Un árbol lo mira y se ríe. Apenas puede su peso y el caminante no lo toma en cuenta. El árbol lo llama soberbio e ignorante. El caminante ahora ríe y voltea para encarar al elemental.

Desafiante lo apunta y grita su rabia ante los adjetivos recibidos por la boca de la naturaleza clamando silencio y tratando de tonto al representante verde. EL árbol acercó sus ramas al caminante y rasguñó sus brazos sin intención de generar una riña. El hombre asustado contestó con una pata y un grito que levantó a las aves cercanas al vuelo.

El árbol volvió a reír, sin embargo, ahora pidió disculpas diciendo que no lo había reconocido.

"Eres el hombre que visitó este sendero hace años ya. Mis hermanos que cuidaron de ti anteriormente fallecieron hace poco y te dejaron el camino hecho a casa. Camina que daré aviso para que toda la familia te proporcione sombra y abrigo durante tu andanza. Ve y visita sus tumbas en mi nombre"

El hombre entonces cambió su cara, sonrió y también lo reconoció, suavizó su mirada y de su bolsillo colocó una semilla al costado del árbol parlante. No dio las gracias, pero sí lo miró agradecido. Tomó sus bultos y permitió que el sendero lo llevara a casa.

Sí, habían pasado años y al abrir la puerta no se sorprendió al verla, ahí parada, con su rostro viejo, pero alegre de volver a compartir con él, conversar y amar. La madre que siempre tuvo y dejó ahí, a cargo de la naturaleza.