Como todas las mañanas, compré el periódico, yo creo que ya nadie en la redacción se toma el trabajo, ni el tiempo para ello. Habiendo internet, por qué comprar unas cuántas hojas de papel.
Puse la pava, preparé religiosamente la yerba, con las cascaritas de naranjas, y en un delicado procedimiento, que mi padre me explicó durante años, cómo preservar el mate y la temperatura del agua (todavía somos muchos los que padecemos el fuego) en ése el momento de la ceremonia, fui atravesada por una duda:
Cuál era la nota que el diario no destacaría jamás, y que brillaría yo como redactora al salvarla del bosque de los olvidos, qué tema rescataría, ya en Buenos Aires a nadie parecía importarle
¿Cómo el mago adivina sus cartas ó como defendernos de un demonio necrófago?, ¿a alguien le interesaría saber dónde se encuentran las baldosas flojas de la Catedral de Buenos Aires, cómo llorar en cinco pasos y renacer al sexto, qué cantidad de gente se volvió loca por amor, cuantos mundos puede alojar un mundo?¿Quiénes miran la luna los días de lluvia y suspiran?¿A alguna persona le gusta hacer pequeñas proezas sin que nadie se entere? Que el promedio de caramelos en los bolsillos de los niños es inversamente desproporcional a la cantidad de horas que pasan frente a un aparato electrónico? ¿Qué cantidad de veces, mi gato, se ha adueñado de la estufa y mi almohada?¿ Cuántos billetes de cien tiene por día el cajero de la esquina?
Por eso, luego de releer el diario en la página 49, los descubrí, margen izquierda en el ángulo superior, vi la nota sobre los estoicos, en chiquitito, y me interesó. ¿Quiénes eran ese grupo de locos que desembarazadamente remediaba las situaciones más disparatadas con más humor y absurdos?.
Comenzó a despertar expectativas de sus próximas incursiones en el mundo. Al menos a mi me impactaron, tal vez me esté adelantando a los hechos como sucedieron
Al principio mi curiosidad se vio invadida de prejuicios, de intrigantes pensamientos, por qué pedirle a la gente que tomaba mate a la mañana, que pongan en su ventana un gato azul.
Y así lograron juntar los 1.000.001 de pesos para que Juanito Laguna tuviera su propio museo y para variar con merendero para chicos cartoneros, en esos talleres, cualquiera podía ir a enseñar algo o aprender un oficio, o hacer algo que jamás había podido conseguir. Cómo funcionaban, maravillosamente y de un modo autártico.
Por eso yo esa mañana, afortunado día de mis existencias, fui a la deriva por la ciudad de Buenos Aires a la dirección que indicaba en clave el diario, “no todos los secretos son escuchados” “una esfinge”. “Es la hora de la luz”
. Ciertamente, ese mecanismo oculto de mostrarse a través de acertijos me tenía fascinada, quién o quiénes eran los estoicos, cuáles serían sus objetivos, sus verdaderas intenciones. Serían un grupo, una secta, una logia, un clan de extraños peregrinares hacia la fama, para qué. Más bien parecían mantenerse en el anonimato.
¿Qué lugar, dónde podía ser? Y la hora, como acertar el momento justo que los encontraría
. Y entonces me acordé de que tenía por costumbre buscar ciertas señales antes de comenzar una nueva nota o un artículo de opinión o simplemente una investigación. Pensé ofuscada en la frase, ¿dónde puede existir toda clase de secretos y no ser oídos?…Estuve pensando más en gárgolas y monumentos en plena ciudad. Casi con cierta ironía vino a mi de nuevo la pregunta con su retórica. Pero es esto de la dialéctica que te juega una mala pasada, y justo en ese momento veo a Botija que orina sobre mis zapatos nuevos, los mismísimos que iba a usar para la ceremonia de casamiento de mi prima, esos que conseguí en un destartalado lugar, orientado a las rebajas, mis maravillosos zapatos chorreados zapatearían lindo sobre ese mar de orines de Botija. Adoro a mi perro, pero en ese momento se me vino a la cabeza toda clase de castigos. Cómo retarlo a ese condenado San Bernardo, recuerdo de mis últimas incursiones en una pareja.
Tengo el recuerdo muy claro. El mejicano me insistió tanto, dijo que nunca había sido tan feliz como nuestros encuentros de domingo, con el canino y el café con leche con medialunas sobre la cama. Yo vivía en mi nube de amor, cómo no complacerlo con el cachorro. Sólo que al cerrar las valijas antes de irse de nuevo a su país me aclaró: -Serás un poco despistada y loca, pero sé que Botija y vos serán inseparables amigos.
Pensé para mis adentros, muy adentros. Lindo chiste, y creo que por eso le perdono siempre a la mole que salte sobre mi sillón preferido con sus patas embarradas, o que le dé un baño húmedo a mis mejillas cuando llego de trabajar. O que me haya perdido de algunos viajecitos, porque Botija es Botija, y quién va a tener espacio para semejante bestia. Reitero que igualmente el peso de este animal es directamente proporcional al amor que me da. Y sin lugar a dudas, el mejicano tenía cierta razón, somos inseparables.,
Es todo lo que ustedes necesitan saber para poder entender lo que hoy les voy a contar.
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