Tenia la soltura para sostener el pitillo y arrepentirse en privado de la noche anterior al mismo tiempo. Sonreía sola en el quehacer diario y buscaba cada segundo borrar las pocas imágenes y palabras que quedaron.
Besaba bien, mejor de lo que recordaba, le gusto y su estómago se transformaba en un bamboleo de olas cuando lo devolvía a su mirada.
Tenía la facultad de pasar de una emoción a otra cuando se lo disponía y bien sabía que esta vez no sería la excepción, solo que por esta vez no lo dispuso ella. La culpa y confusión desarmaban cada uno de los retratos guardados en su cabeza.
Sus labios carnosos y suaves representaban lo que para ella era el gran margen de los besos, el margen en que solo un toque de labios se acerca al placer, al gusto. Hombros fuertes, brazos grandes, abdomen firme, era de desear.
En su casa la abraza por atrás un hombre fuerte, de brazos gruesos y morenos, manos ásperas pero que se transformaban en suaves caricias al contacto con su piel, le da una vuelta y la besa con seguridad

-¿Como estuvo anoche?- Le pregunta relajado.
- Tranquilo, bebimos, fumamos, conversamos.
- ¿Quienes estaban?
- El grupo de siempre.

Así, se dio cuenta rápidamente de lo que sucedía en su cabeza, por un lado caía en las tentaciones de ese desconocido que la besaba con tanta pasión y que le encantaba, y por otro al compañero de su vida, con quien se besaba acaloradamente en cada uno de sus encuentros, con quien se entregaba al verdadero placer de un orgasmo en donde se les antojara, pesaba en su cabeza la pérdida de aquellos nuevos besos, pero agradecía la permanencia de quien estaba a su lado. Mas que mal, son solo besos. Encantadores besos.