LA GRULLA
Un lujoso auto se detuvo ante la fachada del casino, el chofer uniformado salió presuroso y abrió la puerta trasera, una mujer elegantemente peinada, vestida y perfumada salió, y comenzó a ascender peldaño a peldaño la regia escalinata con el porte y distinción que se atribuye a la realeza (en mayor o menor grado de parentesco) ante la mirada sorprendida y bobalicona del hombre que permanecía con la manilla de la puerta fuertemente asida entre sus dedos, sin atreverse a cerrarla, por no romper con el brusco impacto, aquel momento mágico, la siguió con un ojo, fulminando con el otro, a todo cuanto transeúnte osaba mancillar con su vista la imagen de la mujer.
Ella hizo su aparición en la sala de ruletas, un murmullo la acompañó hasta su asiento, estaba tan acostumbrada a producir ese efecto, que no lo advertía, su fama, inmensa fortuna y gran belleza, le proporcionaban una “muralla” que la protegía del resto de los mortales a los que mantenía a raya con su verde y fría mirada.
Después de dos horas en la misma mesa, decidió probar suerte en otra, se levantó provocando nuevos murmullos a su alrededor.
De regreso en su lujosa mansión, ante los enormes espejos de su vestidor que le devolvían su bella imagen desde todos los ángulos posibles e imposibles (era lo más de lo más, lo último de lo último en "espejismos"), un aterrador grito se escapó de su garganta ¡OH, NO, POR DIOS, NO PUEDE SER! ¡OTRA VEZ NO!.
La retaguardia de su carísimo, elegantísimo y sutilísimo vestido, estaba totalmente introducido en el interior de su finísima lencería “bragil”, dándole a su espectacular trasero unido a sus maravillosas y largas piernas totalmente al descubierto la apariencia de un ave zancuda.
¡UNA GRULLA! Así es como soto voceé se la conoce en el casino.
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