PARA LOS QUE YA LO LEYERON, LES DEJO ESTE CON NUEVO FINAL, HECHO A LA MEDIDA PARA UN AMIGO QUE DIJO QUE QUERIA UNO MENOS ROSA...
La espalda, con los años, en mi caso al menos, se estira. Lo mismo pasa con mi cuello, cada año es un poco más largo, cada año un poco más cisne, menos pato.
Mis manos por su parte, cada año se encogen. Particularmente la palma, no los dedos, que en contraste, se ven casi tan largos como mi cuello. Tuve manos hermosas, ahora las tengo tipo araña de cinco patas.
Mi ombligo, hace las veces de yo-yo, unas veces se extiende sobre mi vientre, como pedazo recién cortado de piña, otras se encoge como una granito negro de pimienta. Sí, entre más pequeño, más negro.
Mis ojos afortunadamente no experimentan grandes cambios, salvo por mis pestañas que desde hace cinco años no han dejado de crecer. Al principio, maravillada por su abundancia, me las maquillaba de colores, después me las dejé largas, muy largas, pero me costaba parpadear. Desde hace unos meses pago diez dólares cada semana a una señora para que me las corte en casa.
Mis dientes, dependiendo del clima, cambian de lugar. En las mañanas muy frías, las muelas se me pasan para adelante, y los incisivos para atrás. Cepillarlos es todo un arte. Si hace calor, los caninos duplican su tamaño – esa les fascina a mis hijos- y cuando llueve, se apeñuscan todos en la parte de atrás, dejando el frente vacío. Las vergüenzas que me han hecho pasar.
Tengo tres roperos diferentes, dependiendo de cómo les de a mis piernas por estar. Cuando hago mucho ejercicio, y se cansan, se encogen tanto, que los shorts los uso de pantalón largo. Pero cuando estoy relajada se estiran a sus anchas. Ahí me toca usar solo faldas, pues son tan gruesas que ya han reventado tres pantalones. Lo mejor es cuando estoy en mood trabajador, se ponen largas y torneadas, con unos tobillos de ataque. Son mis grandes aliadas en mi vida laboral.
Eso por contar solo un poco, sin entrar en detalles sobre como se me desarman a veces lo pies, o mis orejas se cierran cual capullo al punto de no poder escuchar casi nada, y ni hablar de mis cambios internos. Básicamente, cada día enfrento la aventura de verme y reconocerme.
La gente que no me conoce, tras ser testigo de tres o más de mis constantes cambios, siempre termina preguntándome lo mismo. ¿Cómo has hecho para lidiar con tremenda situación? Yo sonriendo, así ese día no tenga dientes, les digo: Quererme tal cual como voy siendo!
Hace poco, un viejo amigo de la universidad, desprevenido me dijo: Oye, yo no recuerdo que en nuestros días de estudiantes te pasara todo esto, cuándo comenzó?
A sabiendas de su marcada incredulidad por todo, combinada con una fuerte inclinación por burlarse de los demás, le dije: Un niño un poco mayor que yo, vecino de mi casa, padecía de este desorden. A mi me gustaba espiarlo cuando era niña, me daba curiosidad, pero el siempre rehuía. Yo tenía doce años cuando se fue a vivir a otra ciudad. Casi me había olvidado de él cuando años después saliendo a almorzar en mi primera semana de trabajo, lo vi caminando por la calle. Fue imposible para mi seguir derecho, así que reviviendo el pasado, comencé a perseguirlo. Caminé sobre su sombra casi tres cuadras esquivando personas con tal de no perderlo de vista. Al casi perder su rastro en una esquina, corrí desesperada, cuando sentí que me agarraban del brazo con fuerza y me arrastraban a un rincón detrás de un carrito de perros calientes abandonado.
Con curiosidad, más que con temor, vi como mi antiguo vecino, ahora un hombre, con las cejas debajo de los ojos, me miraba con rabia. Fascinada de tenerlo tan cerca, pude ver claramente que los lóbulos de sus orejas, cual dedos, estaban cubiertos por uñas corticas. Ante mi evidente expresión de fascinante curiosidad, relajó su expresión y me soltó un poco, mientras con la boca abierta yo no podía dejar de observarlo.
¿Así que no te parezco un engendro? Negué moviendo la cabeza.
-Te mueres de la curiosidad, dijo. Yo lo miraba de arriba a abajo extasiada.
Rodeandome como si fuera un gato, casi que me susurró: -Si pudieras vivirlo, te gustaría? Mi cabeza se movió en un si exagerado.
Acto seguido, regalándome una sonrisa casi canina – hacía un poco de calor – puso en mi mano una bolsa de semillas, diciendo: Cómetelas! El resultado, inocuo o no, dependerá de cuantas te comas, y del orden en que lo hagas.
- Que vá!, te estas inventando esta historia-, dijo mi amigo interrumpiendo mi relato. -Y ahora me vas a decir que te las comiste, y por eso ahora andas así? Por favor!
Como respuesta guardé silencio mientras lo miraba fijamente.
- Sabia que eras medio rara, pero no que ya estabas completamente loca. Que historia tan, … tan,… No, imposible-, dijo mientras yo continuaba mirándolo con mis ya largas pestañas.
Tras eternos minutos de mirarnos fijamente en silencio, dijo: - ¿En serio? Cambiar toda tu vida solo por matar tu curiosidad?
No te arrepientes? -Negué moviendo la cabeza.
Te comiste una bolsa entera de semillas locas? Mi cabeza nuevamente dibujo un no, mientras se me delineaba una sonrisita en los labios.
No puede ser, no te las comiste todas? Lentamente moví la cabeza de derecha a izquierda.
No me digas, no me digas, - casi grito parándose de la silla- ¿Es decir que todavía tienes?
Como respuesta, subí una ceja y sonreí.
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