Qué envidia, no de la buena, esa no existe. Me declaro naturalmente envidiosa y envidiosamente… no hay nada que hacer. Entonces, es una costumbre envidiable, procuro ser yo, incluyendo mi lado oscuro, juego con el y lo hecho por delante porque es un tope que si logramos pasar, llegamos a lo mejor de nosotros mismos. A mi, por ejemplo, me encanta cuando soy capaz de dar alimento a alguien, no así, cuando puedo ser indiferente y miserable ante la necesidad ajena, ¡Y soy ambas!
He desatado mi cabello y aun percibo un toque de perfume, me hace sentir una sensación de comodidad como si en el guion de mi vida, justo en este instante, Dios escribiera: "...ella tuvo un momento de paz infinito e indefinible..." Soy un guión a su antojo, a veces, cuando me describe en suma felicidad pone dos líneas rojas sobre mi dicha a manera de tache y reescribe, luego me acomoda lágrimas, nudos en la garganta y una eterna catarsis, que es lo menos en mi “sin sentido” luego sonríe como niño satisfecho de su travesura y se siente casi en deuda, solo entonces... me vuelve a hacer sonreír. Y me gustan tantos sus guiones que hasta esas líneas rojas le admito sin reservas, actúp la vida para él.
Se sabe querido por mí, sabe que le soy fiel, que lo amo, que es mi padre, que amo creer en él, que admiro su infinita devoción para salvar al mundo aunque no la entienda, ni conmine con su misericordia, sabe que no le cuestiono nada, y sabe, que es cuestión de tiempo para que lo haga, él sabe todo de mí, sabe que cuando me enojo con él no peleo, solo le dejo de hablar y sabe que en el fondo nunca estoy lejos; le pertenezco, le da sentido a lo más insignificante, le basta con poner una tarde cualquiera, una catarina sobre mi brazo, una lluvia, unas nubes desoladas, o cualquier cosa que tenga vida para que yo le vuelva a sonreir.
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