He recorrido carreteras saltando autos y camiones o, simplemente, pasando a través de ellos. No tengo una ruta definida, vadeo alambradas, me sitúo luego en otro camino y avanzo a velocidad desmesurada contra el tráfico por esas vías que me ignoran.
En las ciudades, voy atisbando tiendas y cafeterías, me cruzo con gente que parece detenida en el tiempo, las contemplo a dichas personas como un espectro que está allí y que no existe en ningún lado.
Es una buena manera de viajar, tal como uno piensa que lo haría el alma de un fallecido, ya despojado de su peso y de las ataduras terrenales. He contemplados mares lejanos y personajes extraños. La vida pareciera no transcurrir en dicho lugar, el sol es eterno y las medias tintas que forjan algunas nubes, se adhieren a los objetos y a las personas como una mancha gravosa.
Viajo a velocidad inconmensurable y ningún músculo de mi cuerpo acusa fatiga, acaso la yema de mis dedos, pero eso es algo imperceptible.
Regreso con atisbos de adicción a esos lugares, que podrían estar a la vuelta de mi esquina o bien a distancias casi siderales. Es un vicio que no me nubla el seso, no me embota ni me extrapola a regiones inexistentes.
Es una cualidad que apareció de repente, que me emparienta con los superhéroes y con seres sensoriales. Y todo, gracias a un influjo de mis dedos, un hechizo que me permite invocar a ese poder que me transforma en un fantasma y en una alucinación. Esto es Google Maps…
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