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Destierro.


Sentado en la raíz de un árbol y recorriendo el entorno con su mirada, Arturo evaluaba su trabajo, había estado allí toda la mañana, ejecutando la ardua labor de desmonte, recuperando la porción de tierra de su parcela descuidada y olvidada debido al abandono. Hacía una semana había vuelto, en su cara se reflejaba todo el sufrimiento padecido por el incomprensible conflicto que libró el Gobierno y los Grupos Subversivos, enfrentamiento que lo obligó a abandonar su herencia, ese rancho que por muchas generaciones perteneció a su familia, en el cuál habitaron sus padres y abuelos y fue testigo de todas sus travesuras de niño para luego enseñarlo a ser hombre, a vivir de la tierra para sostener a su familia, a encontrar la felicidad y el sosiego al lado de la naturaleza, hasta verse inmerso en medio de dos fuerzas que no tuvieron en cuenta su opinión con el fatal desenlace del destierro.


La esperanza estaba latente, pero el temor seguía vivo; su mente atestada de recuerdos horribles y violentos luchaba por liberarse, no era fácil, sobre todo sabiendo que en el mismo sitio en que se encontraba bajo la sombra de un frondoso árbol recibió la visita del Ejercito, quienes lo acusaban de ser colaborador de la guerrilla, sometiéndolo a él y a su familia a un interrogatorio brutal y espantoso, advirtiéndoles que si comprobaban que ayudan a los subversivos debían atenerse a las consecuencias. Ese día por la noche reunió a su mujer y a sus cuatro hijos y mientras cenaban les comentó lo mucho que los quería, en su improvisado discurso reflejaba la preocupación por el futuro familiar, fue entonces que la conversación se interrumpió intempestivamente, la vieja puerta de la vivienda fue tirada al suelo de manera abrupta y salvaje, al instante ingresaron cerca de diez hombres fuertemente armados; eran guerrilleros que se habían enterado de la presencia del Ejercito esa mañana en la parcela de Arturo por lo que fue tildado de informante del gobierno, no hubo tiempo para explicaciones, los militantes destruyeron gran parte de la vivienda, arrasaron con las aves de corral que tenía la familia, sacrificaron el cerdo que Arturo ofrecería en la fiesta de grado de su hijo, luego lo golpearon y se llevaron a su primogénito de 16 años para según ellos reclutarlo con el fin de defender la causa.


Solo cuando la guerrilla abandonó el lugar, su mujer y sus tres hijos menores corrieron a socorrerlo, el pobre campesino lloraba y con rabia maldecía su desdicha, no pasó mucho tiempo cuando se escuchó la estridencia del bombardeo y el ruido ensordecedor de helicópteros y aviones sobrevolando la zona, la noche se convirtió en día debido al voraz incendio que comenzó a consumir el bosque, el escenario era tenebroso y hostil, el ensordecedor tiroteo se escuchaba tan cerca que Arturo tomó un respiro, se olvidó del dolor que sentía su cuerpo ordenando a todos que recogieran lo que pudieran y abrazados corrieron a refugiarse en la selva. Corrieron hasta más no poder, no se detuvieron en toda la noche, sintieron el cansancio cuando el sol aparecía en el firmamento.


El abrazador calor lo trajo de vuelta a la realidad, se quitó el sombrero y abanicó suavemente sobre su cuello, nuevamente realizó otra inspección ocular a su trabajo, el recorrido de su vista chocó con el entechado de palma de su vivienda, podía divisarlo desde allí, el camino húmedo y barroso que conducía hacia ella le recordaba su infancia, así hubiese querido la de sus hijos, libres, sin temores, rodeados de belleza natural, alejados de los vicios y peligro de la ciudad en la que les tocó sobrevivir por más de seis años de destierro.


Gracias a Dios el conflicto terminaba, el Gobierno había implementado un programa de restitución de tierras, brindándoles garantías y seguridad al campesinado para que regresaran a sus parcelas, a trabajar en lo suyo, a trabajar en lo que saben.


Sus cavilaciones fueron interrumpidas por Carmen su abnegada y fiel esposa, escudera silenciosa en tan encarnizadas batallas contra la vida, cómplice de llantos tormentosos e impotencias infinitas, bastión sólido para subsistir en un mundo ajeno que amenazaba con devorarlos pero que al final fue dominado cual caballo salvaje. Con su característica ternura Carmen besa a su marido ofreciéndole las viandas para el almuerzo, luego se acomodó a su lado y advirtiendo el agobio de su compañero pensó con toda su sensatez, que se puede abandonar el lugar donde se vivió media vida, pero no se puede evitar el seguir arrastrando una larga secuela de recuerdos.

edam.

Texto agregado el 12-07-2013, y leído por 203 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
19-07-2013 Ahora que vengo a releerlo fuera del reto, me doy cuenta que sí sos colombiano, yo vivo en Cali, no he vivido en carne propia el desplazamiento por la violencia, pero tengo un dolor de país muy grande que me permite valorar este relato. EXCELENTE!!! -Carmen-
15-07-2013 Espectacular cuento, mi favorito del reto. Bien escrito, con fuerza y realidad, ahora que desde España me he venido a vivir a Colombia lo puedo entender mucho mejor. walas
12-07-2013 Hermosa narración rea y triste. Carmen-Valdes
 
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