LA NEGRA LEONOR
(relato)


¡Era domingo! ¡Por fin! No era un día cualquiera de la semana. Aquel día se preparaba un desayuno especial en casa de mi abuela Sofía; y mis hermanos y yo merodeábamos por la cocina impacientes, mientras la negra Leonor manipulaba sartenes, cayanas y ollas, para servir a las 8 de la mañana a más de 12 personas.
La cocina se veía llena de humo producido por el carbón, a pesar de estar dotada de una chimenea grande y antigua y allí la negra se sentía a sus anchas oficiando con devoción su arte y su culto a la gastronomía paisa. Ora revolvía los frijoles trasnochados con hogao ;ora volteaba los chicharrones carnudos y revisaba la olleta del chocolate que ya esparcía sus aromas.
En tres grandes cayanas se asaban las arepas de tela, que ya mostraban su color dorado para luego recibir generosas dosis de cremosa mantequilla del campo.
En el comedor mi abuela y mis tíos esperaban que se sirvieran tan ricos manjares mientras Firpo, el perro danés, bostezaba largamente echado a un lado de la mesa.
El desayuno de los domingos era todo un ritual; no sólo se degustaban verdaderas delicias, sino que allí había algo que hoy se ha perdido: SABOR A FAMILIA.