F. tiene una mirada penetrante, siento que perfora las pupilas, si me moviera su mirada sería un elástico flexible, pero indestructible, que me acompañaría hasta el punto de inflexión y me jalaría de regreso. Me habla, lo escucho por ratos. He tomado un vaso de Gancia. Él lo rebaja con Sprite. Hasta ahora he mantenido la boca cerrada, pero desde adentro me surge un miedo raro.
—Al pánico yo te explico por qué lo tenés—dice—. Vos necesitás tener control de todas las cosas, y eso no se puede.
No es miedo a él. Es eso mismo, terror de perder el control con un desconocido. Desconfianza.
—Vos no querés estar acá conmigo—sigue diciendo, mientras revuelve con una cucharita la combinación de Gancia con Sprite que se preparó, está molesto o dolido—. No sé a quién habrás besado recién en mi boca.
Me alcanza mi vaso, lleno, se apoya en el mesón, cruza las piernas, me ve tomar. Mirada fuerte, me siento como se debe sentir una polilla despolvándose contra un tubo fluorescente.
—Es suicida, sabés. Esto es de suicidas—me apunta con el cigarrillo, ojos de fuego mojado—. Nena.
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