Y entre tanto
lo imaginaba carnoso,
en la acústica de una gran nube
o rociándole cacao y manzanilla
a sus amantes.
Lo imaginaba exhausto
y con piel dorada;
con túnica sedosa
y nariz alpina;
con alas, por si alguna caída
incumplía su formula gravitacional.
Era fanático de Mozart,
tenía hermosa caligrafía
y aurora enmarihuanada;
pero yo todo lo humanizo
hasta a mi propio dios.
Texto agregado el 28-07-2013, y leído por 94
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