Muerte o Gloria.

Y me tardé la vida quizás en reponerme. Tomé una pala arrojada a mí de no sé dónde y me dispuse a desencallar el barco que no navegaba. Hundí los pies en el cieno hasta las rodillas. Me pareció que las arenas movedizas se tragaban mi aliento y en eso desperté sobresaltado de vida. Apreté los dientes y con el nudo en la garganta me dispuse a ser el mejor, romper, destrozar los dientes de este engranaje inmundo.

Y gané. Vi cara a cara la muerte y tuve pena. Lloré. Olvidé juicios y contratos. Te concedí el luto que merecías por haber sido parte hermosa de mi vida en el fútbol y sus vasos.

Soporté que me abofetearan el amor el mismo fin de semana. Mordí el polvo. Me abandoné a una reflexión estúpida de lamentos.
Luego crecí. Guardé mis recuerdos en un lugar preciado, hice menguar lo malo y busqué los sobrevivientes de todas mis ideas y mis sensaciones. Encontré de todo, vagabundos prescindibles, equívocos que vaticinaban nada, prepotentes, soñadores, amables y, por sobretodo, amigos.

Me despojé de la basura. Se la llevó un arcángel para guardársela en su momento. Le hacía más falta que a mi. Arranqué recuerdos y boté todas las flores. Descolgué cuadros y aplasté las penas. Viví para contarlo.

Rearmé. Consulté en cada puerto por los servicios de los más fieles. Me ofrecieron lo fácil y también lo que no me pertenecía.

Y mucho más allá de todo eso, vi de nuevo las altas cumbres que me vieron llegar. -Esta vez no tan altas-. Me invitaban a una que estaba entre las nubes, una que desde allí yo no podía ver. Y acepté.

Extendí mis alas, las agité para desembarazarlas de tanto tiempo y pena. Las desempolvé de ansiedad y las llené de fe. En el vuelo, me invitaron una y mil veces para mostrarme que no estaba solo. Me había recluído suficiente tiempo para renovar mi fuerza.

Lo entendieron. A veces a tropezones, pero lo entendieron. Cambié todas las pieles que necesité, leí todo aquello que exigía ser leído. Y también amé. Esta vez, nadie me diría lo que se siente, lo había experimentado con todo mi ser.
Ocupé el asiento de los acusados y me vi a mi mismo respondiéndole a la vida que había nacido de nuevo. Esta vez era verdad. Esta vez no era para que te lo contaran, ni para imaginarlo una y otra y otra vez hasta la locura.

Y comprendí, que es una certeza que dice que a donde voy, siempre voy a buscar lo que es mío. Aunque tome tiempo. La paciencia es una virtud necesaria, antes de confundirla con la laxitud. No sería así.

Ahora, miro al mundo en la cara. Y le pregunto cosas. Ahora, no pienso tanto en el futuro. Divago de él lo necesario y saboreo el presente, sus risas, sus abrazos, sus cazuelas y también sus goles. Lo demás no importa.

El Coronel