Retrospectiva

Cuando entro al cuarto que ya nunca más habitará, instintivamente mi mirada va hacia el único retrato que aún está sobre su mesita de luz como esperándome. Lo levanto y lo pongo frente a mí como quien necesita revisar un pasado sin saber bien por qué. Y ahí veo que ella me tiene alzado en brazos, pero no me detengo en su rostro de madre primeriza sino en la mía, tal cual fue al momento de aquel flash. La de un bebé, con su cara redondita, lisa e inmaculada, con todos los avatares de una vida entera todavía por grabársele sobre la piel. Ingenuo, con una manito sosteniendo victorioso un sonajero en alto y con unos ojos chiquititos, entrecerrados seguramente por no querer darse cuenta de qué manera me siento hoy por acá repasando esto mismo. Indiferente, sin saber que con los hermanos que vendrían a sumársele ya no nos encontramos ni de casualidad por la calle. Apacible, sin sospechar siquiera que después de la muerte de papá, esta mamá vivió completamente sola sin quejarse jamás por algún dolor que debimos tener en nuestra consideración. Digo ahora como pudo, hasta que los huesos artríticos no la sostuvieron más sobre su bastón y cayó irremediablemente en un sillón de ruedas. Hasta que desde ayer sobrevive en un hogar para estos ancianos que ya no tienen adónde ir a molestar, donde igualmente sigue desolada sin más que algunas visitas regaladas de vez en cuando y por interés ajeno que se compadece de ella… Mi mirada queda clavada sobre esta foto, y aunque por mi mente pasan otras imágenes engorrosas sigo viéndome tal cual, con esa carita de nada ante nada. Insoportablemente inocente...
Justo acá cambio la mirada y la veo a ella con sonrisa de mamá joven y feliz. Precisamente cuando el fino vidrio que separa el pasado de esta realidad se resquebraja y como pedacitos de culpas caen y desaparecen por entre mis dedos tensos y temblorosos.