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Miraba a Marcos a los ojos con la única luz que se proyectaba desde la heladera vacía hacia su rostro que se encontraba la mitad en penumbras y la otra parte iluminado. Esa noche me dijo no tenía hambre y que el estomago se le había cerrado después de una semana sin comer. A mí no me podía engañar yo sabía que iba almorzar a lo de su madre. Ya casi veía ese fideo colgando de la boca llena de tuco y también podía ver, aún a media luz, que su piel no estaba pálida como la mía. Ahora que nos estamos mirando frente a frente tendría que darse cuenta que si bien mis ojos son grandes y redondos, ahora parecían a punto de salirse; mis mejillas estaban hundidas; los pómulos sobresalidos, hasta sentía el fluir de la sangre que no me dejaba dormir. Y que por la mañana antes de ir a trabajar no reparaba en cuanta base, corrector, delineador, rubor o incluso colores de maquillaje ponerme para que no se note lo consumida y exageradamente pálida que estaba. Marcos tuvo que notar la diferencia de mi piel que empezaba a ponerse seca, áspera y que pronto se iría descamándose y solo con ella envolvería mis huesos.

Nos quedamos mirando. Mi estomago crujía. Tenía hambre, mucha hambre, casi parecía un niño desnutrido de África, lo único que me faltaba era el vientre hinchado.

Estábamos sentados: él con los ojos como dos aceitunas verdes abiertas y yo lo miraba con soslayos. No sé por qué Marcos me dijo que creía haber visto un sobrecito de queso rayado en la alacena en la última puerta, al fondo. Y encima el descarado: “Comélo, dale te lo cedo” y me hacía ojitos.

“Cínico” pensaba.

El hambre pudo más que mi orgullo. Fui rápido. Mirando de costado para ver si Marcos amagaba en pararse para arrebatármelo. Metí la mano adentro de la alacena, era cierto ahí estaba el sobrecito de cincuenta gramos de queso rayado. Abrí el paquete con los dientes lo mastiqué y tragué. Era queso suave y esponjoso. Y ahí recordé que nunca hubo nada de almacén desde que nos mudamos acá hacia una semana después que me había propuesto matrimonio y de haber hechó una fiesta en donde nos comprometimos delante de todos nuestros amigos.

Si no mal recuerdo siempre comimos afuera. Apenas si dos platos teníamos y a veces tomábamos té en los vasos térmicos que había traído Marcos de su trabajo. Esto no estaba yendo bien como habíamos pensado.

Fui hacia la puerta de la cocina me dolía mucho la cabeza y ese perturbador silencio en el departamento no me dejaba pensar con claridad. Marcos seguía sentado mirándome contento y conforme por su acto de caridad. Y cuando giré para verlo en la penumbra de la cocina, lo vi arrastrando en cámara lenta ese pedazo de fideo estilo tallarín que colgaba de su boca con unas pizquitas de queso fundido con la lengua.

-Me voy.- le dije sin pensar a donde.

Me saqué el anillo de compromiso y se lo dejé sobre la heladera.

Cuando fui en buscar de mi campera, me iba tropezando entre almohadones, almohadones del sofá y recuerdos de comentarios de sus amigos que estaban tirados sobre el piso del living y a medida que iba esquivando los bultos casi más aplasto la play y la mesa ratona de vidrio.

-Como que esta flaca tu novia Marc- dijo el gordo Andrés recostado; tirado sobre dos almohadones. Marcos asentía con la cabeza mirando el plasma buscando el canal en que trasmitirían el partido del Manchester. Y por no querer ponerme en el medio, estaba por caer sobre el plasma; sino fuera por que, me agarré del modular, el nene grande, esa persona que convive conmigo, se iba a quedar sin ver el partido.

-Sí está re consumida…- dijo el muy discreto Rubén, tirado como foca sobre el piso y con un almohadón arrastrándolo del sofá para ponérselo en la cabeza. Aparte como si Silvina, su mujer, estuviera mucho mejor con esa nariz de loro.

-¿Qué le pasa?- preguntó angustiado mi cuñadito de tan solo diecinueve años sentado en el brazo del sofá tomando te de uno de los vasos térmicos.

-No sé, hacia días que no come, a penas duerme y sé por Fernanda la compañera del trabajo que me dijo muy confidencialmente cuando la fui a buscar al trabajo que tampoco come ahí. Ella de chica tenia principio de anorexia y creo que ahora está pasando por lo mismo. Hace una semana que no come y no le hables de ir al hospital por que se pone insoportable. No sé qué hacer.

Marcos mira el reloj pulsera faltan sólo cinco minutos para que empiece el partido.

Entre al cuarto y cerré la puerta con llave. Me apoyé de espalda hacia la puerta respiré profundo. Aun no podía pensar con claridad. Agarré la campera del ropero. Le mandé un mensaje de texto a mi madre para que me esperara en la estación. No hacia falta decir nada. Lo hecho, hecho estaría. Ya mi madre se daría cuenta cuando llegara sin el anillo de compromiso. Mi padre lo putearía a Marcos y mi hermano se ahogaría de risa y vaya a saber qué pasará con Marcos; ya no me tendría que importar.

Cuando me dirigía hacia la puerta Marcos me frenó agarrándome del brazo. Me miro y me dijo:

-¿A dónde vas? Note vayas, vamos a comer afuera, ¿dale?

-¿Con que Marcos?

-Tarjeteo. Después vemos cómo cerramos los números.

Tomamos el ascensor y bajamos al igual que mis expectativas.

Texto agregado el 12-07-2013, y leído por 71 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
13-07-2013 pobre chica que futuro le espera. jaeltete
12-07-2013 Dificil la convivencia y más aún con hombres inmaduros. suedith
 
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