Antonio Pérez tras años de duro trabajo, sometido a madrugones inhumanos, privándose de todos los caprichos, escatimando hasta el último céntimo en lo imprescindible, consiguió ahorrar lo suficiente para comprar en el campo la casita de sus sueños, pequeña, de una sola planta con terreno suficiente para huerta en la parte trasera y un gran jardín en la delantera.
El jardín era su gran pasión, soltero y jubilado dedicaba cada segundo a su cuidado, cada planta, cada árbol había sido elegido con mimo y esmero, el césped primorosamente cortado parecía una alfombra verde brillante que causaba la admiración de sus vecinos, en todo el contorno no había nada ni remotamente parecido, solo había una cosa que le mortificaba... las esquinas, SÍ! Habéis leído bien las esquinas, se le desmadraban cada dos por tres y debía perfilarlas manualmente, era un trabajo arduo que le obligaba a doblar la espalda durante horas causándole un intenso dolor “recordatorio” de una antigua lesión consecuencia de un accidente de moto en sus años mozos, había adquirido varios artilugios para este fin pero ninguno había dado los resultados deseados.
Un día que realizaba gestiones en la gran ciudad, la vio en el escaparate de un “Brico” especializado en jardinería, permaneció varios minutos inmóvil ante el cristal analizando cada detalle, cuanto más la miraba más se convencía de que aquella máquina era lo que había estado buscando, lo que esperaba y secretamente pedía cada noche en sus oraciones, nervioso entró en busca de un dependiente necesitaba saberlo todo sobre ella.
Un amable joven le atendió pacientemente extendiéndose en todas y cada una de sus prestaciones, Antonio escuchaba emocionado sin perder detalle, finalmente preguntó-Entonces me garantiza que si tengo algún problema ustedes se harán cargo? el joven le tranquilizó, sin duda caballero, está máquina tiene garantía por 25 años, puede llevársela con toda confianza, Antonio parecía receloso, el gerente que no perdía detalle y viendo peligrar la venta se acercó, dio una pequeña disertación y remató haciéndole entrega de su tarjeta con estas palabras: Sé que no la va a necesitar, pero al menor contratiempo llámeme.
Salió del establecimiento feliz y convencido portando una gran caja en la que se leía DESBROZADORA.
Pasaron tres años y la máquina se convirtió en su inseparable compañera, funcionaba como un reloj de precisión hasta aquella mañana, ella estaba triste, como sin fuerza, parecía muy cansada, nervioso y preocupado buscó la tarjeta y marcó el teléfono, alguien le respondió al otro lado, Antonio precipitadamente, elevando la voz dijo de corrido –OIGA, LE LLAMÓ POR LA DESBROZADORA- y su interlocutor le respondió en el mismo tono –PUES SE LE ESCUCHA ESTUPENDAMENTE-
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