He frustrado el destino que el Dr. Colombo tenía preparado para la humanidad en mi persona. Estoy en el desierto, atrapado en la noche tremenda. Siento las víboras y los coyotes que merodean e intentan cazar, y la sed se hace intolerable. Parece una contradicción que en el desierto sólo haya mañana y tarde para un hombre (el resto es peligroso) y sin embargo, me haya visto obligado a desplazarme siempre de noche buscando un milagro en los alrededores. La síntesis de lo que ha ocurrido se resume en la conducta de la contaminada mentalidad de dos jóvenes que debieron pertenecer a La Tradición y se extraviaron por senderos banales. Vinimos hasta el corazón de arena de Atacama, en busca de alguna verdad o algún encuentro con nuestra segunda mente. El coche se nos detuvo varias veces en las arenas negras, las menos densas, y en todos los casos logramos sacarlo a flote con piedras en las ruedas, exceptuando la última vez. Santiago Escobar, mi compañero, está muerto. El calor lo indujo a quitarse la camisa, sudó mucho y su piel quedó calcinada. Esa noche quedó inconsciente y sus movimientos bruscos le hicieron golpear una roca que le zanjó una herida, de la cual brotó sangre muy espesa. Yo sobreviví tomando más tarde el agua del radiador y cavándome una fosa para paliar las bajas temperaturas de la noche. De día armé unos toldos improvisados con las prendas de ambos para soportar las horas más bravas de sol. La altura y el acimut se comportaron de manera rebelde para lo que yo esperaba. Escribo en los últimos momentos de cordura que me quedan, bajo una tranquilidad simulada que en verdad no existe. Esta aventura infundada nos ha costado lo más caro. Espero que alguien encuentre este escrito alguna vez, es la esperanza que guardo junto con las intenciones de Juan Colombo. Aquí tengo su carta, profética, si se quiere. Fue parte de la educación que recibí de los miembros de La Tradición.
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“Porque el hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras”.
Mateo 16:27
Aún no comprendo cómo aquel hombre logró encauzar su anomalía. Él tenía algo más. En mi caso, lo padezco desde casi siempre. He intentado armonizar mis pensamientos con el transcurrir ordinario del tiempo, pero no he podido. Culparé al mundo y me culparé a mí. No soy apto para sobrevivir con esta mixtura de formas. No imaginan lo tedioso que resulta escribirles esta carta de primera intención, habiéndola releído ya más de cien veces en mi mente, sin siquiera finalizar esta línea. El salto adelante, como decía mi madre, se ha vuelto insoportable. Ya desde la física cuántica, ya desde las matemáticas y el teorema de Fermat y los errores que nadie sabrá que cometió Wiles, ya desde la literatura y sus pugnas temporales o las posturas de si escribir como se habla o hablar como se escribe. La mediocre admiración por la filosofía, ¡bendita mediocridad!, el pobre iluminado de Nietzsche y sus inconscientes seguidores. El estatus y el confort, la lucha armada o pacífica; el ser o no ser. Las comidas, combinaciones químicas; el Na(+)Cl(-) que eleva la presión arterial y que, si perdiera su sabor, sabe Dios quién lo volverá a salar (un tal Carlos “elemento mortífero de fusil” acentuado como aguda y no como grave, me hizo sonreír con esto cuando niño, como la sal ahumada que me regaló un amigo mexicano en aquel tiempo, del mismo nombre). La teología egocéntrica, de los infinitos menos unos pocos (qué inexacto), las razones de Carlos Gallardo… infantilismos. Tal vez los electrones de Valencia o el eterno retorno tuvieron una aproximación a mi realidad en aceleración (está mal dicho, véanlo). El arte, completamente inútil, también me exaspera porque engaña; no se olviden que el inconsciente es dos más dos.
