Se agarra a la garganta la arena del tiempo
como raíz que se afierra a la tierra
y se sustenta de ella sin mediarle palabra.

Reconcilia a la dura roca en fina grava,
a la salvaje vid en vino lento,
a la flor en pasto indeciso sin nombre
y a la corona del hombre en esquirla vana;
-Y forja, de paso, a la vértebra como herrero
que al carbono acera la espalda-.

Recorre el tiempo los minutos que quedan
sin responder a nada, porque no admite preguntas;
Sin emplear la voz, porque no usa palabras.
Congela los pasos dados tras los pasos
en la senda por donde camina la mirada
y bien lejos que aleja los recuerdos,
adelgazándolos como marcas de pájaros
impresas en la turbia arena de una playa.

Sigiloso, el tiempo se despereza
- justo en el centro del pecho -
escondido en el rumor sinuoso de la roja caja
que funciona eterna en un instante
y con otro igual, llanamente se para.
Y no hay gloria, ni renacer, ni fiesta
ni reencuentro, ni sueño, ni nada.
Tan solo nos deja carne muerta,
ceniza, piedra y hueso;

Son los aliados del tiempo
que impasibles subsisten a la batalla.