EL VIAJE
Qué camino tan extenso¡ Llevamos casi seis horas sobre el ómnibus, subiendo y bajando sobre cerros enormes, pasando puentes indescriptibles, penetrando quebradas y observando nieves perpetuas. Y siempre este permanente hincón en la cabeza y este revolotear de aves hiperactivas en el estómago, y este cansancio repentino que no es otra cosa que producto del mal de alturas. Ya casi era mediodía. Después de dos horas se escuchó la voz de trueno del conductor:
-¡Señores y señoras¡ Llegamos. ¡A descender¡ ¡lo más pronto¡
Los niños fueron los más prestos a bajar, algunos adultos no querían, se sentían tan abrigados que tan solo ver por los cristales las gruesas lluvias que golpeaban el techo del carro los amilanaba.
Llovía copiosamente, de pronto se escuchó como el reventar de pequeños cohetecillos en las calaminas de las casas, los tejados, la carretera, la pileta de la plaza todo todo todo se había tornado de blanco. Sobre la nieve alba el ómnibus toma velocidad y se pierde entre las estrechas calles del pueblo.
Caminamos en la búsqueda de la Calle Sáenz Peña 666, nos perdemos en empedradas y terrosas callejuelas hasta llegar a la plaza central del pueblo. En una esquina, en una vetusta casa de color verde con amplios balcones en el segundo piso, se arremolinaba la turba . Caminamos pegados a la pared unos tras otros, protegidos bajo el paraguas que nos protegían.
Nos confundimos entre la gente que cada vez iba en aumento. De cada esquina iban llegando, de dos de tres o en grupos.
Mi primera impresión fue que algo de importancia se iba a anunciar en ese lugar.
Apareció un hombre de edad mediana, llevaba un grueso chaquetón con capucha, que se la quitó en cuanto llegó a la casa verde dejando al descubierto su uniforme de la Policía Nacional. Traía cogido de la mano, a un niño pequeño, de unos 3 años. Cuya miraba perdida en la nada reflejaba que estaba en estado de shock, su rostro pálido y su extrema delgadez eran realmente patéticos. Sin embargo, extrañamente notamos algo familiar en él.
-¡Ha quedado huérfano¡ ¡Pobre niño¡
-¡Qué triste fin ha tenido su madre¡
Gritos, murmullos, lamentos en el lugar iban en aumento.
Tres policías aparecen al mismo tiempo en la puerta con los brazos en alto e intentaban apaciguar a la muchedumbre .
-Señores, señores, ¡Calma¡
La calma era lo último que llegaría a aquel lugar.
-¡Qué triste final ha tenido esa pobre mujer¡
Esas palabras cruzaron varias veces por mi cerebro, las iba relacionando con las anteriores, antes de llegar a comprenderlas. Me había decidido por fin ver a mi hija que hacía bastantes años se había destacado a trabajar en este alejado pueblo. Nuestras comunicaciones eran cada vez más escasas . Y notábamos que estábamos distanciándonos cada vez más.
Esta mañana sucedió algo que dejó conmocionada a toda la gente de Villa San Pedro- prosiguió el informante- Han asesinado a una mujer en la madrugada. Ocurrió en la casa más apartada del pueblo, donde ella rentaba una pequeña habitación. Su hijo nació allí. Nadie comprendía por qué se ensañaron con la joven mujer. Había sido estrangulada y descuartizada. Según dicen que habría forcejeado con su asesino y le habría reconocido y por eso sin compasión la mató.
Mis ojos se volvieron maquinalmente hacía la Dependencia Policial . Un pavoroso presentimiento se apoderó de mí. Caminé con dirección a ella como un autómata presa ya de un intenso horror. Ya dentro con voz temblorosa:
-¿Cuál es la dirección de la mujer asesinada?- pregunté
- 666 Calle Sáenz Peña- respondió el oficial- ¿Es usted pariente de la occisa?
Esa dirección fue como un latigazo en la espalda desnuda. Sentí un agudo dolor en el pecho y una fuerte sacudida.
Cuando recobré el conocimiento. Me descubrí tendido en el suelo boca arriba, una mujer arrodillada cerca a mí que llevaba puesto un mandil blanco, sostenía un frasquito de cristal en la mano.
-Ha tenido un infarto- dijo la mujer, brindándome su mano para incorporarme.
A través de la niebla de mi cerebro, empecé a recordar lo ocurrido: la llegada al pueblo, el gentío, el pequeño niño, el relato terrorífico del asesinato cuando fui interrumpido….
-¿Está más calmado señor?- preguntó el oficial
No me salía voz alguna, había quedado literalmente mudo.
-Su hija lo espera en el cuarto contiguo- dijo ante la muda respuesta.
Confieso qué creí estar viviendo una historia de terror. Mi mudez repentina mostraba que tan afectado estaba. ¡Era todo tan incomprensible¡
-¡Dios del cielo¡ - Exclamé sin poder expresarlo verbalmente ni ocultar mi emoción mezclada con el terror.
Mi hija salía a mi encuentro
-¿Qué era eso? En nombre del cielo, ¿qué era eso?
-¡Qué alegría verte después de casi cuatro años, padre¡- exclamó.
-Seguro ya te enteraste del hecho infausto ocurrido en la madrugada, justo donde yo también rento una habitación- explicó.
No hace falta decir, que aprendí a no apresurarme en hacer conjeturas
Maria Elena Solís Alán (Marimarina)
Julio, 2013
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