Hoy es el día. No puedo ver el futuro (podríamos, si el mundo o ustedes me hubieran dejado tener hijos) pero sé, quizá por una cuestión de fe, que hoy moriré. Puedo ver al bueno que es malo, o al malo que es bueno, cuya finalidad es llevar de comer a su familia (no hay estatus para su profesión en estos tiempos), armados, vestidos de azul, listos para matar, como si la falsa moral de una sociedad aplacara la cruda verdad de la bestialidad humana. Me verán como siempre, sin entender; los veré igual, en cámara lenta. Mis músculos desfasados actuarán según sus posibilidades para llevar adelante el plan. Una bala me atravesará el puño (¿recuerdan a Carlos? vamos, jueguen con ello, de eso se trata), se que podré interponerlo entre el cañón y mi plexo solar en el primer disparo. Dos, tres, muchas balas de miedo me matarán. Habrá sido una injusticia. Gutierrez se librará del yugo de los verdugos, sus superiores. Él sabe que tiene todo lo que necesita en la carpeta que le dejé. No interpreten que soy un filántropo, lo hago porque confío en los genes de su hijo menor. Ese niño podrá tener hijos, ustedes no se lo negarán, y sus genes proliferarán en miles de años para que alguna vez esta carta (mi amada creación) parezca sencilla. Lean al apóstol Pablo y verán (pienso en el hijo de Gutierrez). Yo no puedo hablar por medio de parábolas, un hombre de hace dos mil años pudo controlar la anomalía, ya lo dije. En mi caso, serán mis acciones retrógradas las que me conducirán a la muerte: un hombre de acción. Pero dejo aquí lo más puro de mis pensamientos. Mil hojas no bastarían para explicarles todo, miles de años (el hijo de Gutierrez tiene que sobrevivir) tal vez sí. El pensamiento acelerado inusual, los músculos lentos del homo sapiens sapiens (esto lo entienden, soberbios) hoy desaparecen. De todos modos, no se olviden del amor. El que tenga inteligencia para entender, ¡que entienda!
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La cita inicial corresponde a la espera en vigilia espiritual que ha tenido La Tradición por los siglos después del Cristo. Ellos reconocen algún tipo de divinidad en aquel hombre, más reconocen su cuerpo excesivamente humano. Lo consideran un caso excepcional de desfasaje mente-cuerpo, asombrosamente regulado y materializado en la comunicación sencilla que pudo efectuar con las gentes de su tiempo. Siempre creyeron en su regreso. Juan Colombo nació y vivió con un desfasaje similar. Era prometedor. Sus pensamientos eran de una mente que pegó un salto descomunal en lo que conocemos como evolución o variación genética. Pero jamás logró controlarlo. Fue un inadaptado. El doctor, en su carta, demuestra que su afán siempre fue lograr la mediocridad, ¡benditos mediocres!, gente feliz, pensaba. En el escrito encuentro plasmada y resumida la esencia de un ser humano con sus sueños y conflictos, sus traumas y una libertad tempranamente arrebatada por los maestros de La Tradición. Libertad que de todos modos nunca habría tenido.
Colombo se despide del mundo y de la humanidad que no lo aceptó, ni para darle una mujer, ni para darle un hijo. Sus características de pensador se desvanecen en el deseo primitivo de la acción, y él cree encontrar una ventaja a pesar de las limitaciones de sus músculos pobremente desarrollados en la silueta enjuta y deforme de su condición. Su plan estratégico ha fallado. Él confiaba en mí y aquí me encuentro, a horas del punto y final.
Dejo el lápiz y el cuaderno en este sitio perdido del universo, en un coche, en los lúmenes que una batería química me provee. Lo que resta es esperar. En mi caso, todo es una cuestión de fe. Será la sed o el miedo, quizá, pero ya comienzo a sentir la presencia de las valquirias que me observaban de pequeño o el cancerbero que no deseo encontrar. Me sorprende que aún puedan caer lágrimas de mis ojos. Este es mi legado improvisado en el desierto que ha de devorar mi cuerpo, como estaba escrito, o como decidí escribirlo yo.
Genaro Gutierrez.
Desierto de Atacama, Chile. |