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-¡Parecen feriantes por la manera que gritan! – observó mi madre, o Miss Marple, como la he dado a conocer en esta página en relatos anteriores. Ella se refería a ciertos personajes de la farándula, que reclamaban con groserías por la violación de su privacidad.
-No tires a la bandada – le dije yo, recordando que existen varios de esos dependientes, o caseros, como gusta de llamarlos la gente, que actúan con moderación, respeto y educación. Ellos se colocan en algunas calles de Santiago para expender frutas, legumbres, pescados y mariscos e incluso ropa y artículos electrodomésticos, siendo un lugar muy concurrido por los vecinos, que aprovechan de socializar con los demás entre compra y compra. Este gremio se caracteriza por su buen humor, su picardía innata y la simpatía y familiaridad con que tratan a su clientela.

-Conozco a una señora que muy bien estaría capacitada para atender en cualquier repartición pública, ya que es muy amable y se expresa con elegancia – insistí yo.
-¿Quién es ella? – preguntó mi madre.
- ¿Cómo que quien es ella? Hace años que la conocemos e incluso, hace muy poco que le compraste plátanos y manzanas.
- No tengo idea quien es – respondió tercamente mi madre, que es muy dada a perder la paciencia cuando se encuentra algo despistada.

Al final, pudo identificar a la señora en cuestión y, aún más, me contó una historia sobrecogedora que me dejó pensativo.

-Ella es hija de la Mercedita Corrales. (Cuando se trata de recordar nombres, mi vieja es una especie de guía telefónica, ya que no se le escapa ninguno).
-Y eso que no te acordabas de ella- respondí yo, risueño.
-¡Que tremendo drama el de esta niña!
-¿Qué pasó?
-Te lo voy a contar- dijo mi madre y se arrellanó aún más en su silla.

El relato es el siguiente:

La Mercedes, o Mercedita, como la nombra mi madre, era una mujer muy trabajadora que vivía en casa de los Mora, una familia conocida desde siempre en el rubro feriante. Era una mujer muy seria, respetuosa y sacrificada, que al amparo de la familia que la cobijaba había conseguido el respeto de todos los varones que la asediaban, ya que además, era muy buena moza. Ella sólo se preocupaba de realizar sus labores y poco le importaban los requiebros de esos galanes de a peso.

Pero, como siempre ocurre, apareció el macho bien plantado que supo conquistarla con palabras melosas y una simpatía sin par. La Mercedita se encandiló con ese tipo apuesto, de enorme envergadura y sonrisa encantadora, tanto así que se produjo una metamorfosis en ella, ya que comenzó a emperifollarse, rescatando de su reservada personalidad una alegría que la transformaba en una mujer muy querible.

Al poco tiempo, se emparejó con el Belisario, quien se la llevó a una covacha que arrendaba en las inmediaciones. Allí le dieron curso a un idilio que no duró mucho tiempo. El hombre era un alcohólico consuetudinario que muy pronto comenzó a hostilizar a la muchacha, celándola e impidiéndole que saliera a trabajar. La Mercedita supo entonces lo que significaba perder la libertad y lloraba en la soledad del mísero cuartucho, secándose las lágrimas apenas llegaba el hombre, quien cerraba la puerta y ocultaba la llave en un lugar secreto.

-¡Sírveme comida que traigo hambre!-vociferaba el sujeto, sosteniéndose apenas debido a lo ebrio que venía. Y allí partía la Mercedita a servirle, temerosa que la tumbara de un solo manotazo.

Podría decirse que el hijo que crecía en sus entrañas era el producto de una brutal violación, ya que el Belisario sólo se abalanzó sobre ella y sin ningún miramiento satisfizo su instinto.

Por lo mismo, lo único que anhelaba la pobre muchacha era escapar de esa prisión y regresar desde nunca debió haber salido. Pero, el hombre no le permitía ni siquiera asomarse a la puerta y como siempre llegaba ebrio, se tumbaba en su camastro, no sin antes ocultar la llave.

La solución surgió una noche cualquiera, cuando la Mercedita se aprestaba a ordenar un cajón repleto de cachureos. Cuando menos lo esperaba, una llave resbaló desde uno de dichos objetos. Ella, ansiosa, la tomó con sus dedos temblorosos y corrió a embutirla en la cerradura. ¡Oh, milagro! La puerta le fue franqueada por esa bendita casualidad y tomando sus pocas cosas, huyó feliz de aquel encierro.

Su embarazo estaba ya bien avanzado, pero ella quería retomar sus actividades y fue así que regresó a la feria a vocear las verduras y hortalizas. Se sentía feliz, sin el sojuzgamiento del truhán, libre y liviana, pese al peso adicional ganado con su embarazo.

Pero la fatalidad se cierne como un ave de rapiña sobre el cristiano que ha elegido. Una mañana soleada, mientras la Mercedita atendía a la nutrida clientela, sintió a sus espaldas ese vozarrón amenazador y volteándose nerviosa, se topó con la fisonomía agria del Belisario.

-¡Vámonos al tiro para la casa! –bramó el tipo.
La Mercedita, envalentonada por la compañía de sus familiares, lo encaró:
-¡No me voy a ir na, pa que sepai!
-¡Vámonos te dije o te vai a arrepentir, mierda!
-¡Ni loca! ¡Entérate que me perdiste para siempre!
-¿Ah si?-gritó el hombre y ante el espanto de todos, extrajo de entre sus ropas un puñal y sin dilación, se lo enterró en el pecho a la pobre chica. Luego, se abrió camino a empujones y huyó del lugar.

La Mercedita agonizó unas cuantas horas, pero falleció esa misma tarde, debido a la tremenda anemia que le provocó ese corazón partido en dos. Los médicos, convencidos de que no había que esperar más tiempo, le practicaron una cesárea post morten a la desgraciada joven y extrajeron sana y salva a una robusta mujercita.

Así, se repitió la historia y la Clarita fue acogida por una hermana de la difunta, quien no podía tener hijos, así que la llegada de la niña fue una verdadera bendición.

-Y esa es la triste historia de esta señora – culminó mi madre.
Ambos olvidamos el motivo gracias al cual había surgido este relato. O bien, fue un pacto tácito de nuestras almas sobrecogidas…












Texto agregado el 28-07-2013, y leído por 56 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-07-2013 pobre mujer, hay tantos casos asi. tu narracion exelente, como siempre. jaeltete
 
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