Entre el umbral
de aquel foco
que está en la plaza que ocurrió todo,
entre matices de gris y blanco invierno
se teñía el cielo,
que esperaba atenta la respuesta de tu boca.
Al mismo tiempo,
el árbol que nos cobijaba con su sombra,
y a la vez, de aquella brisa suave
que acariciaba nuestras mejillas,
que con un tono rojizo
se posaban en tus mejillas,
cubriendo el frío de esa noche
o tal vez, el nerviosismo que existía entre nosotros.
No quedó más,
que al día siguiente, amaneciera radiante
la luna, y el sol ansioso
ante el devenir de esa mirada fija y tierna,
que no me dejaba el habla, sino que solamente
los mil y un suspiros, que a cada segundo mi corazón respiraba.
Mientras esperaba tu llegada,
en el compás de la melodía de mi palpitar,
y el transitar de la gente,
apurada por el frío y atenta ante un rayito de sol
que cubra su andar.
Y así fue,
una noche soñé y estaba el sol,
y me contaba las epopeyas del amor,
y lo que cupido ha hecho en su presencia,
de las alegrías que le ha dado,
y también los llantos más desconsolados,
dejando claro que el detalle predilecto,
es leer los ojos, cuando el silencio haya abordado,
o bien,
un cerrar los ojos, solo se contempla,
el deseo de ese beso que selle
lo que el corazón está gritando.
Sin más que decir,
una noche soñé y estaba el sol,
mientras la luna, tomaba nota,
y el viento soplaba en una melodía romántica y temblorosa
que el amor esta presente en cada detalle,
se queda, vuela, crece y se enamora en cada segundo de la vida.
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