Toda la vida
-¿Cuántas donas te comiste?
-Doce mil trescientos treinta y seis.
-¿Cuántas de chocolate?
-Nueve mil seiscientos veintidós.
-Buen numero. Me has ganado esta vez por mucho, yo solo comí siete mil trescientos de chocolate.
-Es que cuando tenía veintiséis, trabaje en una zapatería que estaba en una plaza. Me gustaba el chocolate y había por ahí una tienda... dame un momento, te diré el nombre.
-Ah si las plazas… como olvidarlas, las extraño, los cristales, los condominios, el sol, ¡el sol! Entonces vivíamos en la superficie. Nos gustaba, estoy seguro de que nos gustaba. Todavía hay gente que vive “arriba”, pero ahora no me gusta.- ya no es lo mismo, pensó tristemente.
-“Queso y azúcar” así se llamaban. A mí tampoco me gusta, además ya estamos muy viejos para arriba.
-Lo mismo que para “abajo”. Quisiera vivir más tiempo. Aunque ahora no es tan bueno como antes… aun así….- suspiró de nuevo.
Como Clark estaba poniéndose melancólico decidieron jugar al ping-pong y después pidieron mariguana sintética a la enfermera (solo los mayores de 55 años podían pedirla). A su alrededor habían otras personas de edad avanzada que iban y venían con sus pantallas en la mano y sus cocteles por toda esa bóveda de juego.
Había jugos, pastillas, carne blanda, carne sintética, carne que no es carne (tofu), ruletas de juego y de exhibición de destrezas. Había una pantalla enorme, e interruptores invisibles por todas partes. Olía a mediodía y una brisa marina artificial alimentaba la ventilación.
*****
Longest Home mantenía los últimos días de sus clientes en perfectas condiciones. Eran como las últimas vacaciones permanentes. Se les inyectaba vitalidad, medicinas, y te podrías ir si querías. Pero la mayoría solo se iba en un ataúd. “Longest Home” era un buen negocio.
En la mañana en el “cuarto de control” de Longest Home llegó un paquete de donas para Donald. De las cuales solo se comió una. Todos los que comieron anotaron que solo comieron una.
-Es estúpido que anotemos todo lo que hacemos.- dijo al fin Samantha.
-No es estúpido, es útil.- dijo un muchacho con lentes.
-No lo anotamos nosotros, lo anotan las computadoras.- dijo alguien más.
-Además ¿Cómo podrías medir tu vida si no tienes un registro de todo lo que hiciste?- dijo una cuarta persona.
-No me refería a eso…- rezongo Samantha.
-Sin contar que es una forma en que la humanidad se estudia a si misma.- apuntó el muchacho de lentes.
-¿Tuviste una mala mañana, verdad?- dijo la amiga de Samantha.
-Sí.- hizo una pausa.- Con esta ya van seis.
Ahh. Hubo una exhalación general en el departamento. Ahora todos comprendían. En el resto del turno todos trataron muy amablemente a Samantha, y Donald la dejo irse temprano.
Estoy triste ¿Por qué no me voy al gran comedor? Pensó. El gran comedor, comedor de miles de gentes trabajadoras y hambrientas. Diez mil salen y diez mil entran en una larga pero rápida fila; en mil mesas ordenadas cuadráticamente, numeradas con un número único y una letra. Jajaja era fácil perderse ahí y olvidar que uno tenía una identidad.
Era una inconcebible idea para mejorar el ánimo, pero se rió porque eso era lo que tenía ganas de hacer, de reírse. Así que aprovecho de su sueldo y se fue en un taxi a un restaurante lujoso. A la mierda con las malas mañanas.
Mmm… Habían tres restaurantes que elegir: el de siempre, el que no le gustaba y el nuevo. Cuando entro al restaurante el sensor detecto que era la primera vez que comía ahí, y que iba sola.
-Estúpida cosa- Dijo en voz baja
Pero la estúpida cosa la llevo a su mesa, y le trajo las carnes más apetitosas, que ella pagaba por supuesto, y la sentó en una mesa desde la que reconoció a la directora ejecutiva Josephine. Ella tenía un mejor puesto que Donald. Estaba con una pareja de ancianos, accionistas supuso, y se ruborizó, la directora le comunico con un gesto que se acercara.
-Samantha Sofia, calculó riesgos en Longest Home, a sus órdenes.- dijo para presentarse.-
Los ancianos se ruborizaron al escuchar la palabra “riesgos”.
-Bueno riesgos es una palabra complicada. Realmente me aseguro de que todo vaya bien en “la casa de campo”. Le agradara saber que tenemos un índice de riesgos por debajo del 0,1%, esto quiere decir que Longest Home es el lugar más agradable del mundo.- Los ancianos sonrieron.
Más tarde Samantha y Josephine terminaban una cena de negocios.
-Fue un éxito gracias a ti.
-Lo dudo mucho, usted es la ejecutiva. Doce mil ventas en menos de dos años, eso sí que es impresionante.-
-Jajaja eso fue suerte. Siempre es suerte. Después de todo, ¿nadie se esperaba que los jóvenes quisieran comprar retiros para viejos, o si?
-Es porque tomo el riesgo. Habia 78% de probabilidades de que fallara su plan y se fuera a la rui…
-A la mierda.- dijo la directora exhalando fuertemente.
Los tenedores y los cuchillos rechinaban en el restaurante, la risa se manifestaba en la gente que estaban al lado de ellas, la discreción alimentaba la música ambiental, y la despreocupación imperaba en ese ambiente de lujo.
-Pues sí, tienes razón. A la mierda con los riesgos.
*****
-Luke mañana cumpliré 80 años, tengo miedo.
-Pero ¿Por qué?
