Ese día no pude cansarme
del húmedo frote
entre tu lengua
y mis costumbres pendencieras;
ya ves como con cada silencio
creemos que es mejor
juntar nuestras malas crianzas.
Hay tanta magia en tu sonrisa,
la suficiente para festejar el aire,
y de paso esculpir la mía.
Te adoro.
Adoro el crudo latir de tu sexo,
el servil vaivén de tu cintura;
adoro tu andar,
tus años de pan,
y tu siempre verde postura onírica.
Texto agregado el 24-07-2013, y leído por 141
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