Despertar con eses sonoro y tétrico maullido que venían desde las habitaciones del primer piso, habían provocado en mi un miedo frio y penetrante, más la oscuridad que me rodeaba por completo, el miedo aumentaba y lo llevaba al punto de espanto.
En el piso de madera se escuchaban unos pasos lentos que se dirigían hacia mi habitación, el miedo había paralizado mi cuerpo, inmediatamente en mi delirio nocturno recordé el asesinato de la antigua dueña de casa, un asesinato cruel, en el cual no se encontraron culpables, ni razones, sólo el cuerpo mutilado y el gran charco de sangre, donde los perros que supuestamente la cuidaban estaban bebiendo del charco.
-¡quién es!- pregunté sin encontrar respuesta.
-¿Carola? – y sólo se escuchaba los maullidos lejanos de gatas en celo.
El frio había tocado mis huesos; la puerta parecía que iba a abrirse en cualquier momento, la impaciencia por saber quién era detrás de ella se transformó en un no querer saber, producto de la prolija imaginación y recuerdos de la antigua dueña. Entonces me propuse a asegurar la puerta, pero mis brazos no me respondían, ¡ni todo mi cuerpo!
El sudor empezó a soltarse por todo mi rostro, frio y abundante; en ese instante recordé algunas ocasiones donde ocurrieron situaciones así de paranormales, comenzando con la ventana resquebrada, no encontramos una razón lógica para tal accidente, o el extraño comportamiento del perro que ladraba a una esquina solitaria del cuarto de baño, el animal estaba completamente eufórico o el balanceo sin viento de la hamaca.
Todos esos sucesos provocaron ahora un pavor que hacía que mi cuerpo tiemble incontrolablemente.
Al esforzarme y querer moverme sin ningún resultado, sentí que unos delgados y fríos dedos acariciaban lenta y arrítmicamente mi oreja izquierda, quise saltar de la cama e ir al primer dormitorio donde exista persona humana que pueda acompañarme, ¡pero no podía! Ningún miembro mío me respondía, miré de reojo a la izquierda, sólo encontré algunas siluetas de muebles, pero no había ningún espíritu o demonio. Luego, de la misma manera, miré hacia la derecha con el mismo resultado, todo el cuarto estaba completamente solitario; me tranquilicé un poco, tratando de buscar una explicación lógica, pero en ese preciso momento volvieron las caricias arrítmicas, luego me di cuenta que había un ligero peso encima de mi cabeza, no sé cuánto tiempo estaba ese peso ahí, pero al percibirlo y saber que estaba ahí, mi cuerpo empezó a templar de nuevo y el sudor cubrió mi rostro…
-qué quieres…-murmuré, más que un murmuro fue un lamento.
Un maullido lejano y salvaje me respondió, parecía que viniera del más allá. La respuesta a mi pregunta me asusto tanto, al punto de hacerme llorar y en tono sollozo exclamé:
-no me hagas daño, te lo suplico… ¡qué quieres de mí!- dije.
El silencio agudo y siniestro sonó como una respuesta desalentadora, sí, mi mente inquieta presagiaba mi pronto deceso, yo no quería que pasara, pero la tétrica noche y el sombrío espíritu lo deseaban.
Pasó varios minutos, los más largos e inquietantes de mi vida, aun sentía el ligero peso, lo cual significaba que él o ella o lo que sea seguía arriba de mi, y la fría y delgada mano aun tocaba mi oreja izquierda… pero de pronto, el espíritu inmundo empezó a moverse por mi cabeza, queriendo descender por mi cara, ese instante pensé que vería a mi atormentador visitante y a mi fatídica muerte.
Poco a poco descendió, hasta caer por mi cara y se deslizo a mi pecho, pero no era lo que yo había pensado, ni espíritu inmundo ni demonio, era algo peor, sí, un brazo inerte y frio, la impresión al ver el brazo y saber que lo tuve toda la noche, provocó un grito ensordecedor, miré arriba de mi y no había nada, solo el brazo en mi pecho, pero con asombro callé mi grito al instante, pues el brazo inerte y adormecido venia de mi hombro que inconscientemente descanso sobre mi cabeza por gran parte de la noche, lo que provoco un adormecimiento en el brazo.
Carola vino como alma que trae el diablo y preguntó qué pasaba, y yo sólo conteste:
-Fueron los gatos cariño… nada más.- mientras la inevitable risa salía de mi boca.
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