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Inicio / Cuenteros Locales / cara-luna / La Historia de la cual no se conoce final

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En un lugar muy cercano, hubo una vez, hace poco tiempo, dos seres únicos, más semejantes que diferentes, poco comprendidos pero muy recordados.

Estos dos seres tenían alas porque les gustaba volar, sin embargo, no eran aves; tenían los ojos grandes y luminosos y podían ver más allá, eso les permitía cazar presas en cualquier circunstancia, en lo claro y en lo oscuro, aún así no eran animales cazadores, ni búhos, ni felinos. Eran ágiles y veloces, en su actuar y en su pensar, pero no eran jaguares, ni pumas, ni gacelas. Tenían una particularidad; escurridizos como serpientes marinas, sin serlo así. Aunque fieles a su manada cuales lobos, siempre pretendían conquistar a otros seres, de sus tierras o de tierras lejanas, era parte de su necesidad de reafirmarse como conquistadores, era parte de su necesidad de poseer más, aunque después de cada aventura regresaban a su hogar manteniendo una especie de fidelidad, muy difícil de comprender por el resto de los seres que habitaba aquel cercano lugar.
Había un vacío que los hacía repetir historias, que los hacía buscar más aventuras, aunque en el fondo, buscaban paz. Su pueblo no les brindaba del todo paz, su manada tampoco.

Ella, Atenea. El, Ares.
Excelentes luchadores, siempre enfrentaban retos, eran guerreros admirados.

El lugar… uno de los más maravillosos del Universo, siempre soleado y con brisa durante el día. Al anochecer, suave llovizna que arrullaba a quienes lo habitaban para que tuvieran dulces sueños, la temperatura, tenue...
Era un lugar magnífico, perfecto, un mundo de fantasías naturales las cuales eran admiradas.

Hubo una ocasión en que Atenea y Ares caminaban a la orilla del río de su pueblo, tenían cierta atracción por las maravillas naturales que ahí había, el agua por ejemplo, era una de las que más les gustaba sentir, escuchar, admirar, era un río cercano a una estruendosa cascada que en su caída se podían ver los colores arco iris.

Fue entonces donde se encontraron por primera vez.
En ese primer instante que se miraron a los ojos, se reconocieron –como si se conocieran siglos atrás- sin embargo siguieron su camino, cada uno tras sus propios sueños los cuales no se cruzaban ni siquiera pasaban de cerca, Ares iba a una misión al este y Atenea, a concluir una etapa de su existencia hacia el sur.
Aún así, sabían donde encontrarse…tenían miedo de reconocerse, aún sin comprender la palabra “miedo” porque nunca antes lo habían experimentado.




Pasó el tiempo… fue corto porque ahí las horas transcurren muy rápido.
Ares concluyó exitosamente su misión, era un guerrero por excelencia, como todas las luchas que enfrentaba –esta no era una excepción- ganó, él era un triunfador, siempre acostumbrado a vencer, nunca derramó sangre, ni lloró, no conocía la derrota ni quería conocerla, su alma pertenecía a sus propios gozos. Sus gozos pertenecían a su alma.

Atenea concluyó esa etapa dura de su existencia, llena cambios y trampas. Sabía que ese no era su lugar, era una situación temporal para alcanzar su sueño. Ella era un ser fuerte, acostumbrada a luchar hasta sangrar, era una triunfadora de sus propias batallas. Su alma pertenecía a sus propios sueños. Sus sueños pertenecían a su alma.

En un par de luchas se encontraron, pero sólo se miraron a los ojos y pasaron de lejos. No había tiempo de profundizar entre cada contienda, eran luchas muy duras como para correr el riesgo de perderla por mirar a los ojos a un ser que desconcertaba.

Sabían donde encontrarse…
El destino los hizo repetir, pasaron por la orilla de aquel río, por aquella ruidosa cascada, a la misma hora que dieciocho meses atrás. Sus miradas se cruzaron una vez más, juguetearon pero continuaron su camino.

Bendito el día en que un poder mayor y Universal los hizo repetir, los hizo compartir el mismo espacio físico y el mismo aire, benditos esos seres maravillosos.

Al día siguiente, se volvieron a cruzar por el mismo lugar, se miraron de nuevo a los ojos y sonrieron.

Había una extraña conexión en sus miradas, había electricidad, lo habían descubierto y podían comunicarse sin decir palabras.
Todos los días a la misma hora, el sonido de la cascada era el anuncio de que se encontrarían otra vez. Se hizo costumbre. Se hizo un ritual. Se hizo necesidad. La necesidad de tenerse uno al otro. La necesidad de mirarse uno al otro.
Ambos tenían luz propia y su belleza iluminaba como un gran sol aquel cercano lugar, en especial cuando sus cuerpos se rozaban, eso entre otras cosas, hacía diferentes a estos dos seres, los hacía sobresalir entre la diversidad, los hacía atraerse cada vez más como si fueran imanes con cargas opuestas.
No podían evitar ser cazadores, por eso desde el primer cruce de miradas lo único que pasó por sus mentes fue aumentar en número sus víctimas, no podían dejar de ser guerreros, por eso lucharon intensamente por no perder la presa, aunque no podían evitar empezar a sentir una especie de temor, el mismo temor que los hacía continuar buscándose en el mismo lugar. Aunque empezaron a experimentar este nuevo sentimiento de una manera intensa, no se debilitaron, siempre con la cabeza en alto mirando al cielo azul profundo, tomaron la decisión de seguir encontrándose, tomaron la decisión de aceptar las consecuencias.


