
que férreo estandarte le zurza el cielo
como al Cid campeador a su mano fría!

Que no lo miren... con sus albinos
ojitos furtivos embraveciendo el
lúgubre corazón que enmoheciéndose
cual pena soldada trota en su sino.

Se han visto sí, epístolas más certeras,
surcar yelmo, cráneo y masa añil,
que su coraza hoy; llana y vigorosa,

bruma densa de intangible bandera,
mareas... petróleo, de un tsunami atroz
bate alas marchitas de olas porosas.