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El teléfono sonó. Yo estaba a punto de salir de mi casa para ir a comer, pasó por mi mente el dejarlo sonar hasta que se activara la contestadora, si era algo importante dejarían un mensaje que al regresar escucharía, pensé hacerlo pero algo me hizo contestar. Era Markito:
-Chiva.
-¿Qué onda Markito? ¿Cómo estas?
-Estoy en el hospital. – noté su voz seca y quebrada.
-¿Qué pasó? – Hay ocasiones en que las preguntas salen sobrando, el instinto es más rápido que uno y la incredulidad un cómplice de nuestra incertidumbre.
-Es Gerard bari, acaba de fallecer.- El silencio era ahora la sinfonía de fondo de la llamada, sentía como si me abrazara con fuertes tentáculos, sentía asfixia.
-Voy para allá.- Respondí con mi mirada abajo. No era necesario aclarar cual hospital, desde un inicio solo existió uno en relación a Gerard.
-Háblale a Jorge.
-Si.- Colgamos.
La llamada que le hice a Jorge no fue muy diferente, tan solo que ahora estaba yo en la posición que antes tenía Markito y Jorge estaba en la mía. Quedé en pasar por el y lo hice.


El camino al hospital estuvo lleno de silencio, cada uno reflexionaba, creo yo, acerca de este ultimo año de nuestras vidas, como había cambiado todo a partir de aquel día en que nos enteramos de que Gerard tenía cáncer. Siempre supimos que este día podía llegar, nos mentalizamos para él, sin embargo jamás renunciamos a la esperanza de que todos pudiéramos envejecer juntos, después de todo él tan solo tenía 19 años.


El hospital se sentía más frío que en las pasadas ocasiones que había estado en él, los pasos de Jorge y los míos eran más sonoros que nunca aquella cruel tarde de febrero. Al llegar al pasillo del cuarto donde se encontraba Gerard vimos que estaba lleno de gente, en medio de este tumulto estaba esperándome Markito quién pronto se acercó a darme un abrazo, algo extraño me pareció que no se veía triste a pesar del rastro de lágrimas en su cara. Al acercarse mas me dijo mientras me abrazaba:
-Tienes que verlo, tiene una sonrisa en la cara.
Al entrar al cuarto la primera persona que ví fue a su hermano Jullz, quien lo estaba viendo fijamente mientras reía como si Gerard acabara de hacer una travesura y el con simpatía la aceptaba. Volteó después a verme y me abrazó también. Noemí su madre estaba también ahí, se acercó también y sin dejarme siquiera darle el pésame me dijo:
-Que bueno que estas aquí.
Me acerqué entonces después a Gerard, fijamente miré su cara y, como Markito me lo había anticipado, pude ver la sonrisa en su rostro, tenía una cara de libertad, le di un beso en la frente y le dije con mi pensamiento:
-Ya no vas a sufrír más.
Eventualmente fueron llegando más personas, no a todos conocía, pero sabía bien que para todos era importante este día pues sus caras no me decían otra cosa.


No podíamos estar mucho tiempo en el hospital, tenían que hacer algo con el cuerpo de Gerard, aparte de que los demás enfermos necesitaban descansar y el gran tumulto que hacíamos en él no cooperaba mucho para ellos. Fuimos todos entonces a la casa donde pasó sus últimos días Gerard, no quedaba muy lejos del hospital pues intencionalmente había sido rentada en esta localidad en caso de alguna emergencia.


La gente siguió llegando, ahora a la casa, amigos que no veía desde hace años. La mamá de Badía se encargó de llevar bastante comida para hacer más tranquila esta experiencia que enfrentábamos. Recuerdo bien que mas tarde ese mismo día estábamos Markito y yo tirados en el pasto, viendo las estrellas, recordando a Gerard, en eso le pregunté a Markito:
-Crees que nos este escuchando?
Antes que terminara mi pregunta pasó frente a nosotros, en la parte de cielo que estábamos observando, una larga estrella fugaz, se desvanecía como lo hacían nuestras dudas de que nuestro amigo nos estaba escuchando, como si fuera una respuesta de otro plano existencial, un regalo para nosotros diciéndonos que él estaba bien. Incrédulos los dos nos volteamos a ver y comenzamos a reír. Markito dijo después:
-Pinche Gerard.


Dicen los astrónomos que aquellas estrellas que son mas luminosas viven menos que las demás. Así explico yo la vida de Gerard. Él fue como aquella estrella luminosa que nos mostró que la vida es más simple que los problemas en los que nos intentamos sumergir. Que un buen amigo es como una perla negra, única y difícil de encontrar. Que a los problemas se les da la cara. El fue aquella estrella luminosa que nos contagió con aquel anhelo de vivir. Se desvaneció pero su luz sigue viviendo en mí, en todos los que estuvimos con él y pudimos aprender.


La ceremonia religiosa así como el entierro fueron como se esperaba, llenos de lágrimas y de jóvenes. Recuerdo pocas cosas de esos días en los que perdí sentido del tiempo. Recuerdo dejar globos volar en el entierro mientras abrazaba a Eliza. Recuerdo a Noemí decir :
-No estén tristes, mi hijo ahora esta jugando con ángeles.


Meses después compré unos alcatraces y fui al cementerio. Busqué la tumba de Gerard, pues se los quería dar pero jamás la encontré. Busqué después la tumba de mi abuelita pero también fracasé. Dejé los alcatraces en una tumba cuyo epitafio tenia el nombre de “Gabriela Domínguez , Viuda de García”. Pero eso no impidio que platicara con el aquella tarde, pues se que siempre me escucha.


Texto agregado el 15-08-2004, y leído por 174 visitantes. (0 votos)


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