-No quiero morir.- dijo resignado como quien supiera que fuera a llover mañana.-
Luke revolvió su coctel con el dedo mientras miraba triste a su antiguo compatriota. Luego se le iluminaron los ojos.
-Hey, ¿Cuántas veces has tenido miedo de morir?
Clark sonrió mientras se quedaba estupefacto.
-Jajaja nunca lo he pensado. Muchas veces lo he pensado pero… Las computadoras no guardan eso ¿O sí?
-Pregúntaselo Clark.- dijo con complicidad.- Yo también quisiera saberlo.
¿Cuántas veces he tenido miedo de morir?: busco Clark en su pantalla de bolsillo.
-Mmm no lo dice qué raro.
-Ves, si la computadora no te responde es porque no tiene sentido preguntarlo.
-¡Pero las computadoras son nuestra invención! ¿No lo recuerdas Luke? Y este material, desde el cual podemos guardar datos a nivel “atómico” también es nuestro invento. A principios del siglo teníamos miedo de que se acabara el espacio donde guardar información. Ahora es infinito. Y a todo esto ¿para qué?- las gotas de sudor recorrían su frente.-
-Te estás exigiendo mucho, Clark. Te ahogaras en tu fiesta de cumpleaños.
-Soy un científico, es mi obligación preguntarme estas cosas.- se seco el sudor con una toalla.- No quiero morir Luke, no mientras este al máximo de mis capacidades.
Luke se encogió de hombros. Las inyecciones de vitalidad le estaban haciendo mal a Clark.
-¿Sabes la cantidad de cosas que se inventan cada día? ¿Sabes el ritmo actual del desarrollo científico y que no se puede comparar con el de mi mundo a los 20 años? ¿Sabes que ellos tienen oportunidades que yo jamás…?
*****
La directora Samantha descansaba de espaldas a su escritorio. Desde literalmente la torre más alta miraba el mundo triste y derruido. En el siglo XXII el mundo fue declarado toxico y la tierra era oficialmente subterránea. Solo “Eternal Heaven” y otras muy pocas super-empresas disponían de extensiones a la superficie con licencias anti-toxicas. ¿Qué tan rápido cambiaba el mundo? Tenía 46 años. Y era responsable por dos mil millones de viejecitos (retirados) que gozaban en el cielo eterno.
Un timbre sonó en su oficina. Ella miraba seriamente las nubes negras de contaminación y dejó oír a la contestadora.
-Directora un cliente le busca.- la secretaria estaba molesta.- Le hemos hecho saber que no ha llenado el papel de la solicitud correspondiente (pero no quiere irse). Dice cosas que no podemos entender como que tiene derecho a ser oído. Lo estamos oyendo señor… pero él no entiende.- ahora su voz se ahoga.- Además amenaza con lastimarse a sí mismo si no le hacemos caso. Esto es ilógico. Jamás habíamos visto algo así.- ahora suena triste.- No queremos sedarlo porque es demasiado viejo, no nos gustaría lastimarlo, aunque tratamos de corregir su actitud poco cooperativa.- dijo al final en tono regañón la secretaria.-
Samantha puso una cara extraña; tenía una conferencia muy importante al día siguiente con los líderes del mundo y esto ocurría.
Samantha observó al viejo de pies a cabeza. Tenía aproximadamente dos mil millones de clientes mayores de 60 años, este no tenía nada de especial excepto que era muy viejo, quizás 80 años.
-Hable.- dijo secamente.- Señor.- cambio su tono a manera de cortesía.-
El señor vestía una camisa de algodón muy holgada y un short turquesa que dejaba ver sus huesudas piernas que no paraban de temblar de frio. Era el pijama de la sala acondicionada para Eternal Heaven, y él había llegado hasta el último piso de la fría torre de observación ecológica (mucho muy arriba).
Se quito el abrigo y se lo dio. El anciano estaba muy contento.
-Mi nombre es Luke. Tuve una empresa de comida rápida muy famosa en la tercera década del siglo veintiuno y la vendí en el 2070, justo porque decidí mudarme aquí, creo que me convenció la señorita Josephine, ¿esta ella por aquí?- Samantha sonrió.-
-Así que usted fue uno de nuestros primeros clientes, no señor ella ya no trabaja aquí, eso era la época que Eternal Heaven era solo para multimillonarios.
-Bueno no importa, no vine hasta aquí para eso. Vine hasta aquí porque estoy preocupado por mi amigo Clark.
Samantha parpadeó.
-Debe apreciar mucho a su amigo Clark.
Ella le ofreció chocolate caliente.
-Verá, Clark es el último amigo que me queda. El fue un científico.
*****
Samantha estaba sola. Estaba en la superficie y estaba nevando. Llevaba puesto un abrigo muy moderno pero práctico y un gorro en el cabello. Aun así estaba muerta de frio.
La Antártida: decía un letrero.
Cuando Samantha se retiro de Eternal Heaven, Eternal Heaven se convirtió literalmente en “The Sky” al vendérselo al gobierno, y este literalmente se convirtió en el cielo de los trabajadores federados.
The Sky es la empresa más importante del mundo; porque en ella descansan los sueños de los 15 mil millones de seres humanos que esperan una recompensa al final de sus vidas.
Tomó una llave de su bolsa- en realidad era un microchip- y con el abrió una vieja y pesada puerta llena de hielo. Se sentó en la vieja base y se hizo un chocolate caliente. Sus hijas estaban hermosas, las dos eran bailarinas. Eran muy talentosas y estaban felices. Sofia tenía un esposo que era bailarín y Melissa tenía una esposa que era matemática. Su reflejo estaba en la pantalla fotonica congelada. Le tocó con la yema de sus dedos y el hielo se hizo agua y el agua se evaporo de la pantalla. Se puso la mano enguantada en la mejilla y sonrió.
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