Nació el 12 de noviembre de 1834 en esta ciudad de los reyes, en el seno de una muy distinguida familia Guayaquileña, siendo sus padres don Bernardo Roca y Garzón y doña Teresa Roca y Boloña, matrimonio del que nuestro biografiado era el primogénito.
Hizo sus primeros estudios en la escuela de don Carlos Jure Beausejour, desde donde pasa al colegio de Guadalupe sobresaliendo en matemáticas y como latinista, pero mas lo atraen los estudios filosóficos para los cuales demuestra tener condiciones excepcionales; era un hombre sencillo y afable, de palabra fácil y elegante, en su época conto con la mas firme simpatía de maestros y amigos, cediendo a su vocación ingresa al seminario de santo Toribio, donde dicta cursos en forma sobresaliente, sus méritos lo llevan al cabildo metropolitano como canónigo teologal y maestre escuela.
Fue también un periodista combativo como pocos, publicando en “el católico” “el Perú católico” “el progreso católico” “la sociedad” “el bien publico” dio a la estampa vibrantes artículos en defensa de la fe cristiana, represento a Lima en la asamblea constituyente de 1884, después de unos años como justo reconocimiento a los méritos que realzaban su figura la real academia Española lo elige miembro correspondiente de ella en el Perú; la vasta producción literaria de este notable miembro del sacerdocio nacional fueron reunidos en un volumen de mas de medio millar de paginas titulado “verba sacerdotis”.
Enrique Carrillo uno de los más hábiles comentadores se expresa en los siguientes términos:
“en dicho tomo reposan esas piezas magistrales (se refiere a sus sermones, oraciones fúnebres, discursos, panegíricos y artículos periodísticos) donde centellea la verdad divina bajo el armonioso ropaje del estilo, trasciende en ellas una prolija frecuentación de los místicos españoles, por su fluidez, musicalidad y soltura se nota la influencia de fray Luis de Granada, en el libro resplandece el intenso halito de fe y caridad”
El mismo crítico juzga a monseñor Roca y Boloña en la siguiente forma:
“habiendo sido monseñor José Antonio Roca y Boloña en esta segunda mitad del siglo XIX, una de las personalidades mas encumbradas del clero peruano, gozando de tan firme crédito por la austeridad de su vida y el vigor de su talento, no es de extrañar que se le confiara la delicada misión de pronunciar en circunstancias excepcionales y solemnísimas las oraciones destinadas a conmemorar singulares acontecimientos históricos, o a rendir el póstumo homenaje de la iglesia y de la patria a los mas destacados personajes, en tales oportunidades siempre supo hacerlo con imparcialidad y templanza propias de su ministerio, resaltando las excelencias del hombre, tendiendo sobre sus defectos y errores el manto de la piedad y la tolerancia, deduciendo de los sucesos las saludables lecciones en que se manifiesta la voluntad divina en beneficio de su pueblo, como por ejemplo sobre las cenizas aun tibias de un Gálvez, de Balta, de Pardo, no lo ciega el cariño, no lo perturba la pasión, guarda la medida prudente y exacta, atempera la veracidad con la mansedumbre, fiel al precepto clásico es al mismo tiempo amigo de sus amigos y el mas inflexible amigo de la verdad, maniobra en este terreno con suma flexibilidad y elegancia; cuando honra la memoria de don Manuel Pardo, levanta la voz por encima del fragoroso tumulto político, para alabar solamente la grandeza moral de la victima que en sus ultimas palabras perdono a todos sus enemigos y hasta a su propio asesino; cuando elogia la humildad, la sapiencia y el genio de José María Aguilar, iguala al panegirista de san Ignacio de Loyola en la sublimidad del pensamiento, en la majestad de la expresión y esta a su vez se torna carbón encendido entre sus labios para estigmatizar el ominoso asesinato del presidente Balta; para José Gálvez su maestro de quien lo distanciaba esenciales principios, encuentra en el momento del martirio y de la gloria frases adecuadas a la bizarría del héroe.
Después alabando la proporción de sacrificio y la superioridad de Grau, que flotando eternamente sobre las aguas del pacifico el monitor Huáscar y el nombre de su comandante pasan a la posteridad, desde la catedral metropolitana logra equiparar la elocuencia a la grandiosidad de la hazaña.
A los 80 años solo y pobre, sumido en la melancolía del recuerdo abandona esta vida el 29 de julio de 1914, en momentos que se iniciaba la terrible crisis bélica que ensangrentó a Europa.
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