Un día, el clima había cambiado, Atenea y Ares se encontraron de frente en el mismo lugar, se tomaron las manos y sintieron la energía fluyendo de un lado al otro, esa energía los conmovió, los estremeció y los hizo desear conocerse más, ellos querían ir lento pero el nivel de luz iba en aumento cada vez que se miraban a los ojos. Era imposible ir lento.

Casi sin palabras, solamente con la piel, una noche se dejaron poseer. Se sintieron cuerpo a cuerpo. Sus bocas se unieron. Ese día faltó el aire en todo el Universo. Ellos lo consumieron todo.
Hubo un destello gigante de luz y ese día los habitantes de aquel cercano lugar vieron pasar la estrella fugaz más grande y luminosa que jamás habían visto.
Algunos se estremecieron, otros se alegraron ante el fenómeno y otros, muy pocos, sabían lo que estaba pasando porque lograron percibir en algún momento, las vibraciones que generaban cuando estaban juntos.

Lograron compenetrarse muy fácilmente.
En el plano físico, tenían una excelente conexión. No tuvieron que decir sus gustos o sus deseos o sus más bajos instintos porque los reconocieron de inmediato. Podían satisfacerse sin pedir nada.

Los días iban pasando, ya los encuentros eran necesarios y parte de una rutina de vida.
Deseaban sus manos, deseaban sus bocas, deseaban sus cuerpos, deseaban poseerse, todos los días y a cada instante. La pasión era su principal ingrediente. No podía faltar.

Se conocieron cada vez más aunque con cierto temor de hablar de sus vidas, de abrir su corazón, de abrir su mente demasiado ya que recordaban la especie a la que pertenecían.
Por alguna razón confiaron el uno en el otro. Con cada mirada se decían muchas cosas, pero algunas no querían verbalizarlas aún. Aún así, todos los días, tras cada mirada se decían cuánto se querían. Aunque en el fondo, realmente no se creían.

Quisieron salir volando muchas veces, huir de lo que estaban sintiendo y aún teniendo alas, se quedaron.

Se quedaron…
Y guardaron sus armas…
Jugaron diferente esta vez…
Fue en ese momento, que se movieron a otro plano. No supieron en que ocasión el placer se adjuntó al cariño.
Lucharon porque no sucediera así, incluso se enojaron con ellos mismos, gritaron fuerte en el desierto que no querían sentir, no querían amar a la presa, no era lo común cazar y que el corazón tuviera alguna interferencia. Acaso los veloces jaguares tienen piedad por su víctima? se preguntaban continuamente sin una respuesta.




Ya de todas maneras tenían su propia manada, para que perder una de sus principales características, si ser escurridizos les había funcionado perfectamente. Sin embargo, sin tener muy clara la razón de su decisión, se jugaron el chance de sentir, aún conociendo uno del otro sus enormes habilidades de cazadores, depredadores y guerreros.
Decidieron correr una clase de riesgo muy diferente al que estaban acostumbrados a enfrentar.
Para ese momento, Atenea ya había dado todo, ella lo amaba.

Tuvieron sus propias luchas, Ares contra Atenea. Atenea contra Ares. Muchas veces perdieron la paz, quisieron correr en direcciones opuestas, quisieron volar, desearon seguir con sus habilidades prehistóricas de cazadores a muerte, sin piedad… Hubo una lucha de poder. Siempre había que lastimar.
Sin embargo, existía dentro algo más poderoso que no los dejaba alejarse. Algo que sobrepasaba el temor, la angustia y la furia. Ares no sabía que nombre tenía.

Vivieron excelentes momentos, muchos inolvidables, algunos diferentes, recorrieron el desierto hasta levantar nubes de polvo color azul como el cielo, el mismo cielo azul que también habían recorrido juntos tantas veces, volando alto, mirando todo desde otra perspectiva. Recorrieron muchas veces más la orilla de aquel río donde se miraron por primera vez, donde se reconocieron, donde se conocieron, donde se amaron.
Solo sintieron y se dejaron llevar.
Vivieron.
Respiraron paz.
Solo la paz y el amor, los hizo quedarse por algún tiempo…aún no se sabe cuánto…


Pasó el tiempo, mucho tiempo más del que esperaban, siguieron recolectando historias juntos, continuaron subiendo, bajando y escondiéndose... se quedaron, nunca volaron

Texto agregado el 30-07-2013, y leído por 104 visitantes. (0 votos)


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