“Malaventurados los daltónicos, pues ellos no pueden ver los maravillosos colores que ofrece el Fantástico Archipiélago de la Ascensión”
Abrió sus ojos y la primera cosa extraña que notó fue el poco familiar color amarillo de las nubes, como la yema de un huevo. Confundido volteó a su alrededor para encontrarse en una balsa de bamboos y carrizos amarrados por mecates, esta flotaba sobre un océano que abarcaba cualquier horizonte al que su vista se atreviera a observar. Dentro de la balsa encontró que sobre el único y fracturado mástil al centro de la balsa izaba una vela de trapos viejos cocidos, cerca de él encontró también dos inmensas cucharas soperas de madera, casi de su misma estatura, supuso entonces Tobías que estos debían de ser los remos de la pequeña embarcación de la que ahora se presumía capitán, como consecuencia de ser el único hombre a bordo.
Esto debe de ser un sueño, pensaba, o al menos quería pensar así.
Dejó que el viento y la marea lo llevaran. Después de varias horas en las que nada relevante sucedió se puso a pensar que talvez este era el sueño más aburrido que había tenido en su vida, se recostó nuevamente usando sus manos como almohadas, esperando que el dormir dentro de su sueño lo transportaría a algún lugar talvez un poco más interesante que este.
El sonido de una gaviota le despertó, al abrir sus párpados nuevamente siguió viendo las nubes amarillas, sin embargo la balsa ahora no se movía, estaba estancada en la arena de una diminuta isla a la que había llegado. De un brinco saltó fuera de la balsa y pocos pasos después encontró un letrero de madera clavado en la arena con unas letras negras inscritas que decían:
Bienvenido a Daleth, también conocida como “Isla del Héroe”.
Que la luz de la sabiduría ilumine tu camino hacia la verdad.
La isla era más pequeña de lo que aparentaba, hubieran bastado cien pasos para que Tobías la atravesara de orilla a orilla, no había en ella una sola palmera y la arena era casi tan gruesa como la grava. Caminó un poco sin prestar mucha atención al letrero que dejaba atrás.
Una espada de madera yacía enterrada en el corazón de la isla, esta atravesaba un pergamino de papiro que el viento con su fuerza quería arrancarle. Tobías se acercó, desenterró la espada sosteniendo el pergamino y leyó con cautela el mensaje escrito:
Bienvenido forastero, tus dudas tendrán su respuesta a su debido tiempo, toma esta espada pues seguramente la necesitaras en el largo sendero que te espera. Recomendamos que comiences por Koph, ubicada al norte de esta isla. Que la luz de la sabiduría ilumine tu camino hacia la verdad.
Tobías veía que, segundo a segundo, su teoría de que esta realidad distorsionada era parte de un sueño se veía opacada por una realidad inesperada que enfriaba lentamente la parte baja de su espalda e iba acaparando lentamente todo el cuerpo hasta llegar a la punta de su lengua. Tenía miedo y su difusa mente no lo dejaba remontarse a los últimos momentos de su realidad antes de llegar a este lugar, sus recuerdos escapaban de él como conejillos asustados, se resbalan de sus manos cual salmones en un río. Lo último que su mente podía capturar era el lejano recuerdo de él caminando por un puente.
Sin mayor alternativa volvió a su diminuta embarcación, ubicando el norte con su apenas suficiente experiencia de navegación, partió entonces hacia Koph, dejando el conflicto de sus recuerdos atrás y teniendo confianza en el pergamino que sostenía con una de sus manos mientras la otra apuntaba con su espada de madera hacia donde el creía se ubicaba su próximo destino.
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