Estaba sentada en un Tresillo verde y desgastado, con la luz apagada, hilillos de luz penetraban por las persianas reflejándose en el pelo que le ocultaba el rostro. Acurrucada en una esquina del mismo con las piernas cruzadas, las manos sujetaban un portarretratos . Se había quedado seca de llorar.
Él, cogió fuerzas, ella llevaba más de una hora sin llorar, ni decir nada. Se acercó lentamente, sin decir palabra, con lentitud se sentó en el tresillo tratando de que no crujiera ninguno de los muelles, luego la puso la mano sobre los hombros, finalmente la abrazó. Ella acurruco su cabeza sobre su hombro. Una pequeña lagrima surco el rostro de él.
Ella permaneció con los ojos cerrados, parecía haber avejentado varios años desde las cuatro de la tarde. Para él era la primera vez que la sentía frágil desde que la conocía. La luz que entraba entre las persianas era cada vez era más tenue.
El miró el portarretratos que ella sujetaba en sus manos. El no se atrevió a moverse. Ella seguía apoyada sobre su hombro sin decir palabra. El tuvo la sensación que la noche oscura se extendería meses. Nunca hasta esa tarde, supo lo que ella significaba para él.
En realidad, no se dio cuenta que se había dormido, hasta que unos claros hilillos de luz entraron atravesando las cortinas.
Ella no estaba en el sofá. Escuchó un ruido en la cocina de cajones y el pitido de una cafetera. El se incorporó, en el sofá no estaba el portarretrato. Ella estaba de espaldas observando cómo pitaba la cafetera. El se acercó, puso su cabeza sobre el cuellos de ella, estiro el brazo y la abrazó. Después le dió un pequeño beso en el cuello. El sabía, que ella no se permitiría cinco minutos más de derrota. El sabía que a partir de ahora lloraría a solas. No dejaría que nadie la viera sufrir. ¿Se preguntó donde había guardado el portarretrato?
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