Sin palabras

-!No fue tu culpa amor! No te martirices más.

Para completar el consuelo le acaricia con ternura la barba que no ha afeitado en tres días. Están a la orilla de un estanque natural que sirve de remanso al riachuelo que cruza los linderos del jardín. Ella de rodillas y el acuclillado. Parece no haber oído, sigue con la mirada perdida en la profundidad del agua, ella también la mira, estudia los gestos reflejados de su esposo que se distorsionan con algunas hojas que el viento arroja sobre la superficie cristalina.

Lleva la mano derecha a la frente, no quiere que ella perciba que adiciona más signos de quebranto pero una gota salada y traicionera que se escapa forma ondas concéntricas en el espejo del agua, sumerge la mano para borrarlas y también aleja a algunas carpas rojas que rutinarias se acercaron a explorar qué había caído.

Ya no pudo reprimirlo, el sollozo devino en llanto escandaloso, ella estira los brazos para rodearlo por el cuello y lloran juntos, abrazados por un prolongado lapso de tiempo.

Él se incorpora y deja caer la muñeca que de tanto estrujarla le alborotó el cabello, ofrece la mano a su esposa para ayudarla a levantarse.

-¡Gracias! Ya me siento mejor. Vamos a casa.

Ella toma la mano y antes de ponerse en pie levanta la muñeca que cayó cerca de su pie desnudo, la aprieta con fuerza hasta lastimarse y la arroja con rabia al estanque, al impactarse con el agua rompe la imagen reflejada del columpio roto que cuelga de la bóveda verde de un árbol.