Me topé hace unos días con un personaje muy especial. Él fue, hace varios años, una figura emergente de la nueva ola musical en nuestro país. El rock era su especialidad y como la mayoría de esos años, fundó su estilo al amparo de algún cantante extranjero con mucho éxito y con un registro de voz similar al suyo.

Revisando Internet, lo he encontrado en una página que recuerda a las grandes voces de aquella prístina época y allí aparece este amigo, catalogado como una promisoria figura que seguía la corriente de otro afamado vocalista italiano.

Él conversa con todos, ya que muchos saben de su pretérita incursión en esa nouvelle vague que salpicó a muchos, entre los que me incluyo. La música aún es su afán y creo que también estuvo cantando en un conjunto que rendía tributo a Los Beatles.

Cuando me topé con él, lucía tan lozano como en sus primeros tiempos, a juzgar por sus negrísimos cabellos y su barba bien cuidada. Es el precio que debe pagar, sin duda alguna, recurriendo a los milagrosos resultados de esos colorantes que oscurecen la cabellera y permiten conservar su lozanía, que luego pone al servicio de una actuación que remece el alma de los nostálgicos de esa época.

Nos contaba tiempo atrás que su mejor clientela subyacía en hogares de acogida para gente de la tercera edad, los que vibraban con temas que para ellos son un sucedáneo de la inmortalidad.

Este artista viste siempre de negro, por lo que se me asemeja a un romántico vampiro de la música, que en vez de desenfundar sus colmillos, abre sus fauces para rememorar antiguas canciones. Creo entender que ya debe haberse convertido en abuelo e imagino el rostro asombrado de sus nietecillos cada vez que se pone a cantar algo que a ellos les debe parecer demasiado rancio.

He visto a contemporáneos suyos transitando lento hacia los hospitales, transformados en casi ancianos macilentos que seguramente perdieron hace mucho la vitalidad para bailar uno de esos ritmos alocados y escandalosos a los que les rinde homenaje nuestro cantante. Allá ellos, él atesora bajo su misteriosa indumentaria los menjurjes mágicos que le permiten mantenerse vital y alegre, ajeno al paso de los años y de las épocas.

Envidiable postura la suya, pese a que más de alguno me contó hace un tiempo que él recibe una mísera pensión asistencial, secreto que el hombre debe guardar bajo siete llaves, temeroso a que alguien lo desenmascaré y todo el mundo sepa que el lozano artista ya pasó hace mucho la sesentena…