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Oreja de coliflor

Era poco más de las doce cuando de repente J sintió en el medio del pecho un golpe de puño que lo hizo estremecer. Como pudo, mal parado, se sujetó a las rejas.

-Dame las zapatillas y la plata que llevas en los bolsillos.

En un fogonazo irreflexivo, acaso sin reaccionar del todo, alcanzó a recordar que había estado corriendo duro durante gran parte de la mañana… y que todavía guardaba en su cabeza el crack-crack de las abundantes hojas secas que había venido pisando.

-Dame las zapatillas y la plata, el celular, todo…

-No tengo ninguna plata, ningún celular…

-No te hagas el pelotudo.

-Si ya te las doy.

-Dale rápido…

El muchacho de no más de veinte años, quizás menos, de mediana estatura, rostro algo achinado, pelo largo y negro, tez morena, estaba con los pies en la tierra a centímetros del árbol, mientras que J pisaba el cemento de la vereda. El muchachón tenía una mano suelta, con la que hacia las señales a J, y la otra, la derecha metida en el bolsillo de su campera estropeada. Bolsillo abultado como si tuviera un arma.

-Rápido, dame la plata.

-Mirá no tengo nada…

J mostró los bolsillos vacíos, pero como parecía que escondía algo con la mano derecha ahuecada, el ladrón creía que ocultaba algo.

-Que tenés en esa mano.

-Nada, nada, no tengo nada…

J mostró que él no tenía nada. Mientras el ladrón sacó la mano derecha del bolsillo de su campera J vio que no mostraba arma alguna; de inmediato le aplicó un fortísimo golpe con los nudillos en el rostro, de arriba hacia abajo, en seco… Inmediatamente le tiró una patada en la cabeza a la altura de la oreja izquierda. También otra en el medio de la nariz. Tres golpes que ocurrieron en dos segundos. El cayó pegado al árbol, tenía sangre en su cabeza. Se pasó la mano por la boca, como queriendo sujetar la sangre o la respiración. J corrió como un “forestgump” hacia su casa.

Pasaron veinte y cuatro horas después y J se dirigió hacia la comisaría cercana. En un instante dudó de si valdría la pena hacer ese trámite. Preguntó al oficial, que era un antiguo conocido por lo que había pasado el día anterior en la zona del Parque de Mayo, cerca del estadio. J explicó que venía caminando por la vereda de enfrente, y vio gente rodeando un sujeto, habían manchas de sangre, algunos dientes en el piso, y que luego llegaría una ambulancia y que quería saber que era lo que había pasado allí. El oficial le pregunto por qué quería saber quien fue la víctima.

-No che, no fue un accidente de tránsito…

-Entonces que fue, dijo J.

-Es un muchacho de veinte y un años, que fue brutalmente golpeado por una patota, así parece.

-Ay, ya me imaginaba, con tanto robo que hay por esos lados…

-Sí, hay muchos robos…

-Bueno y que paso con el tipo ese…

-La ambulancia se lo llevo al Hospital Rawson.

-Ah, que bien, Dios quiera que se salve.

-Depende de Dios, no de nosotros, che…

-Gracias, oficial, disculpe que lo haya molestado. Siempre ando corriendo por esa zona, y he visto varios robos. Realmente es una zona muy peligrosa. Adiós.

-Así es che, que te vaya bien.

Camino al Hospital, J visita a su compañero de carrera, el bioquímico. Salió con su chaqueta blanca.
Una vez en la sala de Traumatología, pregunta por enfermería. Allí el enfermero le da detalles de donde está internado el muchachón golpeado.

-¿Pero Ud. que es del enfermo? dijo el enfermero desconfiando…

-Soy bioquímico, pariente del muchacho. Soy el tío, dijo por segunda vez, J medio tembloroso por la mentira.

-Muy bien doctor…

-Doctor Ulloa, doctor Ulloa.

-Bien doctor Ulloa pase por aquí, detrás de aquella puerta es la sala diecinueve, el golpeado, su sobrino está en la cama número once.

-Gracias enfermero, me demoraré algunos minutos.

Ve, a lo lejos, al joven en la cama, recostado. Se acerca, como quien miente pero a la vez tiembla de miedo. Aunque la cara estaba muy deformada, su rostro aun era achinado. Era él sin dudas. Tan hinchado estaba que casi no se da cuenta que puede no estar mirando nada. Su oreja izquierda era un coliflor de deformada y estropeada.

-Que te ha pasado pibe.

-Me han zobado.

-Como que te han robado, como fue, donde fue…

-No, mide sezor, yo a uzte no lo conozco, peoo quiede que le diga la vezda: quize azaltar a un tipo en la vededa del eztadio, y ezte me madugó. Me madugó de una fozma que no tufe tiempo ze nada. Padezia un kadateca.

-No digas, ¿así fue? yo creía que te habías accidentado.

-Zucede que al intenzta zzoba a ese tipo, me equivozque de pezoa,

-Mira, aquí te dejo las Nike que vos necesitabas. Ah, te saco estas dos recetas que hay arriba de tu mesa y trataré de conseguirte los remedios.

Texto agregado el 09-07-2013, y leído por 214 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
02-05-2018 tranquilizaste tu conciencia satini
 
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