Cometió el crimen perfecto: sin huellas, testigos y otros elementos que lo inculparan. Él, un caballero de éxito, un profesional en todos los aspectos de su vida. Perfeccionista, el crimen había sido planeado con antelación —un año—. Todas las variables y probabilidades en torno al crimen habían sido sopesadas y resueltas con satisfacción. Registró la prensa día a día, ni una nota alusiva al crimen. Pasó desapercibida la desaparición de la víctima —no obstante de ser famosa— para el mundo entero. Comenzó a preocuparse; ¿por qué nadie había notado la perfección de su acto? Reflexionó y al final concluyó: «no existe el crimen perfecto». Satisfecho a la mañana siguiente se entregó a la policía.