Todos tenemos una voz interna, ese otro yo con el que dialogamos cuando estamos serenos, que nos da alientos cuando estamos inseguros, que nos maltrata cuando estamos violentos.
Voz pequeña, otras veces grande, con quien a diario negociamos la forma como vivimos nuestras vidas, todos los días, uno tras otro, sin falta, de noche y de día, dormidos o despiertos, solos o acompañados, felices o tristes, estresados o relajados, vamos de la mano, con nuestra eterna e irrenunciable compañía, unas veces impulso, otras muchas lastre.
Pasa que en mi caso, una sola voz, parece, no fue suficiente, por lo que disfruto de varias de ellas - si a eso se le puede llamar disfrutar-. Nada de esquizofrenias ni delirios de persecución, simplemente tengo muchas voces internas, que por lo general hablan al mismo tiempo, siempre con ideas diferentes sobre un mismo tema.
Así, la toma de decisiones se dificulta, concentrarse es un reto, el profundizar en el amor propio implica un mayor esfuerzo, y bien, relajarse a solas, prácticamente imposible.
Habiendo aprendido a lidiar con ellas, aun no logro dominarlas en esos quince minutos que cada mañana me toma despertarme definitivamente. En ese lapso de tiempo, aprovechando que la fantasía de mis sueños se mezcla con la racionalidad, aprovechan para literalmente, llevarme a los confines más remotos de mi cordura. Voraces me agarran de las piernas y me arrastran sobre mi conciencia, mientras presa del pánico trato de aferrarme a lo que encuentre a mi paso. Eternos minutos de voces encontradas que todo lo cuestionan y una lucha desenfrenada por sobrevivir al ataque, mientras mi cuerpo es arrastrado a gran velocidad sobre el piso de mis convicciones y recuerdos. Mis manos se aferran a los escasos pilares de mi personalidad, pero como sigo medio dormida, mis movimientos torpes no logran contrarrestar el poder del arrastre. En medio de la faena, una voz grave sobresale diciéndome: admítelo, la estás perdiendo! Mientras yo trato de sostenerme sin éxito de algunos de mis más gratos recuerdos.
- Despierta de una buena vez, desesperada le ordeno a mi cerebro aun dormido. -Inyéctame racionalidad, despierta!!
Segundos antes de caer al vacío de lo irracional, mi cerebro ya despierto, inunda la escena. Justo allí, mientras todo flota y se reacomoda, disfruto por única vez al día, de mi silencio interior, ese que de otra forma nunca tengo, que añoro, pero que de forma natural es inalcanzable para mí.
Impresionable. Siempre lo he sido, y pese a las consecuencias, espero jamás dejar de serlo. |